Efecto Moleskine

ana Sofía / pérez- / bustamante

Montesquieu

ORDENAR los libros sólo se hace cuando llega el momento en que uno ya no sabe qué es lo que tiene y, menos aún, dónde fue a parar. Ordenar (y limpiar) invita a una "meditatio mortis": no se trata sólo de que el papel envejezca mal, sino de que el papel en Cádiz entabla precozmente amistades peligrosas con todo tipo de bichos y termina sulfatado como una pila vieja. Esta vez me he decidido a sacrificar un ejemplar que me enviaron, envenenado, de una librería de Málaga: una "Historia trágica de la literatura", de Walter Muschg, cuyo más leve contacto provoca atroz prurito. ¿Ántrax justiciero? ¿Micótico azar? ¿Estrategia de la editorial -o del librero malagueño- para obligarme a adquirir una reimpresión reciente? Limpiar y ordenar libros es una experiencia moral: Vanidad de Vanidades. Y no me refiero al contraste de calidad o duración o fama, sino a la entropía inevitable que acecha a las más altas ideas. Paso la aspiradora por los bordes de un Montesquieu y pienso: qué ha sido de la separación de los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, que es el fundamento de la democracia. Por qué no viene Robespierre a la Zona Franca de Cádiz para evitar que el PP recuse a los dos abogados del Estado cuyo testimonio amenaza no ya a Manuel Rodríguez de Castro y a Miguel Osuna, sino a su red de padrinos. Se escudan los delincuentes de Rilco y Quality Food en su cargo oficial, y dicen que el abogado del Estado está para defenderlos a ellos. ¿Es que Rodríguez de Castro, o Miguel Osuna, son el Estado? ¿Tienen los asesores técnicos legales la culpa de que su dictamen profesional sea desoído, ninguneado o ignorado, cuando a un Rodríguez (o a un Osuna) le conviene actuar al margen de la ley? Acaricio con el cepillo de la aspiradora el lomo de mi Montesquieu. Lo bueno del papel es su cortante filo. Lo bueno de la palabra (dice W. Muschg) es su virtualidad de poder. También he quitado el polvo de la Constitución (esa que tanto mienta últimamente el Gobierno de España; esa que en última instancia nació en Cádiz, quizá para apulgararse mejor). Ah, querido barón de Montesquieu: Y todo, hasta la más desaforada codicia, Vanidad.

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