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Laurel y rosas

Chiclana no es Chipiona, o viceversa

Ya no es como escribió una vez Antonio Machado, dando voz a su apócrifo Juan de Mairena: “Aunque nuestro pensamiento pueda saltar de Cádiz al Puerto y del Puerto a Singapoore, es evidente de toda evidencia que nadie que viva en Chiclana puede morirse en Chipiona. De esto que os digo estoy completamente seguro. Y no creáis que abundan las verdades de este calibre”. Machado lo escribe en su deslumbrante Juan de Mairena: sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un escritor apócrifo (1936), y lo hace a propósito de la cuestión de la muerte para rebatir a Epicuro, ya que según el griego la muerte no existe “porque mientras somos, la muerte no es, y cuando la muerte es, nosotros no somos”.

Mairena opina al contrario, que la muerte “va con nosotros y nos acompaña en vida”, sentencia. Y escribe esto para desdecir las palabras de Epicuro: “Con este razonamiento, verdaderamente aplastante pensamos saltarnos la muerte a la torera, con helénica agilidad de pensamiento. Sin embargo eso de saltarse la muerte a la torera no es tan fácil como parece, ni aun con la ayuda de Epicuro, porque en todo salto propiamente dicho la muerte salta con nosotros. Y esto lo saben los toreros mejor que nadie”. Y si hay que volver a la muerte, se vuelve. Porque no nos deja, porque insiste una y otra vez. Y evitarla es imposible. “La muerte va con nosotros, nos acompaña en vida; ella es, por de pronto, cosa de nuestro cuerpo”, añadirá Mairena.

El propio Antonio Machado hizo de la muerte una constante en su poesía –y en su filosofía–, desde la de su amada Leonor a la de su amigo Giner de los Ríos, a quién le dedico unos bellos versos, y no por ello menos trágicos: “¿Murió? Solo sabemos/ que se nos fue por una senda clara,/ diciéndonos: Hacedme/ un duelo de labores y esperanzas”. Compromiso social y esperanza en el futuro, es lo que encontró Machado a través de Giner. Y esa fue su forma, quizás no de vadear la muerte –“imposible”, al decir de Mairena–, pero sí al menos de sobrellevarla. Labores y esperanza.

Lo que pretendía era centrarme en esa Chiclana que el profesor de Retórica y trasunto de Machado saca a colación para exponer que hay verdades irrebatibles. Aunque, lo cierto, es que esa verdad de Juan de Mairena, y bien lo sabemos, hoy es indudablemente relativa, tanto que quien viva en Chiclana puede fallecer en Puerto Real. De la muerte, no, de “la muerte no cabe dudar, es la verdad más profunda y radical que acompaña al hombre”, como escribe Paul Aubert a propósito de Machado. Claro que Mairena cuando cita a Chiclana no imaginaba que décadas después los chiclaneros nacerán y morirán en Puerto Real y los gaditanos se enterrarán en un Cementerio Mancomunado en Chiclana, ni que –ya huyendo de la retórica de la muerte– a los de Chiclana y los de Chipiona nos confunden, o confundían, en Madrid un día sí y otro también.

Ahora menos, que ya hace quince años que murió la “más grande”, Rocío Jurado. Pero a quién no le ha pasado es que no ha ido a Madrid. A la pregunta de “de dónde eres” y la respuesta evidente —“de Chiclana”—, la réplica era siempre la misma: “Ah, de Chiclana es Rocío Jurado, ¿no?”. A lo que yo, y mil veces, contestaba indefectiblemente: “No, de Chiclana es Rancapino. ¿Tú has escuchado como cantar a ese gitano?”. Ahora, o bien te interpelan: “Ah, que gran playa es La Barrosa” o “Yo he estado en Sancti Petri”, que luego resulta que es realmente el Novo. A estas alturas, todavía hay quien piensa que el Novo Sancti Petri no es Chiclana, porque no ha pisado el centro, ni la Plaza, ni Santa Ana…

Pero lo que me intriga –y que no sé realmente responder– es por qué entre tanta España, entre tanta Andalucía, entre tanto Cádiz, incluso, entre tanta Bahía y los Puertos, y Jerez, Machado pone a ese trasunto suyo a pensar en Chiclana y en los que viven en Chiclana, que no era ni es Chipiona. Detrás de esa frase debe haber una historia, un viaje, un encuentro, un pasodoble, que por ahora se nos oculta. Que debía conocer Chiclana, es indudable. Porque su propio abuelo, Antonio Machado y Núnez, fue de los primeros en recorrer las marismas, nuestras salinas, persiguiendo “zancudos y palmípedos que han llamado mi atención”, como escribe en su Catálogo de aves observadas en algunas provincias de Andalucía (1854), y cita entre ellos a la popular cigüeñuela común.

Que años después, su nieto, el gran poeta, pudiera haber vuelto, no se sabe. Quizás fue solo que Machado sabía –o habría presenciado– algún diálogo semejante al que sucedía con Rocío Jurado, que el autor de Campos de Castilla fuera testigo de que ya entonces Chiclana y Chipiona se confundían. Esa sílaba “Chi”, en la que se había transformado la raíz romana “cae”, presente en nuestra Villa Caeciliana y también en el faro de Quintus Servilius Caepio, que más tarde diera nombre a Chipiona, debía enredar, como aún hoy lo hace entre los madrileños. O vayamos a saber, igual solo era el moscatel… que, aquí en el marco de Jerez, o es de Chiclana o es de Chipiona, y no hay más. Sería.

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