El Tiempo Un inesperado cambio: del calor a temperaturas bajas y lluvias en pocos días

conflicto demográfico
  • Los jóvenes de entre 20 y 30 años salen a un mundo lleno de incertidumbre, donde las certezas están dejando de serlo

  • No conciben que su futuro pase por territorio gaditano, ni que la hucha de las pensiones les alcance

Cádiz no computa para la generación entre dos crisis

La provincia gaditana no ofrece suficientes expectativas de futuro para la generación que se incorpora al mundo laboral. La provincia gaditana no ofrece suficientes expectativas de futuro para la generación que se incorpora al mundo laboral.

La provincia gaditana no ofrece suficientes expectativas de futuro para la generación que se incorpora al mundo laboral. / Julio González

Escrito por

· Pilar Vera

Redactora

En cuando empezaron a tener algo de uso de razón, la crisis del ladrillo hizo que, quienes nacieron con el cambio de siglo, empezaran a escuchar que algo que no sabían que existía se tambaleaba como una urbanización de la burbuja. Todo lo que parecía sólido, aprendimos todos en esos años, no era más que cartón piedra. Y no sé quedó en una simple grieta: el impacto siguió extendiéndose como el choque de una china contra el parabrisas.

Resulta que hoy, cuando les ha tocado asomar la patita al mundo real, los cantos de sirena del Apocalipsis han subido una octava. Pandemia, guerra en Europa, cambios geopolíticos, lucha más o menos soterrada por los recursos, neoliberalismo reinante. Y, en las cartas, el patio de recreo de Europa. Hablamos con distintos veinteañeros de las expectativas sobre su realidad y futuro.

MIGUEL, 25 años. Ha hecho el grado en Magisterio (Primaria) y actualmente se encuentra realizando un máster sobre mediación de conflictos. Realiza prácticas con el colectivo CEPA y, por las tardes, se dedica a entrenar al fútbol. Comenta que el limbo que ha supuesto la pandemia le ha afectado, sobre todo, a nivel mental, y sabe que no está solo: “El bombardeo mediático se ha disparado y cada vez te cuesta más distinguir la realidad y la mentira –comenta–. Además, aunque hubiera sido un buen momento para pararse y actuar sobre lo que de verdad importa, al final la rueda ha hecho que todo termine redundando en los de arriba, como siempre”.

Para Miguel, la problemática del escenario en que vivimos responde a una cuestión estructural, “donde lo normal es vivir para el trabajo y, luego, sobrevivir”. Dentro de estos parámetros, por ejemplo, la formación universitaria tiene condición de obligado cumplimiento: “Sin formación, está claro que no vas a ningún sitio, pero para mí es poco más que un pase”.

“En los momentos clave –puntualiza–, sigue habiendo trato desigual para distintos colectivos, por ejemplo. Y si ya lo juntamos con la interseccionalidad, es cuando lo de la equidad se te cae por completo”.

“Yo, cuando entreno –prosigue–, digo siempre que querer no es poder, aunque desde luego el primer paso para poder es querer -desarrolla-. Empezando porque tus condiciones físicas van a ser diferentes de las del que está al lado. No es que el esfuerzo no valga la pena, pero el problema viene de condiciones que la propia sociedad te va a dar desde el inicio”.

No creen que la preparación académica se traduzca necesariamente en mayor estabilidad

“Si eres realmente genial -indica Miguel- es my difícil que no termines destacando de alguna manera. Pero está claro que, para llegar, no todo el mundo tiene que realizar los mismos méritos, no se sale del mismo punto de partida”, insiste.

Respecto a la calidad de vida en comparación con las generaciones anteriores, Miguel apunta una perspectiva interesante: “Hoy en día podemos tener una mayor conciencia de cómo vivimos porque tenemos un conocimiento de cómo va el resto del mundo que antes no se tenía –indica–. Esto también lleva aparejado un cierto nivel de estrés e incertidumbre”. El uso de las tecnologías implica, también, una minimización de “nuestro tiempo libre, y una reducción de la posibilidad del cara a cara a la hora de resolver conflictos”.

Respecto al catacroquen demográfico, “como en tantas otras cosas –reflexiona–, la sociedad te dice lo que quiere que hagas pero no te lo pone fácil”. En el sistema público de pensiones no tiene mucha esperanza, “aunque a veces pienso que no interesará a los arriba un desbroce total por su misma perpetuación”.

