Muy pendientes de los 'grises'
Contracrónica de la decimosegunda de abono
El encierro de los Martínez-Conradi, con todos sus matices, marcó el hilo argumental del festejo. 'Dorado' ya está en el cuadro de honor de esta Feria de Abril que encara su final
Crónica: El denuedo también se premia
Galería: Las imágenes del festejo
SI reuniéramos a todos los fantasmas que dicen haber corrido delante de los grises -la Policía Armada que se despidió del mapa urbano con el fin de la transición política- podríamos llenar dos o tres petroleros. Dejémoslo ahí... los grises que nos interesan ahora son esos toros que se encastan en una sangre fundamental para la historia del campo bravo sevillano como es la de Santa Coloma o más propiamente la de Buendía, don Joaquín, que fue el verdadero forjador de los caracteres y la definitiva impronta de este encaste cocinado en los llanos de Bucaré, la finca que perteneció a aquellos indianos ennoblecidos -los Bucarelli- que prestaron uno de sus títulos históricos al nombre del propio encaste y siguen conservando su casa blasonada en la calle Santa Clara. Es la misma mansión que inspiró a Bécquer -volverán las oscuras golondrinas- y sirvió de refugio a la Virgen de la Soledad cuando, destruida su capilla del Carmen tras la francesada, encontró refugio entre sus muros.
Hay que volver al toro pero tampoco está de más recordar que la ancha travesía del desierto que afrontaron estas reses de caja chica y capa cárdena estuvo provocada por ese purismo mal entendido, alentado por una prensa nefasta y pretendidamente integrista, que condenó a no pocas vacadas y adentró al toreo en su propia transición, culminada de una forma u otra con la trágica muerte de Paquirri en Pozoblanco. Dejémoslo ahí.
El caso es que la corrida, que mostró su fortaleza en la taquilla, se iba a vivir pendiente del juego de las reses que pastan en la dehesa palmeña de Fuenlahiguera, el hogar campero de Álvaro Martínez Conradi y toda su prole. El mérito de los ganaderos ha sido adaptar el toro de Buendía a las exigencias y los parámetros de hoy sin perder un ápice de su esencia. En Sevilla saltó una corrida variada y vareada, fiel a sus tipos más genuinos y con la seriedad que requiere una plaza de primera. Eso ya era un éxito y aunque no fuera un encierro redondo el envío incluyó, al menos, tres toros de máximo interés en el que hay que descontar el lote desinflado de Daniel Luque que, con tan pobre material, dio una auténtica lección de magisterio, autoridad y capacidad. Emilio de Justo iba a enseñar algunas carencias -la recuperación de su dirísima lesión se antoja incompleta- con el más que potable tercero pero se la jugó de verdad y convenció con ese duro sexto que se tomó como un reto consigo mismo del que salió victorioso.
Pero si hay un ejemplar que enamoró al público y ya merece situarse en el ancho cuadro de honor de esta Feria declinante fue el primero, llamado Dorado que volvió a evidenciar la cantada potra del diestro de Salteras en los sorteos matutinos. ¿Fue Curro Robles quién sacó la bolita del sombrero del mayoral? El Cid también debió encontrar amparo, protección y otra ración de suerte rezando vestido de torero a las plantas de la Virgen de la Piedad, mar de aguas quietas en la tarde cálida. Pedro Dormido aguardaba discretamente tras el portillo para dar acceso al matador en una de esas estampas que, por íntimas y auténticas, merecen ser contempladas una vez en la vida.
No hace falta contar que ese Dorado hizo honor a su nombre derrochando clase, boyantía y recorrido en la faena del veterano diestro sevillano. En su labor hubo dos partes distintas: en la primera, correcta y bien trazada, no había logrado el acople, la reunión y la intesidad que logró en la segunda. No sabemos qué habría pasado si cae bien la espada. Al toro le dieron la vuelta...
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