Tribuna

rafael zornoza

Obispo de la Diócesis de Cádiz y Ceuta

Alegría para la Navidad

La Navidad perdida se recupera así, que es tan realista como un niño pobre recién nacido, como un pesebre de aldea o un villancicoDios mismo se alegra cuando nos encontramos con él y apuesta por nosotros, pues hay sintonía y correspondencia en esa relación siempre sorprendente y desigual

Alegría para la Navidad Alegría para la Navidad

Alegría para la Navidad

Navidad y alegría van de la mano. Nos deseamos prosperidad y una fiesta que sin alegría no se da. La Navidad insiste en ofrecerla cada año, y juntos colaboramos -aún los que no creen en ella- para crear los ámbitos necesarios de encuentro, familiaridad y compasión.

"Os anuncio una gran alegría para todo el pueblo", dicen los ángeles en el evangelio. La alegría es el gigantesco secreto del cristiano, decía Chesterton, que encontraba a la gente de su tiempo exhausta y a la deriva. Pero sólo se halla si se hace presente Dios en la vida, con caridad y oración. Es la alegría de la salvación última que se ofrece a los hombres como regalo de Dios en su Hijo Jesús, que entra en la escena de los hombres para ofrecerles la redención del pecado y de la muerte. Rouault -el pintor parisino del dolor y altavoz de los explotados- esperaba desgarrado en un Dios encarnado que habitara en cada persona, especialmente en cada hombre doliente que, ante tal cosa, saltaría de gozo y dejaría de ser un condenado a muerte sin remedio para ser un redimido. "Estad alegres -dice San Pablo-, el Señor está cerca". Sí, muy cerca. Así hemos de encontrarle entre nosotros y reconocerle amantísimo a nuestro lado. El Esposo Divino que muestra su amor a la humanidad se abraza al hombre para conducirle, consolarle, purificarle y sacarle de su abatimiento. Se trata de un gozo nupcial que quiere llevarnos a la plenitud de la vida haciendo de la humanidad pecadora su "esposa luminosa", cubierta de la gloria de Dios. Por este amor inmenso Dios se ha hecho hombre, para comunicarle la plenitud de la paz, de la amistad y de la libertad. Dios mismo se alegra cuando nos encontramos con él y apuesta por nosotros, pues hay sintonía y correspondencia en esa relación siempre sorprendente y desigual.

"¿Qué debemos hacer?" preguntaban al Bautista, "el amigo del Esposo", quienes buscaban al Mesías. Sólo cabe acoger a Jesús, el regalo divino, salir de uno mismo y responder a su entrañable oferta de amor. Más fácil será si apartamos los espejismos, los sucedáneos de felicidad que nos despistan, los egoísmos sedantes que nos aíslan de las penas ajenas y nos anclan en desórdenes aceptados e injusticias consentidas. La Navidad perdida se recupera así, que es tan realista como un niño pobre recién nacido, como un pesebre de aldea o un villancico.

El portal de Belén es una ventana abierta al misterio, como un icono. A través de él no sólo se mira, sino que se es mirado. Se mira porque es un objeto de veneración abierto a la contemplación; se es mirado, en cambio, porque ese misterio se hace presente y nos acerca el hecho que representa. Desentraña entonces el secreto que guarda de la verdadera alegría, que no está en tener cosas, sino en sentir que el amor de Dios nos visita y enriquece. En este hogar nos sentimos amados de veras, nos queremos entre nosotros y nos convertimos en don para los demás, convencidos de que no solo nos alegran las cosas, sino, sobre todo, el amor y la verdad que responden a nuestros anhelos más hondos. Dios caldea de cerca nuestro corazón y nos hace ver que el Niño que está en el portal es el corazón del mundo y llena también el nuestro. Contemplar la escena y adorar suscita un gozo que es calor y profecía, «evangelio» y anuncio gozoso. Ciertamente es posible entonces llenar la vida de su mensaje y ser sus humildes testigos, como los pastores, los magos, y cuantos fueron prontos para creer, como después los apóstoles.

He aquí la Navidad, un tesoro revelado a los pequeños, a los pobres, y a nosotros, que esperamos en Él. En ella comenzó la mayor revolución del mundo, que nos deslumbra aún por su desconcertante humildad: la osadía de un Dios tan loco de amor por nosotros que se hizo criatura y nació en un pesebre. ¡Qué bien si la Navidad nos sorprendiese con su eterna paradoja, tan provocativa siempre y peligrosa, siendo tan sencilla! El más modesto portal o el más cándido villancico podría activar en nosotros la gran revolución de la alegría.

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