Cultura

cuaderno de cádiz

  • Palabras sobre Cádiz. Un proyecto que pretende reunir textos para ver la ciudad y para enseñarla al que viene de fuera de modo que la ame, que nunca la olvide, con la participación directa de los lectores de Diario de Cádiz

Gustavo Adolfo Bécquer comenzaba su leyenda "Los ojos verdes" justificando una obsesión: "Hace mucho tiempo que tenía ganas de escribir cualquier cosa con este título. Yo creo que he visto unos ojos como los que he pintado en esta leyenda. No sé si en sueños, pero yo los he visto". El lector de Bécquer recordará estos ojos cada vez que se asome al misterio de unas aguas mudas y verdinosas, quietas e inquietantes, suspendidas sin fondo en el barro del tiempo. Dicho de otro modo: un poeta es quien nos enseña a mirar, a ver cualquier cosa con un plus de emoción, de fábula, de necesidad.

Hace tiempo que tenía yo ganas de reunir palabras sobre Cádiz. Textos para ver la ciudad y para enseñarla al que viene de fuera de modo que la ame, que nunca se le olvide. Porque hubo y hay muchos enamorados de esta ciudad cuyas miradas aún hoy le dan profundidad: un largo latido de historia, un corazón de casi tres mil años. O de más.

Una vez, en Grecia, una mujer que se llamaba Artemisa y era guía de turismo nos leyó, situada en el centro del teatro de Epidauro, el poema "Ítaca" de Constantin Cavafis. Aquel gesto sirvió para que en ese mismo instante dejáramos de ser un anodino rebaño de turistas y pasáramos a integrarnos en algo invisible que estaba allí, en aquella ruina que volvió a ser, por obra y gracia de la poesía, un santuario: un lugar sagrado donde recibir el consuelo de la sabiduría, la generosidad y la belleza. Cádiz pudo ser una de las islas fabulosas donde paró el gran Ulises: siguiendo a Licofrón, hay quien está convencido de que era la isla Ogigia, donde habitaba la ninfa Calipso. Siendo esto así, a cualquier viajero podemos dirigirle los versos de Cavafis, invitándole a disfrutar de este puerto fenicio que sigue siendo Cádiz, Gades, Gadir:

ÍTACA

Cuando salgas de viaje para Ítaca,

desea que el camino sea largo,

colmado de aventuras, colmado de experiencias.

A los lestrigones y a los cíclopes,

al irascible Posidón no temas,

pues nunca encuentros tales tendrás en tu camino,

si tu pensamiento se mantiene alto, si una exquisita

emoción te toca cuerpo y alma.

A los lestrigones y a los cíclopes,

al fiero Posidón no encontrarás,

a no ser que los lleves ya en tu alma,

a no ser que tu alma los ponga en pie ante ti.

Desea que el camino sea largo.

Que sean muchas las mañanas estivales

en que -¡y con qué alegre placer!-

entres en puertos que ves por vez primera.

Detente en los mercados fenicios

para adquirir sus bellas mercancías,

madreperlas y nácares, ébanos y ámbares,

y voluptuosos perfumes de todas las clases,

todos los voluptuosos perfumes que te sean posibles.

Y vete a muchas ciudades de Egipto

y aprende, aprende de los sabios.

Mantén siempre a Ítaca en tu mente.

Llegar allí es tu destino.

Pero no tengas la menor prisa en tu viaje.

Es mejor que dure muchos años

y que viejo al fin arribes a la isla,

rico por todas las ganancias de tu viaje,

sin esperar que Ítaca te va a ofrecer riquezas.

Ítaca te ha dado un viaje hermoso.

Sin ella no te habrías puesto en marcha.

Pero no tiene ya más que ofrecerte.

Aunque la encuentres pobre, Ítaca de ti no se ha burlado.

Convertido en tan sabio, y con tanta experiencia,

ya habrás comprendido el significado de las Ítacas.

