Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

El despecho del despacho

CUANDO se liaba en el patio del colegio, gritábamos sin soltar -¡jamás!- el bocadillo: "Bronca, bronca, bronca, bronca…", más divertidos con el efecto auditivo (un trifelio simple) que con la pelea. Era una imagen infantil del clásico pan y circo. Con el ayuntamiento de Cádiz estamos igual, al menos en lo referente al circo del "bronca-bronca", que con el pan ya veremos. Parece que se va a montar una tangana al día.

La última (¿o será la penúltima?) es por los despachos. El PP piensa que merece dos y el alcalde ofrece uno, como al resto de los grupos. Se diría una anécdota menor, pero hay que reconocerle al PP en general y a Ignacio Romaní en concreto que se atrevan a dar esa batalla, porque tan nadería no es. Por unas cosas y otras, vengo insistiendo aquí en la simbología del poder. Tanto como la ropa y los coches, los despachos son iconos. Fijémonos en los coches. Si no se puede ir a más de 120 km/h, ¿para qué quiere nadie un coche de una súper-cilindrada? Para manifestar su éxito o su estatus, naturalmente. Con los despachos ocurre lo mismo: en casi todos se puede trabajar bien, pero su número, sus metros, su orientación o la planta que ocupen en un edificio mandan un mensaje inequívoco.

Y éstos de Cádiz tienen todavía más enjundia y atañen a uno de los asuntos esenciales de la nueva política municipal. Los del PP defienden que se mantenga en el reparto de despachos la proporcionalidad de los votos conseguidos en las elecciones. Pero el alcalde les da uno, como al resto de los grupos, alegando un principio de igualdad. He ahí la madre del cordero (o del cabrito, por la bronca-bronca): proporcionalidad vs. igualdad.

El despecho del PP no es por un despacho, ni mucho menos. Aquí se despacha mucho más. Romaní no defiende unos metros cuadrados, sino la condición de su partido como el más votado con diferencia. González Santos, que no se chupa el dedo, rebaja al PP, como quien no quiere la cosa, a un grupo más de la oposición, dejándose de recuentos, de negociaciones y de dibujos. El interés de ambos es vivísimo. Y, fundamentalmente, político. El PP no puede dejar que olvidemos su condición de preferido por los gaditanos; el alcalde necesita que aquello quede en un lejano chascarrillo electoral. Hoy son los despachos; mañana, cualquier otra cuestión; pero ese conflicto latente saltará a la mínima sin parar. Si el PP no afloja, vamos a pasar unos años apasionantes.

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