La estación de Cádiz: una joya escondida

Tribuna de opinión

El conjunto es uno de los espacios más significativos y emblemáticos de la ciudad.

Antonio L. Muñoz

15 de febrero 2015 - 01:00

LAS estaciones de ferrocarril fueron una feliz consecuencia de la Revolución Industrial que James Watt y otros ingenieros iniciaron en Inglaterra en 1769. El empleo del hierro como material constructivo y la necesidad de cubrir grandes espacios como fábricas, almacenes o mercados, hicieron cambiar el rumbo de la arquitectura hacia lo útil y funcional. De esta manera y a partir del primer tercio de siglo XIX se construyeron obras tan emblemáticas como el mercado de la Magdalena, la Estación del Este, el almacén del Bon o la Biblioteca Nacional de París, obra maestra esta última de Henry Labrouste, quien puso de manifiesto las cualidades del hierro fundido, el hierro forjado y el cristal a la hora de conseguir espacios diáfanos y luminosos.

La primera estación de ferrocarril se construyó en Inglaterra, en 1830, para el transporte de viajeros con el trazado de la línea Liverpool-Manchester. Su tipología influyó en la idea de concebir un edificio para viajeros de acuerdo a los principios de la arquitectura civil unido a un hangar con marquesinas, construido en base a los nuevos materiales que se impondrían en las Exposiciones Universales de Londres y París a mediados del siglo XIX.

En España, la Estación de las Delicias de Madrid se acogió a las novedades ofrecidas por la Galería de Máquinas de la Exposición Universal de París de 1879, en el sentido de lograr un espacio diáfano donde el hierro y el ladrillo conviviesen armónicamente. Así ocurrió en otras estaciones como la de Atocha, las del Norte de Valencia y Barcelona, la de Cartagena… En Andalucía fue muy significativo el empleo del estilo ecléctico en las estaciones de Córdoba, Almería, Málaga, Sevilla-San Bernardo y Cádiz. Los motivos decorativos fueron muy diferentes, aunque se dio un predominio de los elementos neomudéjares: arcos de herradura, celosías, ladrillo rojo…

En Cádiz, el edificio lo debemos a Agustín Jubera, que en 1902 lo proyecta en el contexto de la línea Sevilla-Jerez-Cádiz como estación término, por lo que construirá dos pabellones, uno de entrada y otro de salida de viajeros, unidos al exterior por una cubierta metálica acristalada y enmarcada en un frontón triangular que componen una fachada muy de acuerdo a los planteamientos compositivos de la Grecia clásica. Los pabellones se decoran con un friso de triglífos y metopas de tradición panhelénica que se ven enriquecidos con el contraste del ladrillo rojo imperante en toda la obra. El resultado es de una gran belleza y plasticidad.

El espacio interior se conforma como una basílica cristiana iluminada por una gran cristalera superior y por ventanas laterales en forma de triforio. Las naves laterales se articulan con columnas de hierro de capiteles compuestos, que también se emplean en los pórticos o marquesinas laterales.

La decoración en hierro utiliza los órdenes clásicos. Los capiteles de las columnas son de orden compuesto, jónico y corintio; y los faldones de las marquesinas presentan elementos vegetales muy utilizados en el estilo ecléctico. Paradójicamente, en nuestra plaza de la Candelaria, 6 podemos contemplar una magnífica fachada construida en 1880 conforme a los presupuestos de las nuevas tecnologías. En ella se emplean columnitas de hierro que separan grandes ventanales de cristal… Un buen ejemplo de la adaptación de Cádiz a una trama urbana en la que conviven varios estilos arquitectónicos de gran interés y belleza.

La antigua estación de Ferrocarril es una joya escondida en el paisaje urbano de uno de los espacios más significativos y emblemáticos de nuestra ciudad.

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