Constantin Cavafis, Poemas, Traducción y prólogo de Ramón Irigoyen, Barcelona, Círculo de Lectores, 1999, págs. 66-67.

Somos descendientes de fenicios y vamos a hacer lo que mejor sabemos: comerciar. Lo ofrecemos todo, como la ninfa Calipso, dispuesta a regalarle a su amado Ulises-Odiseo incluso la inmortalidad.

El proyecto CUADERNO DE CÁDIZ quiere ser una colección de textos de autores varios para uso de quien quiera ver y hacer ver la ciudad desde unos ojos que la conviertan, en conjunto y en cada uno de sus rincones, en experiencia inolvidable. Desde estas páginas de Diario de Cádiz iremos ofreciendo prosas y versos para enseñar y descubrir nuestro lugar. El lector puede participar enviando los materiales que quiera compartir a esta dirección: cuadernodecadiz@gmail.com. Con ellos iremos confeccionando un cuaderno de bitácora (http://cuadernodecadiz.blogspot.com/). Indicaremos siempre de dónde proceden, con lo que su identificación puede hacer cierta publicidad a ciertos libros. Indicaremos también quién los envía, si se trata de un lector, para agradecer su gentileza. Al final, nos gustaría pensar en un mapa de esos que se muestran en internet con manitas donde se puede picar para saber más: que pudiéramos pinchar en cualquier sitio la piel de Cádiz y encontrar una historia, o un poema.

Esto quiere ser es un proyecto abierto y colectivo. Abierto porque ninguna entrega agota un tema o una perspectiva. Colectivo porque se puede sumar quien lo desee1. Y aquí ponemos el primer ejemplo de nuestras intenciones. Cuaderno de Cádiz, como proyecto común, viene a ser como el muro del fuerte de La Cortadura, que fue obra mancomunada allá por los años de la guerra de la Independencia contra Napoleón. Antonio Alcalá Galiano (Cádiz, 1789-Madrid,1865) cuenta en sus amenos Recuerdos de un anciano (1878) cómo se construyó esta muralla, la más humilde, la que habría de defender las pequeñas granjas y casitas que quedaban más allá de las Puertas de Tierra y, sobre todo, alejar del casco urbano la línea de tiro. Una vez que la Junta Central decidió hacer frente a la invasión francesa y trasladarse de Sevilla a la Isla de León, se planteó el tema de la defensa de las plazas. La de la Isla se dejó en manos de la autoridad militar. En cambio, en Cádiz, la muralla de Cortadura estaba sin terminar. Nos situamos viniendo de San Fernando por la carretera de Andalucía, CA-33, en Cortadura, hoy, entre el lienzo de la muralla que cierra la playa y el actual Instituto, y estamos viendo con los ojos de Alcalá Galiano, en 1810:

El lienzo de cantería estaba hecho, así en la parte de la cortina2 como en la de los baluartes3, pero por otras nada había, faltando aún el terraplén o piso de la muralla.

A remediar tales males o peligros acudió solícito todo el vecindario de Cádiz; quiero decir, todos los vecinos varones y no impedidos. Era de ver el gentío que poblaba las afueras de aquella linda ciudad, todo él compuesto de trabajadores aficionados. Como sucede en ocasiones semejantes, reinaba entre el bullicio la alegría, sin que se pensase en que la causa de tal concurrencia más era para dolerse que para alegrarse. Frailes robustos, de aquellos de que sacan coplas los enemigos de las órdenes monásticas para ridiculizar sin razón a todos, asidos a gruesas sogas tiraban de parte de las casitas destinadas a ser derruidas (…). Hombres de todas las edades, cuyos vestidos declaraban ser su condición y situación en la vida social, cuando menos acomodada, formando cadena, pasaban de mano en mano espuertas llenas de tierra, revueltos con gente de inferior clase para la cual era más fácil, aunque en ellas no fuese costumbre, tal trabajo. Suplían el celo y el número la falta de fuerzas o de habilidad, y animaba a los trabajadores ver cuánto adelantaban, porque en poco tiempo quedó levantado el alto terraplén, que apisonaban otros a costa de salir con los brazos, si no lastimados, dolidos. Me acuerdo del buen humor con que acudíamos a trabajar, formando una como cuadrilla los que solíamos concurrir a la tertulia de la marquesa de Casa Pontejos, madre de la excelentísima señora marquesa de Miraflores. (…) ¡Con qué alegría y ardor pasábamos de mano en mano las espuertas de tierra, y las contábamos para gloriarnos de lo activo de nuestro trabajo! No así con el pisón4, pues yo le hube de tomar creyéndole obra poco penosa, y tuve que soltarle en breve, lleno de dolores en los brazos. Una enorme caldera llena de arroz con buenos tasajos servía para reponernos de la fatiga, y metíamos en ella nuestras cucharas, de palo, pero limpias y cada día nuevas.

