De poco un todo

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Los maridos de las amigas de mi mujer

SI yo fuese rico, se iban a enterar mis lectores. Tengo incesantes ideas de libros que no escribo porque he de ganarme la vida. T. S. Eliot, a toro pasado y con un Nobel en la buchaca, lo vio una gran ventaja: gracias a que tuvo que cumplir un horario laboral no escribió nada más que lo indispensable. Y visto así…

Pero a mí me encantaría escribir una colección de artículos con una taxonomía de la amistad y las relaciones humanas. Breve y magistralmente la hizo Josep Pla al distinguir entre "amigos, conocidos y saludados". Eso puede y debe estirarse. Ya empezó Ángel Ruiz al añadir los "no saludados", o sea, ésos que te cruzas, y lo sabemos todo del otro los dos, pero ambos ponemos cara de póker.

Si C. S. Lewis tituló uno de sus mejores ensayos Los cuatro amores, éste podría titularse Las cuarenta amistades. Las hay de todos los gustos y cada cual con sus particularidades: amigos del colegio, hijos de amigos de nuestros padres -amistades hereditarias-, compañeros de trabajo, colegas de afición, vecinos, amigos 2.0, parroquianos... Ahora, con esta sensación de orfandad de la sede vacante, los católicos del mundo nos sentimos muy unidos, prácticamente abrazados. En ese libro hipotético tendrían un lugar de honor los maridos de las amigas de nuestra mujer, subgrupo maravilloso al que, a poco que uno tenga una mujer socialmente vivaracha, se ve mucho más que a los viejos amigos o a los de nueva construcción.

Es una amistad sin malentendidos. Todo el mundo sabe por qué cenamos juntos: nuestras mujeres han cerrado la agenda mucho antes que nosotros. Más claro todavía se percibe en aquellos casos en que alguna amiga de tu mujer se casó con un antiguo compañero de clase o de aventuras adolescentes, y uno lo ve y se alegra de tener un medio cómplice, pero sin engañarse ni un ápice del motivo del encuentro. Por otro lado, como los gustos y las circunstancias de las amigas de tu mujer han sido bastante variopintos, son reuniones multicolores, en líneas generales.

Pero hay algo metafísico que singulariza esa relación. Flota sobre el ambiente la maravillosa certeza de que el amor es expansivo. No hace falta pensarlo para palparlo: le estamos cogiendo cariño a unos tipos por el hecho de que la mujer que queremos quiere a otras mujeres que quieren a estos sujetos. Tiene toda la belleza geométrica y dinámica de una carambola -con el corazón- a tres bandas, no me digan que no.

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