20 Aniversario de la muerte de Fernando Quiñones

Elogio del casticismo

  • En el vigésimo aniversario de la muerte de Quiñones Cádiz recuerda al escritor que se fundió con su paisaje. Se rebeló contra el provincianismo utilizando sus mismas armas

Vida de Quiñones

Vida de Quiñones / Miguel Guillén

Hay escritores que se funden con el paisaje. Barcelona tenía a su Vázquez Montalbán, Madrid tenía a su Juan García Hortelano. Son grandes ciudades, tienen esas ventajas, que tienen muchos escritores y alguno da con la tecla universal. Pero la mayoría de las ciudades no tienen nadie que les escriba. Más bien no tienen nadie que les escriba bien, para ser más exactos. Es decir, la mayoría de las ciudades de las dimensiones de Cádiz se tiene que conformar con trovadores de consumo local. Pero Cádiz encontró en Quiñones el castizo que era capaz de sublimar un espíritu, ya que convendremos en que las ciudades tienen espíritu, que por su propia condición de espíritu son imposibles de definir.

Creo que en terminología de hoy el chiclanero Quiñones sería de niño diagnosticado como hiperactivo. Incluso es posible que le hubieran dado una pastilla para calmarle. No paraba. Fue innovador en tantas cosas... Porque como toda ciudad provinciana Cádiz podía pensar que era muy moderna, pero, según uno ve las crónicas, no lo era tanto. Quiñones era el moderno. Les pongo un ejemplo. Quiñones inició una campaña de conservación patrimonial de su entorno, de La Caleta. Me contaba mi querido compañero Emilio López cómo formaba las brigadillas para limpiar la playa. Esto hoy es muy normal, está mal visto tirar colillas en la playa. Entonces no lo era tanto. No, entonces no lo era nada. Es una tontería, pero es un ejemplo de la fusión con el paisaje de la que hablaba.

Luego no era nada fatuo, para ser una personalidad local. Yo no le conocía, pero mis compañeros más veteranos sí porque escribía sus cosas en esta humilde publicación con siglo y medio y algo de existencia. Se plantaba por aquí por la Redacción, que entonces no estaba aquí, sino en la calle Ceballos, como es sabido, y conversaba y hacía sus bromas. Esto puede parecer normal, pero para un tipo que tenía mundo, gracias al Reader’s Digest, que era una cosa espantosa para lectores perezosos, era un gesto de generosidad ante semejantes cuyo currículo viajero era (vamos a dejarlo en) limitado.

Sacó un par de libros recopilando sus artículos de prensa, como siempre osa hacer un articulista si hay alguien que se lo financie, ya que nadie gana dinero con libros de artículos. Nadie los compra. No era de los peores, para lo que son los articulistas.

No repitamos cosas sabidas como que impulsó la peña El Mellizo, en su defensa del flamenco cuando el flamenco, como La Caleta, no tenía quien defendiera su patrimonio. O que Borges le escribió sus elogios, aunque uno lea a Borges y a Quiñones y no acabe de ver la conexión (pero eso es un problema mío). O que, claro, él hizo algo de Alcances o el Festival de Cine del Atlántico, como se le llamó. En definitiva, siendo provinciana, sin ánimo peyorativo, Cádiz era menos provinciana con Quiñones. Hay quien dice que en estos veinte años que llevamos sin Quiñones Cádiz es mucho más provinciana, provinciana hasta el éxtasis. Pero es gente maledicente. Seguro que no.

Su generación

Aparece Quiñones en cualquier relación de la generación de mediados del siglo pasado. No una generación brillantísima, pero la que teníamos. Es decir, mencionemos a Quiñones y rápidamente tendremos que decir Juan Marsé, Gil de Biedma, García Hortelano, Brines, Ángel González y Caballero Bonald. Fue Bonald el que quiso etiquetar (él el primero) a toda esa generación como algo borrachuza, noctívaga y amante de la cuchipanda. Quiñones tampoco quiso hacer ascos a eso en una España tan gris e insulsa. No dejaba de tener algo de rebelión amanecer en los bares. De todo ese grupo no sería él el mejor novelista, que lo sería Marsé; ni el mejor poeta, que posiblemente lo fuera Ángel González; ni tampoco el mejor cuentista, que lo fue García Hortelano. Pero en esa generación Quiñones funcionaba como una pieza sin la cual el engranaje no funcionaba. Quiñones era el sur.

Con Caballero Bonald, paisano de provincia, aunque Bonald tomó las de Villadiego en cuanto pudo y, sí, regresó a Sanlúcar, pero en Jerez dejó una Fundación (la Fundación de Quiñones no tuvo tanto éxito) y no quiso saber mucho más, recreó un viaje identitario por Andalucía que reivindicaba muchas cosas antes denostadas, símbolo de folclorismo. Hablaron de fenicios, romanos y de la llegada de los gitanos. Quiñones era hombre culto de lo suyo, sin afectaciones. Se encuentran pocos.

Creó Quiñones su personaje y debió de ser personaje notable cuando veinte años después aún le lloramos e incluso se le siente presente. Tuvo la capacidad de inmortalizar el Cádiz de su tiempo, que posiblemente no difiera tanto del Cádiz de ahora porque el inmovilismo de esta ciudad es un ejercicio digno de estudio daguerrotipista. Es esa misma ciudad sin Quiñones. Y claro, pierde mucho.

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