Duró cosa de una semana este trabajar de todos sin orden ni regla, pero al cabo (…) entró un arreglo dispuesto por la autoridad, que fue dividir la ciudad en barrios para el trabajo, y hacer que cada día fuesen los de aquel al cual tocase hacer la necesaria faena. Ni aun por esto, a pesar de que ya privaba algo al trabajo de su calidad de voluntario, cesó el celo durante algunos días; pero empezó la hora en que con el cansancio venía la tibieza, perdiendo además la obra el atractivo de la novedad, si bien por fortuna entonces lo más urgente estaba hecho, y, por otra parte, quedaba muy disminuida la importancia de la Cortadura, porque otro era ya el punto destinado a tener a raya el poder francés.

Antonio Alcalá Galiano, Recuerdos de un anciano (1878), Barcelona, Ed. Crítica, 2009, cap. "Cómo se pasaba el tiempo en una ciudad sitiada" (págs. 195-284).

Hechas estas presentaciones, conviene empezar por lo primero, que en el caso de Cádiz es el mar. Aquí vamos a dejar que sea Miguel Martínez del Cerro (Cádiz, 1912-1971), profesor y poeta, cicerone durante muchos años de los alumnos de los Cursos de Verano que organizaba la Universidad de Sevilla, el que explique la ubicación de la ciudad, en un texto tan bien escrito como pedagógico que data de 1966 (aunque hay una reedición reciente):

El fundamento de la vida de una ciudad es siempre su geografía. De ella dependen sus problemas, su historia y su estilo. (…)

Ante todo Cádiz es una cosa -un accidente geográfico- que no es del todo isla ni del todo península: es lo que se llama un tómbolo. O, mejor, varios tómbolos.

La palabra tómbolo es el nombre de una población italiana que está, como Cádiz, metida dentro del mar. Y de ahí el nombre de ese accidente geográfico5. Se llama tómbolo a una isla próxima a la costa que se comunica con ella por una línea de arena o roca. Y esto es Cádiz: una isla que se comunica con la costa por una línea de arena de nueve kilómetros. Por ello a Cádiz se le considera el modelo más acabado de tómbolo que existe en la superficie del planeta.

Pero es no sólo un tómbolo sino varios. Porque el conjunto gaditano está formado por cuatro islas, todas ellas comunicadas entre sí: la de San Sebastián, la de Cádiz, la de Sancti Petri y la de León6. Aunque la de Sancti Petri, por su hundimiento, ha perdido su antigua comunicación con las otras.

Pero si este curioso accidente da a nuestra ciudad una manera de ser peculiarísima, aún se marcarán más sus peculiaridades por el emplazamiento en que está situada.

En efecto, Cádiz está colocada en el Océano Atlántico a la entrada del Estrecho de Gibraltar. O sea en la intersección de dos continentes -Europa y África- y de los dos mares más importantes de la humanidad: el Mediterráneo -el mar de la civilización antigua- y el Atlántico -el de la civilización moderna-7. Y aun por los azares de la vida ha ocurrido durante varios siglos que ha sido la puerta de comunicación de España con América y Oceanía.

