Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Está gordo

Mi hija de cuatro años ha puesto serios reparos al clásico de Disney "Blancanieves". Yo, que soy de clásicos hasta en Disney, le he exigido una explicación. "El príncipe está gordo", observa. Y, en efecto, está más rellenito de lo habitual, pero no demasiado, bien comido apenas, como corresponde a un príncipe del medievo.

Me he alarmado mucho, clásicos aparte, por la permeabilidad al discurso dominante y al ambiente que esa observación demuestra. Desde luego en casa (pueden ver mi foto) la delgadez no nos quita el sueño, aunque está fuera de toda duda que de puertas para afuera es un tema candente. Afecta incluso a los dibujos animados. Los héroes de Disney han estado sometidos a un severo régimen de adelgazamiento como el famoso Gambrinus de una cerveza, que cada temporada aparece más atlético y ya podría anunciar hasta un gimnasio.

Tenemos los padres que estar bien despiertos, pues la porosidad infantil a las modas y a los tópicos de nuestro tiempo es máxima. Y como no se trata de aislar a las criaturas, habrá que hacer contrapeso, que es algo (pueden ver mi foto) para lo que me siento preparado.

La obsesión por la delgadez, dejando fuera las manifestaciones más patológicas como la anorexia, siempre es dañina. Transforma en un problema algo que es para vivir sano y disfrutar mucho y dar muchas gracias, como es la comida. La fijación por la báscula hace que uno se mire el ombligo constantemente, al espejo y por dentro. No sólo se está demasiado pendiente del aspecto, sino de la digestión. Se empieza contabilizando calorías y se termina poniendo reparos al chocolate (qué error, qué craso error) y a los polvorones.

La cuestión tiene sus implicaciones filosóficas y teológicas. No es casualidad que a Cristo le llamaran "comedor y bebedor" ni que muchos de los grandes apologetas hayan estado redondos, como Tomás de Aquino o Gilbert K. Chesterton. La delgadez extrema es un indicio de gnosticismo. Y tampoco es casual que las monjas más contemplativas, sólo pendientes de dar gloria a Dios y de orar por la humanidad, sean las mejores reposteras. En eso hay un sabio equilibrio que me llevaría un tiempo y un esfuerzo explicar, sobre todo a mi hija. Pero que se puede experimentar directamente en la exposición sobre los dulces de los conventos de clausura de la provincia que esta tarde abre en los claustros de la Diputación. Se llama, con justicia: "¡Qué rico, Dios mío!"

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