Quico Rivas: una vida en la cara B
Libros
Fran G. Matute retrata en un libro editado por Athenaica a un personaje rodeado por la leyenda, el crítico que marcó el rumbo de la pintura española y figura clave de la Movida
Entrevista con Fran G. Matute
Descubrir (y reivindicar) la obra de Manolo Summers
"La cosa es que, de haberte conocido, querido Quico, te habría machacado a preguntas. ¡Hay tantas leyendas a tu alrededor! Nada me hubiera gustado más que sentarme a tu lado y charlar contigo, escuchar esa risita entre nerviosa y maquiavélica que gastabas", escribe Fran G. Matute al principio de A Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana (Athenaica). Matute, que ha comisariado las exposiciones Días de viejo color. Vestigios de una Andalucía pop (1956-1986) y, junto a Miguel Olid, It’s Summers time! Vida y obra de Manolo Summers, y es autor también del ensayo Esta vez venimos a golpear. Vanguardismos, psicodelias y subversiones varias en la Sevilla contracultural (1965-1968), parecía predestinado a ahondar, con el fervor de un erudito entregado a la causa, en el perfil escurridizo e imprevisible de Quico Rivas (Cuenca, 1953 - Ronda, 2008), el crítico que con Juan Manuel Bonet marcó el rumbo que seguiría la pintura española, el gestor que propició las alianzas que darían pie a la Movida madrileña, el pintor y poeta que prefirió el segundo plano.
Matute recurre a los papeles privados de Rivas y a las noticias aparecidas en la prensa para invocar a un fantasma, atrapar a una figura inquieta que con su agitación constante evitó acomodarse a un retrato nítido. "Fue amigo de tantísima gente que te diría que cada uno tiene un Quico Rivas en la cabeza. Como era muy poliédrico, enseñaba una cara u otra dependiendo de con quién estaba", analiza este colaborador de publicaciones como Jot Down o El Cultural. "Amigos suyos que han leído el libro se han sorprendido al descubrir otras facetas de Quico, lo que me parece un dato revelador: incluso a gente que estuvo cerca de él le faltan patas de la silla para componer al personaje".
El autor de A Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana sucumbió finalmente al hechizo de ese "nombre que estaba siempre pululando, que salía de manera muy secundaria en cualquier historieta sobre la Movida, en los relatos de lo que ocurría en los años 70 y 80 en Sevilla y Madrid", cuando leyó la biografía que Rivas escribió de Pedro Luis de Gálvez, una obra a la que hasta llegar a imprenta también acompañó el enigma. "Él la acabó y se anunció que se iba a publicar, pero eso no ocurrió en vida de él. Se supone que perdió ese borrador, que se quemó en un incendio, pero luego apareció un manuscrito en una librería... Ahí ya empecé a preguntarme quién era ese hombre, a rascar por mi cuenta. Si te fijas, en las entrevistas que hacía en Jot Down siempre acababa preguntando a los entrevistados por Quico Rivas [ríe]. Iba por ahí acumulando información".
La semblanza que firma Matute compara a su protagonista con el héroe de Forrest Gump, por esa asombrosa ubicuidad que lo lleva a ser "testigo en primera fila" de momentos históricos determinantes. "Esto es algo que se ve a posteriori. Nadie es famoso todavía, nadie es consciente de la trascendencia que tendrá aquello. Es gente joven que vive en un Madrid en ebullición, donde se están mezclando los ambientes artísticos con los musicales... Está todo por hacer", sopesa el biógrafo, que define a Rivas como uno de los "creadores principales" de la Movida. "Me consta que es un título ridículo, pero la reflexión que se puede sacar de eso es que la escena artística y underground ocurre no sólo porque haya creadores, también por la gente que empieza a menear el cotarro, a organizar conciertos, exposiciones, a poner en contacto a unos con otros. Si no existiese esa figura, quizás no habrían sucedido tantas cosas. Se queda cada uno en casa con su maqueta del disco, con sus fotografías. Pero hay uno que dice: Tú deberías conocer a este, y va creando una red. Radio Futura, Alberto García-Alix, Ceesepe dan un salto de visibilidad gracias a Quico", señala el especialista.
Rivas, "literato prácticamente inédito" que sólo compartió en vida algunos poemas, pintor que tuvo más relevancia como teórico, se mantuvo en un segundo plano o dejó inconclusos libros y proyectos mientras en su entorno muchos otros creadores acaparaban la atención. "Fue esta una de tus constantes vitales, no terminar nada propio, pero no por no querer hacerlo sino por... ¿perfeccionismo? ¿inseguridad? ¿miedo a la exposición?", pregunta Matute a su interlocutor en la carta que le escribe. La "aspereza" con la que se había expresado como crítico "y la tangana que tuvo con más de un compañero" quizás pesaron en la balanza. "Exponerse ante los demás después de esto no resultaba tan fácil. Eso lo paralizó, pero él también estaba cómodo en la cara B de la historia. No he leído en ningún sitio que se lamentara de no haber sido un poeta o un pintor admirado. Él fue consciente de que creaba en una onda casi personal. Creo que no fue un artista frustrado en este sentido".
