Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Lo saben los Reyes

COMO padre y como paje, miraba con inquietud a mis hijos saltar, profundamente divertidos, en los charcos. No diré que no les entiendo. Me siguen encantando los charcos, sobre todo sin niños saltando en ellos, cuando reflejan, a ras de suelo y hacia lo hondo, el cielo con el leve temblor de un espejo estremecido por su propia paradoja. Y hace mucho tiempo, en una galaxia muy lejana, yo también fui niño, y aún recuerdo la maravilla de adentrarme audazmente en un charco grande con botas de agua. La sequía, encima, ha sido tan pertinaz, que bien se merecen las lluvias un chapoteo comanche.

Comprensiones aparte, como padre me temía lo peor. Que el agua rebosase la caña de la bota y cayera en veloz cascada hacia dentro. (También recuerdo esa sensación helada.) O al revés, que se cayese algún niño, y hubiese que volver corriendo a cambiarlo, arrastrando de la mano un guiñapo goteante, lloroso y embarrado. Como paje de los Reyes mis terrores eran mayores. Viendo cómo se lo pasaban en el charco, pensaba con aprensión en los juguetes de mañana por la mañana. Tantísimas vueltas del paje y tanto desembolso a cargo de Oriente, para que ellos jueguen como nunca con unas botas heredadas y unos pocos charcos.

Y eso que ya lo sabemos. Un palo, si un amigote o un primo tienen otro, vale para montar una batalla, y cualquier toalla vieja es una capa, y tres retamas, un bosque encantado. Ahora que las grandes multinacionales del juguete pelean a cara de perro por el liderazgo del sector, habría que explicarles que no se pongan así, que la imaginación y la nuda alegría de existir son los líderes indiscutibles del mercado. Los Reyes Magos pata negra, los de Oriente, los auténticos lo tuvieron clarísimo. Se arrodillaron ante el Niño, por supuesto, porque la estrella, porque Dios, porque el Salvador del mundo… Pero quién nos dice que no estaban también reconociendo su superioridad en la habilidad para entusiasmar a los niños -sus coetáneos- de todas las épocas. Los Reyes son estupendos y yo, como su humilde paje, les guardo la mayor de las reverencias; pero ellos, que son tan sabios, ya veían que el Niño iba a entender a los otros niños incluso mejor, que ya es decir. Se inclinaban, por tanto, ante el que hace llover sobre justos e injustos y, en consecuencia, produce los charcos, esos juguetes inmejorables. Y los palos, y la salud, y la alegría, y la pura vida. No se puede pedir más.

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