Un paseo por el Cádiz de extramuros del siglo XIX

Historia de Cádiz

El autor hace una reflexión sobre el crecimiento que experimentaría esta zona de Cádiz a lo largo del siglo XX, con especial atención al barrio de San José

Fotografía de Rocafull en la que vemos la Calle Adriano hacia San José.
Fotografía de Rocafull en la que vemos la Calle Adriano hacia San José.
Joaquín Miguel Bonnemaison Correas - Investigador y Humanista

20 de agosto 2023 - 06:00

Hablar de extramuros es hablar de San José, la iglesia que constituye el mismo corazón de lo que hoy es una segunda ciudad fuera de las murallas. Una zona también conocida como Puerta de Tierra que se fue desarrollando a lo largo de los siglos XVI al XVIII en la forma de huertas, pozos, molinos, casitas bajas y bodegas, a lo que se suma su utilidad como coto de caza. Tras el asalto angloholandés de 1596 se fortificó por el lado de la Bahía por medio de una serie de baterías, además del Castillo de San Lorenzo del Puntal y por el de la Cortadura en la forma de una primitiva fortificación. En el espacio donde hoy se encuentra la referida iglesia hubo una ermita bajo esa misma advocación, la cual se encontraba frente al primitivo camino del Arrecife, el cual discurría paralelo a la playa y era de origen romano con el nombre de Vía Augusta Julia, constituyendo por entonces la única ruta de acceso terrestre a la ciudad de Cádiz. A lo largo de esta misma playa (actuales Cortadura y Victoria) se sucedían espacios dedicados a la pesca de almadraba. Ya durante el siglo XVIII se fueron conformando los barrios de la Segunda Aguada y el de San Lorenzo del Puntal, pero el maremoto de 1755 arrasó con buena parte de estos terrenos, con el viejo camino del arrecife y con numerosas vidas. Coincidiendo con esta tragedia se construyó la magnífica Puerta de Tierra, sus murallas y sus glacis (fortificaciones) que la defendían, además de un nuevo camino que sería conocido con el mismo nombre de Arrecife y que se corresponde con la actual Avenida.

Fotografía de Rocafull que nos muestra el Arrecife y el barrio de San José.
Fotografía de Rocafull que nos muestra el Arrecife y el barrio de San José.

De esta forma llegamos a la construcción de la iglesia de San José, iniciada por el arquitecto gaditano Torcuato Cayón y terminada por Torcuato Benjumeda en el año de 1787 en el nuevo estilo neoclásico, como respuesta a la necesidad de aliviar los requerimientos espirituales de la comunidad de pescadores que constituiría el futuro barrio de San José. La Guerra de Independencia a principios del siglo XIX supuso una nueva destrucción de las magníficas casas que la burguesía comercial gaditana había ido levantando en extramuros tras el maremoto, todo con la finalidad de ofrecer vía libre a la artillería del frente de tierra. También hubo nuevas incorporaciones como el Fuerte de la Cortadura erigido apresuradamente con la ayuda de los propios habitantes de extramuros y el Cementerio de San José, este último levantado por el mismo Benjumeda justo frente a la iglesia del mismo nombre para dar cabida a la sobre mortalidad producida por la terrible Epidemia de Fiebre Amarilla de 1801. En cualquier caso, el nuevo extramuros no tardaría mucho en crecer en la forma de los nuevos barrios de San José y San Severiano, eso sí, siempre limitados por las denominadas zonas polémicas. Las cuales se reservaba el Ramo de Guerra para asegurar la defensa de la ciudad, no pudiéndose levantar en estas áreas más que chabolas.

Vista del arrecife hacia la Puerta de Tierra por Rocafull desde la Iglesia de San José.
Vista del arrecife hacia la Puerta de Tierra por Rocafull desde la Iglesia de San José.

