Cádiz

Una mirada al embate de los tiempos

  • El Campo del Sur, antiguo Paseo del Vendaval, constituye con su sinfín de monumentos históricos una pieza fundamental del cinturón cultural de la ciudad

Al pasear por el bulevar con cierto aire provinciano, se siente en el rostro la nostalgia, la brisa de la añoranza que perdura en cada esquina, el hálito del pasado que se respira por los aires de Cádiz. Al transitar este paseo se explica toda la carga histórica que se vive, palpa y respira en Cádiz, de tal forma e intensidad que se diría que en cada huella se pasa una de sus hojas. "Donde la historia puede mirarse y quedar retratada tal como ha sido y tal como es", rememora una frase de Alfonso de Arámburu. Es una de las zonas más bellas de la ciudad, donde poder divisar todo el frente marítimo de Puertatierra con sus impresionantes arenales. Una puerta abierta a la ilusión de El Dorado, de aquel Cádiz que vivía por y para la mar, pendiente del regreso de los galeones entre el flujo y reflujo de las olas bajo un sueño alzado de torres y miradores. Un levante en calma, que abozala cualquier conato de brisa y aplatana la vida de la ciudad. Así es el Paseo del Vendaval.

El nombre quizá no resulte familiar a los gaditanos del siglo XXI. Y es que ahora realmente se llama Campo del Sur, bautizado en ocasiones anteriores como Paseo del Vendaval, Murallas del Vendaval, Murallas del Sur, Paseo del Sur, hasta culminar en el actual Campo del Sur, por su orientación geográfica en la ciudad. De esta manera, dulcificaron la catastrofista denominación anterior, aunque, bien es cierto que esta es la zona de Cádiz más azotada por la acción del mar. El Baluarte de San Nicolás fue una de las víctimas que se cobró el vendaval, cuyos vestigios tendremos que verlos bajo el mar. Un promontorio importante que ya no está y que llegó a tener hasta 16 cañones. Las murallas del vendaval tuvieron que ser reconstruidas casi 20 veces, de las cuales 8 fueron en el siglo XVIII. Se solventó con la idea, ya en la década de los 50 del siglo pasado, de arrojar al mar bloques de hormigón, por lo que el oleaje ha perdido su intensidad, un remedio muy sencillo pero sumamente eficaz.

Este paseo discurre a lo largo de lo que se podría denominar el Malecón gaditano, debido a su evidente parecido con el famoso malecón de La Habana en Cuba. El de Cádiz comienza junto a la sede de la Peña Flamenca La Perla de Cádiz, síntesis de todo el sabor folclórico gaditano. Continúa por la fachada trasera de la antigua Cárcel Real, hoy Casa de Iberoamérica. Y sale al Campo del Sur frente a los restos del enigmático Teatro Romano, que hace dudar a arqueólogos y urbanistas, quienes piensan que detrás de éste y en dirección al mar, yace el antiguo Gades romano. Al acceder a la parte superior del Polideportivo Mirandilla, se aprecia una pequeña plaza mirador, que contiene en el suelo la fecha de 1812 con números que juegan con claroscuros. Más adelante se encuentra el incomparable marco de la Catedral de Santa Cruz, de piedra ostionera coronada por dos torres blancas y la cúpula amarilla de la Catedral Nueva. Desde el mirador EntreCatedrales asoma, a través de cristales, la tumba fenicia más antigua encontrada hasta el momento en Cádiz.

Aún cuando se camina por allí se siente, en los bajos de la Catedral, a Manuel de Falla, autor de la Danza del fuego, en la cripta por debajo del nivel del mar, como si de una caracola gigante se tratase. Las olas del mar entonan sus partituras cantándole a su Cádiz. La Salada Claridad de Pemán también retumba desde los bajos de la Catedral. Y es que el Paseo del Vendaval no sólo es valioso por lo que se ve, sino por lo que no se ve, el Cádiz subterráneo y mitológico que se encuentra debajo de nuestras pisadas.

Nos reincorporamos a nuestro recorrido y seguimos adelante no sin antes alzar la vista atrás para recrearnos con una imagen cuanto menos singular: las fachadas pintadas de colores vivos de las casas, desafiando al malecón cubano. Imágenes del Cádiz nuevo y antiguo se suceden al otear en derredor, y las cañas de algunos pescadores que prueban suerte en este bulevar. Y al socaire de sus débiles defensas se refleja la vieja estampa milenaria de la raza de pescadores que vivió más a merced del mar que sobre la corteza firme.

Con la noticia de la visita a la ciudad de Isabel II en 1862, quedó levantada, en tan sólo 22 días, la primera plaza de toros de Cádiz, emplazada en el Campo del Sur. Construida fundamentalmente de piedra y madera, la plaza acogió diversidad de espectáculos aparte de los tauromáquicos, principalmente durante celebraciones ciudadanas, hasta su demolición completa dado su ruinoso estado. Será en la década de los años veinte cuando se construya la Plaza de Toros de Cádiz en extramuros.

Este paseo esconde historias que pocos saben, por ejemplo que en la Iglesia Santa Catalina del Convento de Capuchinos fue donde conoció la muerte el pintor Esteban Murillo a causa de una caída de un andamio. Una vez que se supera el Baluarte de los Mártires, en otra época presidio y hospital de epidemiados, se abre una de las imágenes más típicas de la ciudad, el castillo de San Sebastián junto al busto de Paco Alba. La fortaleza de San Sebastián era conocida en la antigüedad como Promontorio Cronio por la existencia en el lugar de un templo consagrado a Saturno. Su nombre actual proviene de una ermita dedicada a San Sebastián que había en el lugar.

Y llegamos a La Caleta. Y sugestivo mar, el mar antiguo de Cádiz que se prolongaba ambicioso entre los dos promontorios afamados de Cronos y de Hércules. Y es aquí donde los paseantes aprecian un binomio ejemplar: el Mar y Cádiz, comunicación de sangre de pueblos dominadores que se hundieron. En este mar de la Caleta se intuye lo que fue aquel Cádiz pequeño, semilla, tan grande en su proyección futura. Y también se comprende su tragedia, como víctima propicia de las olas imponentes que arrasaban el trabajo de siglos de toda una población, azote de Cádiz por la banda del vendaval. Fernando Quiñones, a quien Borges consideraba el mejor escritor español de su tiempo, poco antes de fallecer le confesó a su esposa Nadia: "Nadia, quiero hacerte un regalo: te regalo Cádiz, La Caleta". Nada más que añadir, maestro.

Cádiz, puerto y puerta marítima, que del mar y para el mar vive. Un Paseo del Vendaval plagado de tintes de historia, con letra y músicas flamencas, impregnado de los versos de Quiñones, olor a sal y brisa que embrujan y encantan a paseantes. Las gaviotas acuden en bandada al agua. Estos largos días de verano son tan hermosos...

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