Yo maté a Martínez Ares

El cementerio del comparsista

  • Zombies. Un día en la peña vi el vídeo de Michael Jackson 'Thriller' y me dije: eso es lo próximo que quiero hacer l Conectamos bien con el público joven, con ganas de cambiar lo típico y lo tópico

MI vida transcurría entre el instituto Columela y la peña Nuestra Andalucía. Yo, que nunca fui amigo de las peñas, me había casi convertido en un peñista y, aunque no jugaba al dominó, ni era diestro en el manejo de las cartas, ni consumía valdepeñas, robé todos los trucos de la profesión de comparsista. La peña estaba ubicada en la calle María Arteaga y cuando hacía la Berzá Popular en época de Carnaval daba de comer a cientos y cientos de personas que te degollaban con el plato de plástico si te colabas. En Cádiz decir gratis es como gritar ¡Al ataquerrrr! Recuerdo un año que la cola empezaba en la peña y llegaba hasta el freidor de la calle Hospitalito de Mujeres. Qué curiosa es la vida, al lado de la peña las monjitas se las veían y se las deseaban para dar de comer todos los días a los indigentes y en la peña se las veían y se las deseaban para que los que llegaban a final de mes pudieran comer garbanzos gratis.

Nos habíamos acostumbrado a la vida peñística, no faltábamos ni una tarde hasta que se hacía de noche y ansiábamos que llegara el sábado para echar el rato del mediodía ¿dónde? ¡En la peña! Así nos pasamos algunos años entre Nuestra Andalucía y el bar La Primavera, el reducto oficial de El Piru, un hombre que bien podría haber salido de cualquier novela de Cervantes, espigado, alto, con un bigote rancio y con solera, con mucha mucha gracia, un vocabulario que se inventaba y unas dotes inconmensurables para bailar, sobre todo claqué. Era clavao al actor Luis Cuenca. Un día hablando con él me di cuenta que nosotros éramos prácticamente su familia.

Una tarde de tantas estaba yo viendo la televisión en la peña cuando de pronto pusieron el videoclip de Michael Jackson Thriller. ¡Oh!, para mí aquello fue una revelación. Enseguida lo vi. Eso era lo próximo que yo quería y tenía que hacer. Pero había un problema ¿era un tipo gaditano gaditano a los que estaban acostumbrados en la peña? ¡No! Mi segundo año y ya cambiaba el grupo. Yo hablé con algunos de ellos y les comenté que para el próximo tipo había que estar en forma y que tendríamos que hacer ejercicioý una vacilada mía, vamos. Era la manera de romper lazos con la peña y hacer mi propio camino. También se comentó que pasé algunas noches en el cementerio para meterme en faena y saber qué pasaba allí. La gente, que se aburre mucho.

La cosa es que en agosto ya estábamos ensayando 'Zombies' en un garaje de la Cruz Verde. La búsqueda de personal fue bastante dura. Recuerdo que un día se presentaron en mi casa dos chicos, los conocía, eran vecinos míos. Uno era Fali Vila, que años atrás vivía encima de mi casa, él en el tercero, yo en el segundo, y el otro su primo hermano José Luis, que el año de 'Requiebro' había salido en una comparsa juvenil. José Luis acompañaba a Fali ese día para que éste entrara en la comparsa sin saber que era él quien se quedaba conmigo para ser mi gran apoyo, mi sombra, la voz de mi conciencia durante años. También hubo momentos amargos, como cuando alguien trajo a la comparsa a un hombre que había salido algunos años atrás con Antonio Martín. Después de varios días de ensayos le dijimos que no, la cara de ese hombre expulsado de la comparsa jamás se me olvidará. Los demás llegaron de grupos muy diversos, Rafael Velázquez, Noso, Bruno, Fernandi, y muchos más. Hubo uno, se llamaba El Negro, muy bien vestido, que sólo decía: ¡Una cervecita, pero no muy fría! Pero no cantaba. El día que lo intentó duró medio pasodoble.