JUDITH, 27 años. Es graduada en Filología Inglesa. Su amor por la traducción y el cine le hizo especializarse en un máster de traducción audiovisual. Poder formarse en algo que no exigiera desplazarse forzosamente fue, también, otro de los factores a considerar:“La producción audiovisual normalmente la hace la gente en su casa, aunque tenga que viajar puntualmente; y tampoco te hace depender de horarios reglados”.

Estuvo trabajando también como profesora en una academia de idiomas, pero el precariaje y el parón de la pandemia la hicieron desistir:“Y luego, la realidad de los freelance es que te comen los gastos; por otro lado, se estaban paralizando los exámenes de oposición, retrasándose todo... Así que cuando vi la oportunidad de entrar a concurso en el entorno de emprendimiento de la UCA, no lo dudé”.

Para ella, el bagaje formativo es un “plus si has hecho realmente lo que te gusta, sea lo que sea. Ha habido una especie de moda de decir que un título académico te da más herramientas, y no es verdad –asegura–. La FP siempre se ha mirado desde arriba pero realmente está más relacionado con el trabajo, tiene una mayor toma a tierra. Ahora mismo, además, lo que las empresas buscan son habilidades, no conocimientos”.

Ni meritocracia ni equidad resisten, opinan, el choque con la realidad

Piensa que, a nivel laboral, aún hay muchas cosas que cambiar y “no tenemos consciencia de luchar por ello. Obviamente, hemos mejorado en muchas cosas, pero parece que uno va buscando un avance y ahora hay tantos frentes abiertos que es muy difícil establecer comparativas”.

Sí cree que está clara la cuestión de la independencia:“A mi edad, mi madre estaba casada con hijos. Mi padre y ella trabajaban los dos, no con grandes sueldos, pero con trabajo fijo y dos hijas en el mundo. Desde luego –continúa–, a nivel social y de pensamiento, o de salud, sí creo que se ha avanzado muchísimo. Pero en lo que se refiere a estabilidad económica, sí existe un retroceso. Lo típico que se decía, ¿no?Estudia que es un valor seguro y ahora, ni así”.

“Si esta situación ha traído algo bueno –apunta– es que estamos más con los pies en la tierra. Y, desde luego, cada vez más se confirma que esta no es una realidad del si quieres, puedes, sino de si tienes una oportunidad”.

JAVIER, 25 años. Estudió Ingeniería Industrial en Sevilla y después hizo un máster de especialización en Ingeniería Energética, dentro del grupo de investigación de fusión nuclear. “Es un grupo muy interesante, que recibe bastantes fondos europeos”, explica Javier, que ha estado más de un año trabajando el doctorado en Múnich. Reconoce que, dentro de lo malo, el covid sólo ha influido en ralentización de proyectos y una vida algo distópica en Alemania.

Sus posibilidades de terminar trabajando en ámbito cercano son, admite, reducidas, “al menos, en 10-15 años”. El otro camino, el académico, se presenta como un “suplicio” en Andalucía.

Aunque es un ramo cotizado, Javier advierte que la ingeniería “ha perdido un poco de valor en los últimos tiempos. Las quejas de generaciones anteriores eran la responsabilidad terrible que tenían nada más salir, porque eran muy pocos;y ahora, puedes ver también contratos de 600 euros y confiar en tener un colchón. Ya no es ni mucho menos la clave para hacerte de oro, no es la EADE”.

Javier lamenta también la denostación que ha sufrido la FP, “cuando en Alemania, por ejemplo, se la tiene en bastante estima. Un soldador bueno vale su precio en oro. Pienso que aquí hubo una burbuja al respecto, con universidades cada diez metros y una especie de liberalización de títulos... Creo que ha habido una exageración de la necesidad de títulos en general”.

La mayor inestabilidad económica les es evidente al compararse con sus padres

Para Javier, la posibilidad de vivir mejor existe y la generación anterior es una prueba de ello:“Ocurre que, en unos pocos años, hemos tenido un crecimiento fagocitador. De acuerdo que en gran parte fue por la deriva fruto del final de la guerra fría, en un afán al principio, de asegurar, y después, de demostrar que se era mejor, que el nivel de vida occidental era mejor que el soviético. Pero al final hemos terminado con un sistema atrofiado, desigual, en el que hay billonarios que van al espacio, en una enajenación total de la realidad”.

