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Ultramarinos

La ciudad

Hombre con una escalera. Centro de Bogotá.

Hombre con una escalera. Centro de Bogotá. / L.A. (Bogotá)

Una acumulación intencionada de edificios sofisticados, plazas y calles que se recorta del campo es una ciudad. La creación más poderosa del ser humano que ofrece un sinnúmero de oportunidades. Una ciudad es ese límite artificial que hace aparecer el cielo y la tierra. Al primero lo mira queriendo alcanzarlo y a la segunda la pisa sin más cuidado que el de no caerse. Hay ciudades que cobijan países y fronteras, otras contienen pueblos que nunca quisieron irse. Es, como dijo María Zambrano, un sistema de vida. Ambiente cargado de potencia, y de humo también, que se respira sobre un suelo que niega su pasado rural. Las ciudades son esa batalla perdida que debemos seguir librando. Las hay eternas, con gracia, bien orientadas. En esas sí tiene sentido la vida.

En donde yo estoy, la ciudad es un caos que nunca podrá comprenderse, encerrado en una retícula ordenada por carreras de norte a sur y calles de este a oeste. Es ese lugar efervescente que da cabida a lo inesperado y promete más de lo que puede entregar. Siempre en deuda. Resultado de múltiples casualidades desafortunadas y mucha buena gente. Esta ciudad está compuesta de multitud de ciudades individuales que se fundan a diario y se guardan unas dentro de otras, sin tocarse. Es todo eso que no es río, montaña, ni cielo. Ciudad desigual, descuido de lo que no es de uno, que se superpone a un cerro divino que es telón, no de fondo, sino de fin. Aquí la ciudad siempre está abierta a quien se atreva a subir. Para ver las estrellas más cerca y a los otros más lejos.

De donde yo vengo, la ciudad es eso que llegan a ser los pueblos con aspiraciones. Entonces lo construido crece con una ligereza impropia y todo lo demás se va haciendo más pequeño. La gente sigue saludándose por su nombre. Los centros se multiplican y los caminos se hacen largos y más anchos. Allí la ciudad es huella y memoria de algo que alguna vez fue. En el pasado siempre será más ciudad que en el presente. Esta ciudad surge de un territorio que pronto se olvida. Solo el río se esfuerza por conectar orillas, paisajes y épocas. Así, día tras día, la ciudad se derrama, cargada de sal, por entre pinos y arena dorada, sin ninguna otra pretensión que seguir creciendo. Esta ciudad es corta y lo será por muy grande que se haga. Allí, como dormidos, en las esquinas de la ciudad, siguen soñando quienes callados la ven pasar.

Esta o la otra, cualquiera que sea, la ciudad se aparece más verdadera en su ausencia. Ahí es cuando cobra sentido. Mientras la imaginamos sin vivirla, al huir de ella.

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