Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

retroactividad moral

LA exclusiva de ayer sobre las tarjetas más o menos black de la UCA -la UCACK, podríamos llamarla-, era un cóctel: informaba, indignaba y divertía, todo junto. Lo último se le pudo pasar por alto a alguien, nublado su sentido del humor por el escándalo. Pero la prosa de precisión de Pedro Ingelmo venía aderezada de leves comentarios chispeantes, como su asombro porque los gastos no se hubiesen producido jamás en librerías. O su reconocimiento de la incesante solidaridad de Mercedes Dobarco, directora de Acción Solidaria, con el sector de la hostelería gaditana. O la duda sobre lo que aprendiera Francisco Álvarez en PTI Europe, un foro internacional de expertos en ahorro, que se pagó con la tarjeta, teniendo en cuenta lo que siguió usándola.

Por supuesto, el tema es bien serio y así estaba tratado y por eso se esperan próximas investigaciones y aclaraciones. Cualquier explicación, sin embargo, va a estar difícil por dos cuestiones temporales, una sincrónica y otra diacrónica. La sincrónica: mientras esos gastos excéntricos, empezaron los tajantes recortes en la UCA. No impidieron, por fortuna, el descubrimiento de mi querido Piseinotecus sossui, pero sí acabaron dejando tiritando a la universidad.

De manera diacrónica hay que tener en cuenta que los parámetros de ética pública han venido estrechándose en los últimos meses. Es la única consecuencia positiva de la crisis, aunque conlleva el peligro de que se juzguen con los criterios estrictos de hoy las laxas costumbres de ayer. Mientras que la ley penal es irretroactiva, el juicio ético tiende a mirar al pasado monolíticamente, sin garantismos que valgan. Esto, para ser honestos, acarreará un reproche bastante más severo al ex equipo de gobierno de la UCA.

Pero para desactivar esta condena moral sobrevenida hubiese hecho falta que, cuando surgió alguno de los escándalos previos por el uso exuberante de tarjetas, nuestros señores de la UCA hubiesen salido motu proprio reconociendo con gallardía el historial de las suyas y comprendiendo algo a sus colegas, digamos, de sobresueldo. Que se sepa, callaron como muertos (los muy vivos). ¿Retuitearían chistes sobre Rato? O al menos que hubiesen devuelto discretamente el dinero de los gastos excesivos. Tampoco lo hicieron: les paralizó, tal vez, el bochorno por los recortes de entonces. Ahora a ver qué cuentan: hasta para la excusa diacrónica se les ha pasado el tiempo.

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