Reconoce, también, que el campo de la ingeniería es territorio abonado para la cultura del esfuerzo individual como mantra: “El gran valor es que te rompas los cuernos. No hay gran mentalidad de derechos laborales porque va en contra del esfuerzo y la meritocracia, conceptos muy metidos dentro del campo de ingeniería. Esto se ha vendido mucho desde que éramos pequeños y es falsísimo”.

Por salud mental, social y medioambiental, Javier piensa que la implantación de la jornada de cuatro días debería estar ya sobre la mesa, y que el concepto de “flexibilidad” en el mundo del trabajo debería “cortarse un poco. Y, en lo que se refiere a investigación, que metiesen más dinero, por supuesto”.

Da por hecho que no verá un euro de la hucha de las pensiones “y es verdad que se comenta mucho esto del antinatalismo, pero mira el mundo que se van a llevar los que vengan en cuanto aumento la temperatura y el norte de África vaya a peor, por ejemplo. Al final, son cosas que te preguntas. Yo tengo amigos ya en los treinta y no están en una posición ni de cerca de plantearse una familia”.

PAULA, 22 años. Hizo Bachillerato para hacer un título en Integración, pero terminó optando por Animación. Ahora, mismo, está haciendo prácticas con los chavales de CEPA pero intención es opositar a Policía Nacional. Compagina los estudios trabajando en una discoteca los fines de semana. “Muchas veces, pagando puedes hacer grados más específicos de lo que te gustan, pero yo no tengo 3000 euros para pagar un grado”, cuenta.

Le gusta Cádiz pero “aquí casi toda la salida laboral que hay es la hostelería. “En tiempos de mis abuelos –dice–, al menos tenían Astilleros, mi abuela trabajaba en Tabacalera. Ellos tienen unas pensiones que lo mismo el día de mañana nosotros no vamos a tener. No creo que aquí haya posibilidades para los jóvenes”. De sacarse las oposiciones, afirma, su lugar de destino más probable sería Canarias:“Así, al menos, tengo el clima y la playa parecidos”.

A veces uno se pregunta qué pinta aquí cuando hay gente con carrera y máster que tiene la calle para correr –añade–. Pero creo que los títulos sirven a la hora de encontrar un puesto de trabajo y competir pero, al fin y al cabo, creo que cotizan más cualidades como la iniciativa o la constancia y la motivación por el trabajo porque, si no tienes eso, dan lo mismo los galones. No valemos un título: hay gente muy capacitada que, por circunstancias, no han podido obtenerlo y se les hace de menos”. En este sentido, el tema de tener o no una oportunidad y la posibilidad de equivocarse es, opina, fundamental.

“Respecto al problema que tenemos con la natalidad –continúa–, yo sí que sé que no voy a tener un niño para que me lo mantenga nadie. Me gustaría pasar por la experiencia pero si no tengo estabilidad económica, no me planteo tenerlo”.

Formar una familia es algo lejano para su generación sobre todo, consideran, por la inestabilidad material

LUCÍA, 31 años. Se sacó el grado en Publicidad y Relaciones Públicas en Madrid pero, antes de recabar en Cádiz, ha pasado también por Argentina y Canarias, donde estuvo trabajando cuatro años de CM. Está terminando un máster en la UCA mientras realiza prácticas por la tarde.

“Curiosamente, al trabajar en temas de redes, cursos y demás, lo que la pandemia me dio fue más trabajo”, comenta respecto a un desempeño del que le gustaba la estabilidad pero en el que terminó viéndose “encasillada, y quería probar otros campos ahora que no tengo ningún tipo de carga familiar ni nada”.

Para Lucía, la realidad precaria es “frustrante: quien busca trabajo encuentra cosas de prácticas, a veces sin cobrar, que pueden durar un año. Hay jóvenes que viven con sus padres que a lo mejor pueden dar una oportunidad a lo que están haciendo pero, para otros, es muy difícil. Te pone en una situación de buscar otros trabajos cubrir gastos”.

