Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

El agua, sólo el agua

El gran brasileño Nelson Rodrigues sufrió una tremenda decepción al leer las bases de un premio literario. Con la ingenuidad de la juventud, fue oír de aquel premio de novela e imaginarse ganándolo entre aclamaciones de los rendidos oponentes (esto es lo más difícil). Pero al leer la convocatoria, vio, con absoluta perplejidad, que el tema de las narraciones era libre, excepto el amor, que estaba vedado. Ni se repuso de la sorpresa ni participó. Resulta un ejemplo paradigmático de esta moralidad al revés tan moderna que niega valor artístico a lo noble. Pero de eso hablaremos (lo prometo) otro día.

Yo, que imito cuanto puedo a Nelson Rodrigues, también me he llevado mi buena dosis de decepción con las bases del Concurso Internacional de Microcuentos de Amor. De amor, ya vemos que sí se puede hablar, pero el chasco es el charco. Resulta que, para presentarse, hay que residir en cualquier país del continente americano. América es enorme, pero el criterio resulta muy provinciano. Todos vivimos en la Aldea Global. Y nos ciñen las redes sociales, que anulan las distancias. Pero incluso antes, la única frontera natural de una literatura es su idioma, que, además, es una frontera para ser transgredida por las traductores, impagables contrabandistas.

Y todo esto es así aunque el escritor sea de Palencia, como Francisco Vighi, pero si uno es de Cádiz, que le nieguen participar en un concurso literario hispanoamericano resulta más doloroso, si cabe. Se le cae a uno encima todo el peso de la historia. Y el de las instituciones locales, que no cejan en su empeño de tender puentes -además del de la Pepa- con América. Cádiz ha ingresado nada menos que en la UCI, que no es lo que todos, con tanto paro en la provincia, pensamos enseguida, sino la Unión de Capitales de Iberoamérica.

Historia, instituciones, idioma, todo nos une. Y uno se asoma a la playa y sabe que ahí, justo a la vuelta del horizonte, está América, a dos saltos. Para consolarse de las bases de ese premio que no nos deja participar, me recito a Juan Ramón Jiménez, que en nuestra orilla le susurraba a la otra: "me parece que estoy ya a tu lado... / Ya sólo el agua nos separa, el agua que se mueve sin descanso, / ¡el agua, sólo, el agua!". Querer poner fronteras al campo es una tontería, muy de nacionalistas, pero ¡ponérselas al mar, con lo que el mar se menea, y viene y va y nos lleva y nos trae, qué lástima!

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