Laurel y rosas

Las “sombras”, Quino García y el 5 de marzo

En medio de las calles, entre las aceras, en algunas plazas, han surgido “sombras” que reúnen una afortunada Ruta Napoleónica. Lo es porque esas “sombras” vienen a recordarnos que la Historia –así en mayúsculas– no debe nunca olvidarse. Y menos aquella que se escribe a veces en minúscula, que es la nuestra, la más cercana, la más íntima: como son los dos años y y medio, sombríos y terribles, de la ocupación francesa, entre el 7 de febrero de 1810 y el 25 de agosto de 1812. También la batalla de La Barrosa, porque no, “no fue una batalla inútil”, como rebate Joaquín García Contreras en “Los Gracos británicos”, su último libro. “De haberse perdido, el rumbo de la guerra de la Independencia habría sido otro”, sentencia. Quino, como lo conocemos todos, hace suyo el argumento de dos historiadores británicos contemporáneos, John Greham y Martin Mace: “Nunca se ha entendido el lugar en la historia de la Batalla de La Barrosa. En particular no se ha apreciado lo cerca que estuvo el Gobierno español de ser capturado”.

El órdago que las tropas anglo-españolas lanzaron aquel 5 de marzo para liberar Cádiz del cerco francés fue tal que “con las tropas de Zayas en tierra firme quedaron muy pocas en la Isla de León, lo que supuso que no había casi nada que impidiera a Victor entrar en Cádiz y capturar a los regentes y los diputados de las Cortes”. Pero Victor no ganó aquella Batalla, ni tomó Cádiz, tampoco sirvió la victoria del general Graham para que los franceses retiraran el cerco, pero “La Barrosa pudo haber salvado a España de Napoleón”, como destaca Quino García Contreras citando a Greham y Mace. Victor, Zayas, Graham, Lapeña, Ruffin, como Catherine Balland y el pintor de la batalla, Lejeune, junto al sargento Masterson y el águila del 8º Regimiento, son “sombras” que desde Sancti Petri a la Loma del Puerco reivindican la relevancia de esa batalla de 5 de marzo de 1811, que ya da nombre al parque público de la Loma. Y en que contiene su relato en once obeliscos de marmol.

Esos personajes, esa historia, necesitan hacerse recordar, recuperar su lugar en nuestra memoria y hacer frente al desconocimiento o al olvido. Han buscado reaparecerse por ello en los paseos marítimos, en los parques, en las aceras de lo que fue aquel campo de batalla, pero también están el centro urbano, en las plazas, en las calles por las que algunas de ellas transitaron. Como sombras que son, se proyectan sobre el suelo, apenas sobre alguna fachada, porque quieren hacerse cotidianas y andar junto a nosotros, que las conozcamos y que las pisemos, por supuesto, porque nada hay más cotidiano, más común, más colectivo, que las calles. Quizás, únicamente, la propia Historia.

He citado la Batalla de La Barrosa, segundo escenario de la Ruta Napoleónica “Las sobras de la Historia”, a raíz de los dos elocuentes capítulos –“La batalla de Chiclana, 5 de marzo de 1811. Una victoria de aparente inutilidad” y “Valoraciones de la batalla de Chiclana”– que García Contreras incluye en “Los Gracos británicos”, el libro que acaba de presentar con el subtítulo de “Las relaciones anglo-españolas durante la Guerra de la Independencia (1808-1814)”. Una lección magistral, como nos tiene acostumbrados, por otra parte. Quino persigue el rastro de los hermanos Wellesley, a quienes compara con aquellos Gracos romanos –Tiberio y Cayo– y destaca como personajes clave en las relaciones anglo-españolas. “Los Wellesley moldearon durante años la imagen de España ante el pueblo británico con sus informes y dicursos –manifiesta–, apoyando de manera decidida la continuidad del esfuerzo financiero y militar en la Península hasta la expulsión definitiva de los franceses”. Richard, que llegó a ser ministro de Exteriores; Henry, embajador en España, y Arthur, duque de Wellington, comandante en jefe en la Península. El libro es de lectura obligada e irrebatible en la afirmación con la que concluye: “Se puede asegurar que lo ocurrido esos seis años marcó un antes y un después en la historia de las relaciones entre el Reino Unido y España. Unos hechos que aún hoy se conmemoran entre las gentes de uno y otro país”.

También por la perspectiva que da, extraordinaria, de aquella mal llamada Guerra de la Independencia, término acuñado a partir de 1850, y opta por Guerra de Liberación Nacional o, en todo caso, simplemente Guerra de España. Y es aquí donde yo quiero traer de nuevo la Ruta Napoleónica y, en concreto, el itinerario que transcurre en el centro urbano porque las “sombras” se levantan –Solano, el magistral Cabrera, Frasquita Larrea, el padre Salado, Paquiro y Ambrosio Muñoz, incluso José Bonaparte, Soult, Villate, Senarmont y Fée– para “recordar” la ocupación francesa de Chiclana. Durante décadas, incluso dos siglos, nos la han hecho ver como una “traición” al Cádiz liberal, a la Patria, pero aquel “Pueblo de Chiclana” –que se revela también en la “sombra” de la plaza de Jesús Nazareno– fue una víctima de la guerra, “padeció” aquella ocupación “como una catástrofe” y respondió “siempre con honor y heroicidad”, pese a que fue abandonado a su suerte, a la destrucción, al hambre y a la muerte. Es lo que dicen las “sombras”.

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