En esta realidad, “el tema de la universidad es como el colegio, es lo que toca –concluye–. Yo hice un ciclo porque tampoco tenía muy claro por dónde ir pero tengo muchos compañeros que, desde que salieron, están trabajando de eso. Lo mismo no tienen tanto corpus formativo pero es un desempeño mucho más práctico. También, si no eres graduado, las empresas pagan menos”.

A Lucía, que asegura que para ella es vital el buen ambiente en el trabajo, le encantaría trabajar en algo relacionado con su formación “y tener cierta estabilidad. Me da igual dónde, donde salga la oportunidad”.

MARC, 21 años. Es de Sant Adrià (Barcelona)y vino al sur a estudiar Humanidades en una especie de “proyecto personal”. Se define como un “humanista con preocupación por la vida”. Tal vez por eso se a implicado en la iniciativa de El Jacobino, un proyecto de izquierda que, afirma, “renuncia a al liberalismo que está adoptando el progresismo actual”.

Para él, la pandemia ha sido una vuelta de tuerca más “a la gran depresión, que se suponía se iba a estabilizar por las mismas dinámicas del sistema, pero no ha ido así”, comenta. Para Marc,que precisamente hablará de La Necesidad de las Humanidades en una mesa redonda el próximo día 27, la neoliberalización llega también a lo educativo donde, cada vez más, se pone énfasis en crear “sujetos con vocación empresarial: una heteronorma que nos conduce a un discurso de meritocracia obsoleto”.

“La pregunta más normal cuando estás en Bachillerato y te presentan los grados es qué salidas tiene -asume-. Pero es un error gravísimo vincular el valor a la utilidad. Las Humanidades, por ejemplo, no tienen gran utilidad pero sí un gran valor: el de provocar el pensamiento autónomo, la autonomía de un juicio racional”.

Asumen que el camino a un mayor individualismo se ha traducido en una menor cohesión social

“De alguna manera -prosigue-, habría que recordar que el objetivo primordial de una sociedad es crear ciudadanos de pleno derecho, no empresarios. Que se hable de realizar continuos reajustes en la universidad pública pero lo privado también se financia con las arcas públicas va en detrimento de todo esto". En este escenario, la meritocracia es una “estafa, un ejemplo de terminología desligada de la realidad, pues tendría que darse a partir de una estructura en pie de igualdad, mientras que está claro que una persona tenga algún tipo de patrimonio lo tiene más fácil para rozar la excelencia”.

Respecto a la comparativa con las generaciones anteriores, y salvando las mejoras en derechos civiles, Marc se remite al famoso Informe Petras del que hablaba Anguita, “que fue encargado -y encajonado- por el PSOE, y que decía con bastante claridad que las generaciones futuras iban a vivir peor, y con menos capacidad de reacción, pues estarían menos acostumbrados a la participación política”. Y eso, sin el efecto soma de las redes sociales. “La uberización de la sociedad es una evidencia”, asegura. Además de una remuneración justa, un trabajo debería permitirte “cierta libertad para plantarte frente a determinadas condiciones acordes con la dignidad,  reforzar convenios colectivos o acogerte a unos derechos laborales que impidan esclavizarte de forma sistémica. Yo creo -comenta- que el objetivo de la mayor parte de la gente hoy en día no responde a una ruta o incluso a cierta ambición sino, simplemente, a subsistir, a resistir en un sistema de mercado libre”.

Marc advierte también de la devaluación de lo académico: “El hecho de que quien tenga unos títulos termine cobrando mucho menos de lo que debería, o trabajando en puestos para los que están sobrecualificados, lo que hace es terminar perjudicando a los del escalón anterior”. La academia sería, al fin, la opción que él mismo manejaría: “A mí me encantaría vivir aquí pero, siendo honesto, creo que la opción va a ser salir de Cádiz”. De momento, este septiembre tiene planeado irse a Madrid a hacer un máster de Filosofía Política, “mientras trabajo para pagarme alguna habitación en la periferia”, asume.

Tiene claro que el cada vez más menguado relevo generacional responde a una realidad material: “Se escuchan algunos argumentos maniqueos al respecto –comenta–, pero lo que se debería procurar es que tener hijos no sea algo asfixiante para el que quiera”. Y da por hecho que, cuando llegue a la jubilación, ya no habrá nada en la saca: un fenómeno que va de la mano de la “privatización absoluta de todo lo público”.

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