Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Piseinotecus soussi

El ecologismo se complace en sus alarmas y jamás cae -ni siquiera por guardar el equilibrio- en jalear las noticias excelentes. Se ha celebrado poco el descubrimiento de un molusco en las playas de Cádiz. Y eso que es un nudibranquio.

Dar con una nueva especie es algo extraordinario. El mundo, de golpe, es más rico. Se nos había despistado una joya del cofre del tesoro de la vida. ¡Y la hemos encontrado! Imaginemos la que se habría montado si ese molusco, en vez de encontrarse en la playa de Santa María, se descubre en Marte o en el asteroide de la sonda Rosetta. Qué manía tenemos de valorar siempre mucho más lo de fuera.

Aquí mismo estaba, a la vuelta de una ola, y cuánto tiempo, sin embargo, sin conocernos. Piensa uno en el Piseinotecus soussi, que hasta el nombre tiene chulo el molusco, y recuerda el poema "Para que yo me llame Ángel González". El poeta considera la de siglos, batallas, noches de amor, de angustia, en vela… que han tenido que suceder para que él naciera. Todo ese laberinto de tiempo hemos estado el molusco nudibranquio y nosotros viviendo en paralelo.

O no tan en paralelo. Imagino cruces fugaces, que, gracias a los encendidos colores del Piseinotecus soussi, serían como chispazos. Siendo tan violeta y rojo y punteado en blanco, habrá esperado -paciente y vanidoso- al perfeccionamiento de la fotografía en color para hacer esta aparición estelar en los anales de la zoología. Pero antes seguro que algún niño lo ha tenido entre las manos, deslumbrado; y algún pescador desdeñoso lo ha devuelto al mar, sospechando que comestible no era; y hasta un científico sabio pudo confundirlo con la Flabellina pedata, qué despiste. El molusco y el ser humano se conocerían, pues, de vista, como nos conocemos todos en Cádiz. Ahora hemos sido presentados formalmente y con toda la formalidad de la ciencia.

Aprovechemos la ocasión de vindicar los estudios naturales y a la Universidad de Cádiz, que ha dado con el molusco, junto con la de Ibn Zohr d'Agadir, que tiene un nombre de las mil y una noches. Para eso nos interesa mucho no perder de vista la poesía del descubrimiento, el alborozo porque una nueva especie le ha aparecido al mundo, el asombro por la diversidad inagotable de la vida y el agradecimiento por todo. No estaría de más hacer un hueco al Piseinotecus en nuestra promoción turística y cultural. Y hay que poner su nombre a una calle con vistas al mar.

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