De esta suerte nos encontramos con las siguientes características geográficas que determinan la vida gaditana. Primera: su condición de tómbolo o isla en el mar. Segunda: su reducido solar. Y tercera: su situación de lugar de comunicación de pueblos y culturas.

Y ya veremos cómo estas condiciones conforman sus estilos de arquitectura y de arte y su manera de ser.

Miguel Martínez del Cerro, Un paseo por Cádiz. (Ensayo, Historia. Itinerario artístico), Cádiz, Ed. Escelicer, 1966. (Cap. 5, "Su geografía", págs. 15-16). (Hay reedición no venal de la Real Academia de Bellas Artes de Cádiz, 2005).

La manera de ser de Cádiz quizá pueda resumirse en el verso de Manuel Machado: "salada claridad". La omnipresencia del mar hace que el viajero, nada más entrar a la ciudad, ya sea por la carretera que viene de San Fernando, ya cruzando el puente sobre la bahía, se sienta en una isla doblemente envuelta en el azul: el del mar y el del cielo. Más aún: Carlos Edmundo de Ory (Cádiz, 1923) advirtió en uno de suspoemas cómo el mar se pone de pie. Carlos, hijo del también poeta Eduardo de Ory, nació en una casa de la Alameda Apodaca. Hoy ese edificio lleva dos placas conmemorativas, una dedicada al padre y otra al hijo. Desde una ventana que mire a la bahía apuntando a Rota, el mar se ve azul oscuro en un vértigo vertical. Hijo de ese vértigo es Carlos Edmundo, coinventor del Postismo, rama del Vanguardismo que, como una auténtica rareza, fundaron en Madrid, en 1945, tres jóvenes artistas extravagantes: Eduardo Chicharro hijo, Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi. El poema que reproducimos es el mundo visto desde la maravilla de la infancia, desde los ojos del Niño Divino al que rindieron culto los hijos del Surrealismo. Es también una apretada autobiografía espiritual: aquí se recuerda al niño raro que él fue y aún sigue siendo, el que ve todas las cosas de una manera especial, el que habla con un señor especial también que es poeta (poeta modernista) y es su padre. Este poema ha de decirse en una dirección concreta (Apodaca 15-17) y con una condición: saber que en poesía todo es posible, y que sobre todo se permite la libertad, la sorpresa y la risa.

Cuando yo era niño un hada me regaló una catedral

Cuando yo era niño el color azul se puso de pie delante de mí

Cuando yo era niño llamaba de usted a los peces

Cuando yo era niño vi la sangre del mármol

y vi la mano de Dios tirada en un baratillo

y vi el arpa de David en el despacho de un banquero

vi también por primera vez la lluvia un lunes

Cuando yo era niño me metieron en una familia

pero en realidad yo era el jefe de los violines

Empecé a mentir empecé a orinar aguardiente

No sabía dónde guardar mis cosas

coleccionaba polvo

Un hombre extraordinario llegó a mi cama

y hablándome al oído me dijo:

"Yo soy el marido de la luna"