Junto a Juan Manuel Bonet, con el que tras coincidir en el instituto sevillano Fernando de Herrera ideó el Equipo Múltiple y escribió entre otros medios en El Correo de Andalucía, no tuvo miedo a batirse en duelo "con nombres casi intocables de la cultura española", como destaca Matute en el libro. "Yo los veo un poco como Chip y Chop, dos liantes sin miedo a nada, a los que la juventud y la erudición que ya manejaban les hicieron crecerse", defiende el investigador, que aporta un episodio ilustrativo de ese carácter beligerante de ambos, "y es que con 18 años tienen una trifulca con Tàpies, que ya entonces era un dios...".
Por una revolución de la vida cotidiana también narra la "aventura efímera" del Centro de Arte M-11, que Rivas y Bonet abrieron en Sevilla entre 1974 y 1975. "Duró muy poco, pero lo que hizo en ese tiempo fue brutal. Aquí expusieron Equipo Crónica, Gordillo, Millares, los nombres más importantes del arte español de entonces... Pero la gestión fue un poco desastre, la prueba es que un tipo estuvo a punto de robar una obra de Equipo Crónica. Lo pillaron cuando estaba cogiendo el taxi", recuerda Matute entre risas.
Otro factor, aparte de la nula rentabilidad del proyecto, provocó que el mecenas Javier Guardiola se retirara: una pintada que rezaba Rojos al paredón avisaba de las reuniones clandestinas que se producían en el interior del centro. En este sentido, Matute se muestra escéptico con "esa militancia exacerbada de Quico en Acción Comunista, que me resulta difícil de creer. Me cuesta pensar que él comulgara con determinadas doctrinas que eran muy cerradas", dice sobre el compromiso de este hombre de origen aristocrático que "fue una especie de ácrata, su inteligencia y su cultura estaban por encima de las consignas. Después de su etapa en Acción Comunista, él se desencanta, como mucha gente de su generación, y se aparta de la política reglada, la política de manifiestos y lecturas obligatorias, y se pasa a una especie de anarquismo individualista cercano a la CNT. Pero fue un cenetista muy libre".
Que Rivas no encajaba en ningún molde lo confirma que en una manifestación unos anarquistas le abrieran la cabeza por llevar en la solapa un pin de la Macarena, una imagen por la que el artista sentía una devoción laica. "No es que fuera un capillita, pero si podía no se perdía la Semana Santa de Sevilla. Él quiso comprender, intelectualmente, el origen de este fervor pagano que generaba la fiesta en él y en otras personas que no eran creyentes y que incluso estaban en contra de la religión". Un apego similar le inspiraba el flamenco: "Yo creo", prosigue Matute, "que el mundo del rock nunca le interesó demasiado, que fue el flamenco el que le tocó el corazón. Y como con la Semana Santa, quiso entender a través de sus lecturas qué había ahí para que aquello le llegara tanto. Posiblemente las noches más gloriosas de Quico en Madrid fueron en un tablao, y él tuvo la suerte de ver actuar a todos los grandes: Paco de Lucía, Camarón, Enrique Morente, Pepe Habichuela... Él le hizo a Camarón su última gran entrevista, que fotografió además su amigo Alberto García-Alix".
En Quico Rivas. Por una revolución de la vida cotidiana, se describe la fatalidad que acompañó a la pandilla de su protagonista, "la primera generación de la heroína, castigada también por la aparición del sida, por las esquizofrenias que surgieron por el consumo de drogas... Él se movía en unos ambientes extremos, y acabó con el hígado destrozado. Murió joven, pero fue también un superviviente", dice Matute sobre un personaje al que también retrata en su complejidad emocional: "Reconoce que siempre fuiste muy melodramático en lo que a las despedidas se refiere", le dice Matute en la íntima misiva que le dirige. "La gente que lo conoció te puede contar los sablazos que le metió y la cantidad de veces que hizo favores", explica el biógrafo. "Actuaba como los antiguos bohemios, con cierta picardía. Cuando lo necesitaba, cogía, y cuando le sobraba lo daba... Vendió algunas obras de Dis Berlin, pero este cuenta que jamás vio un duro de aquello, aunque habla de él con cariño. Yo creo que en el recuerdo que se tiene de él están compensadas las barrabasadas con los detalles bonitos".
El itinerario por la vida de Rivas se detiene también en el desengaño con que contempló la evolución del mundo del arte, al que acabó catalogando como "tenebroso", un "medio fuertemente especulativo donde el dinero es el único patrón de referencia". "Hay que tener en cuenta", expone Matute, "que Bonet y él organizan dos exposiciones, 1980 y Madrid D.F., que anticipan y guían lo que va a ser la pintura de los años posteriores, y que con su labor como crítico, pero también con su trabajo con Juana de Aizpuru para ARCO, continúa su influencia. Para él, resulta duro comprender que el arte ya no tiene trascendencia, no genera debates. Le duele que sólo interese a coleccionistas y marchantes, y no preocupe a la sociedad".
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