En octubre tuvimos que buscarnos un local de ensayo nuevo y alguien nos ofreció el Café El Correo, Eso sí, con una condición, (listo, el tipo) había que limpiar una zona -muy parecida a la zona cero de las torres gemelas- de escombros con una altura de un segundo o un tercer piso. Pues nada, manos a la obra, lo hicimos, lo dejamos niquelado y ensayamos. El que se libró de limpiar los escombros fue Miguel Ángel García Cossío, que aunque ensayaba con nosotros lo llamaron para salir con Antonio Martín en 'Entre Rejas' justo cuando empezaba a coger la pala. Se fue, algunos no lo entendieron ni se lo perdonaron.

Ese año también colocamos nuestro boceto para que lo viera el público gaditano, en esta ocasión adornó un escaparate de Ivarte en la calle Novena. La ropa la buscamos nosotros y la adaptamos. Imaginación al poder. Una tarde llegamos al ensayo con un maquillador y además coreógrafo. Nos dio unas lecciones básicas, unos pasos de baile; la cosa es que cuando quisimos imitar un momento bailongo del videoclip de Michael Jackson en vez de bailar volaron los mecheros, los paquetes de tabaco, las llaves, los bolígrafosý vamos que le dijimos al coreógrafo adiós con la manita. Como teníamos que abrirnos un hueco en el panorama carnavalesco se nos ocurrió la idea de hacer un almanaque disfrazados de zombies. Las fotos las hizo Kiki y la verdad es que todavía hoy me siguen pareciendo una barbaridad. Se vendieron como rosquillas. El maquillaje de esa comparsa fue obra de Paco Leal y Miguel Ángel Butler, quienes tardaban aproximadamente unas siete horas en caracterizarnos. Rafael Velázquez se rompió un brazo y el primer día de concurso se coló en el Falla vestido de muerto con una escayola, pa echarnos, vamos. Jose Luis se afeitó la cabeza y Paco Leal lo maquilló como si le hubieran abierto la cabeza con una hacha, como José Luis Moreno. Impresionante. El primer pasacalles fue brutal. Íbamos haciendo tipo y la gente nos miraba como diciendo: ¡Esto qué es! Justo cuando íbamos a doblar una esquina nos dimos de bruces con un chiquillo que nos vio, se acojonó y rompió a llorar llamando a su padre. Ahí nos dimos cuenta que habíamos clavado el disfraz.

Llegamos al Falla y fue entrar y encenderse la llamita de la expectación. Habíamos conseguido cambiar algo, los conceptos primitivos de la fiesta, habíamos roto con lo gaditano gaditano, y conectamos con el público joven, ávido de otra cosa, con ganas de cambiar los tópicos y lo típico. Entonces no había dinero para comprar decorados pero los trabajadores de la tramoya nos buscaron uno bastante acorde con el tipo. El regidor de sala dio la orden y nos acercamos al escenario. Yo ese año tenía melena y barba, no me molestaba ser El Niño pero no quería aparentarlo. Una máquina de humo empezó a ambientar nuestro cementerio particular. Estábamos tumbados en el suelo con lo cual nadie nos veía, excepto a los que tocaban guitarras, caja y bombo: Angelín, su hermano, Tey, el hermano de Guili y El Monaguillo. Manolo El Gitano era el director y un momento antes de que se abrieran las cortinas, ya estábamos todos en el suelo mirándolo, nos pidió que cantáramos bonito, que controláramos los nervios, en fin, dando ánimos, y de pronto se le escapó un punto, que yo creo que no se le escapó y que no fue un punto sino un punto enorme. Subió el telón y entre el humo de la máquina y el áurea del punto de Manolo nos quedamos petrificados. Cuando todo alcanzó su mayor esplendor nos dimos cuenta que teníamos que respirar para cantar, entonces uno de nosotros dijo: ¡Manolo, picha, estás podrío! Los nervios se fueron y las risas amainaron, pero el olor se quedó.

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