Siete veces me puse enfermo

Fue siempre a causa de siete sorpresas

No me está permitido enumerarlas salvo dos

La que tuve cuando vi las pestañas de mi ombligo

y la otra que me marcó para toda la vida

Era un tren que llevaba calles a las ciudades

Una vez me dio un beso un lobo

Cuando yo era niño me rompí

Cuando yo era niño mi maestro era un niño

el cual se clavó un clavo en la cabeza

Perdió el habla

De él recibía mensajes por escrito

Todo lo que sé hoy día

se lo debo al niño que me lo enseñó

principalmente el sánscrito

La primera palabra que aprendía a escribir

fue la palabra peine

Nadie sabe que es un verbo

Cuando era niño me escapé del colegio

y me fui a China

Hay muchas cosas que no puedo decir a nadie

casi todas se refieren a las matemáticas

Sobre la madera de los pianos no hay nada que yo no sepa

Un sacerdote me dijo lo que significa fumar

Sé que los sepultureros venden bufandas a los muertos

No he visto cosa más bella que la sombra del pavo real

Durante una hora sufrí el peor de los castigos

fue cuando me dieron de baja de niño en un convento

ya que molesté a las monjas con preguntas de teólogo

Siempre me interesaron las rodillas

En el frío del amanecer está la razón de todo

Cuando yo era niño traje una roca a casa

Coleccionaba saliva

Una vez entré con un caballo en una taberna

Me hicieron subdirector de los jugadores de bolindres

Cuando leí que en la Biblia se hablaba de Postismo

lo primero que hice fue comprarme un bañador

El niño que era mi maestro murió en el frente

Coleccionaba termómetros

Se supo en el gobierno que yo mentía

Planché una paloma para saber lo que es el pecado

Y vi bajar de un barco lo que diré

(salvo lo que no me está permitido decir a nadie)

Vi bajar a un abuelo que estornudaba mucho

Vi bajar al inventor de los billares de bolsillo

arruinado llorando

Y vi bajar a un bailarín famoso que se me acercó diciéndome

-Sabes rosa mía que he venido hasta aquí

para tocar el corazón de los limpiabotas

Carlos Edmundo de Ory, Música de lobo. Antología poética (1941-2001), Selección y prólogo de Jaume Pont, Barcelona, Galaxia Gutenberg & Círculo de Lectores, 2003, págs. 334-335.

Ahora que el poeta Carlos Edmundo de Ory descansa en su casa de Francia, el mar de Cádiz, puesto en pie con todas sus olas, sus navegantes, sus gaviotas y sus peces, le saluda: Salve, Carlos del Mundo, Príncipe Azul. Recuerdos a Laura, Rosa Mía. TODO LO QUE ES BELLO ES FIEL.

1. Las condiciones para colaborar son cuatro: 1) El texto debe ser corto (como mucho, dos páginas) y con un sentido completo. 2) Debe remitir a un lugar u objeto concreto de Cádiz, un sitio -o una cosa- que se pueda ver, visitar, percibir con alguno de los sentidos. 3) El remitente debe identificarse con nombre, apellidos, domicilio, teléfono, e-mail y DNI. 4) Además del texto y del nombre de su autor, se indicará de dónde se ha extraído, de qué libro o fuente procede. Nuestro criterio de selección se basará en el interés histórico, la curiosidad de la anécdota y la calidad literaria.

2. Cortina: 4. f. Termino militar. Lienzo de muralla que está entre dos baluartes (DRAE).

3. Baluarte: (Del francés antiguo balouart, y este del neerlandés medio bolwerc, empalizada de defensa). 1. m. Obra de fortificación que sobresale en el encuentro de dos cortinas o lienzos de muralla y se compone de dos caras que forman ángulo saliente, dos flancos que las unen al muro y una gola de entrada (DRAE).

4. Pisón: (De pisar, apretar). 1. m. Instrumento pesado y grueso, de forma por lo común de cono truncado, que está provisto de un mango, y sirve para apretar tierra, piedras, etc. (DRAE).

5. La población de Tómbolo, en la provincia de Padua, dentro de la región del Véneto, está situada entre las ciudades de Padua y Venecia. Su superficie es de poco más de 11 km2 (la de Cádiz es de algo más de 3 km2).

6. Ya veremos en otra entrega cómo, en principio, las islas Gadeiras eran distintas y eran quizá incluso más.

7. El lector debe tener siempre en cuenta la época en que se inscribe un escritor para entender su visión de la geografía (y del mundo). Durante siglos nuestra perspectiva ha sido eurocéntrica (de ahí que nuestros mapas del mundo presenten siempre a Europa en el centro). Hoy día, con la importancia que ha adquirido Asia, sobre todo China y Japón, no se podría afirmar que el Mediterráneo y el Atlántico sean los dos mares más importantes de la humanidad: no en estos términos.

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