Es en este punto que llegamos a la primera vista fotográfica conocida de Extramuros, una estereoscopía de la iglesia de San José tomada desde una de las casas que daban al camino del Arrecife en el año de 1858 por el fotógrafo francés Louis Masson. En esta podemos ver las casas bajas que rodeaban la iglesia y el arbolado que recorría el viejo arrecife. Precisamente de este camino del Arrecife nos habla el padre inglés H. J. Rose, quien visitó Cádiz a principios del mes de noviembre de 1873, en los tiempos de la Primera República, coincidiendo con la querida festividad del Día de Todos los Santos y nos describe la visita de los familiares al cementerio de San José. Nos muestra su recorrido matutino, primero para ver la misa mayor en la Catedral, luego su paso por el mercado de la actual Plaza de San Juan de Dios donde se vendían todos los frutos típicos del otoño y finalmente su paso por la Puerta de Tierra y los lóbregos glacis. Conforme recorría la actual avenida podía ver a ambos lados del camino la gran cantidad de embarcaciones procedentes de todos los puntos del planeta (en el lado de la playa y en el de la Bahía), además de numerosas familias que vestidas de luto hacían llevar a sus criados lámparas de latón negro para adornar las tumbas de sus muertos. El mar resplandeciente, los álamos plateados, los matorrales de aloe espinoso teñidos de rojo y las acacias bordeaban el recorrido con sus hojas ya caídas.

Una vez ha llegado al cementerio destaca sus nichos encalados y el suelo terrizo adornado con hermosos jardines. Hace hincapié nuevamente en la costumbre de colocar los faroles sobre los nichos, proporcionando esto una iluminación espiritual al entorno. Respecto a las familias explica como estas rezan recordando a sus seres queridos. En este punto dejo de lado el testimonio de Rose para trasladarme a la década de 1880, cuando el fotógrafo gaditano Rafael Rocafull inmortaliza estos espacios de extramuros en una serie de magníficas albúminas (fotografías), de las cuales pueden ver varias aquí. Pueden hacerse entonces una idea sobre un espacio completamente distinto, abierto al mar, constituido por casitas bajas y mucha naturaleza. Destacando por encima de todo la iglesia de San José, con sus múltiples callejones anexos como el de Adriano (actual Avenida de Portugal) donde se ubicaban las Bodegas Sarde y el famoso Cementerio Inglés destinado a los protestantes de la ciudad. También podemos ver una panorámica desde San José hacia Cádiz en donde tomamos conciencia de hasta qué punto las construcciones estaban prohibidas en un paisaje despejado de ensueño, que contaba con una magnífica hilera de árboles y bancos que recorrían el camino del Arrecife.

Fotografía estereoscópica de Masson del año 1858 que muestra la iglesia de San José.
Fotografía estereoscópica de Masson del año 1858 que muestra la iglesia de San José.

En este punto detengo la descripción de las vistas de Rocafull para redirigir la atención de nuevo a los testimonios de viajeros, esta vez de la revista Blanco y Negro del año 1895, en particular un relato del periodista Luis Royo Villanova, el cual nos refiere como, tras salir de la Puerta de Tierra, se encontró con un campo magnífico, lleno de merenderos, paseos públicos y casas de campo. Enfatiza el sentido lineal de absolutamente todo, desde las vías del ferrocarril hasta la propia urbanización y es entonces cuando preguntó a su cochero que a dónde iban esas vías y éste de forma muy graciosa y elocuente le contestó “A too, zeñorito, a too”. Habla de las familias que salen a pasar el días, los enamorados que van en elegantes calesas a los merenderos de San Severiano y San José, las fincas, las innumerables ruedas pintadas de rojo de los molinillos de viento, estando estos últimos destinados a sacar las aguas de los aljibes y pozos de extramuros.

Para finalizar, sería bueno hacer referencia a un artículo del propio Diario de Cádiz de 15 de abril de 1910, en el cual se incluye una entrada dedicada a la conmemoración de la Fiesta del Patrocinio que los fieles consagraban a la imagen titular de la propia Parroquia de San José. Se destacan las misas, algunas oficiadas por los padres salesianos que llevaban el por entonces Colegio Asilo de la Señora de Viya, los exornos en los altares con preciosas flores y velas, amén de coloridas guirlandas de flores colgando sobre el retablo mayor. En los intercolumnios los pasos de la Virgen del Rocío y de San José que saldrían en procesión al igual que lo hacen hoy en día. Ya pasando a las inmediaciones se menciona la necesidad de limpiar la posa del grifo pues el paraje se encontraba convertido en un lodazal que impedía el paso de las procesiones ese próximo lunes. Para terminar, se refiere la participación popular por medio de multitud de ramos de flores, además de donaciones aportadas por la empresa de tranvías (desde 1906), la cual evidentemente se desquitaba tras las celebraciones transportando a los feligreses.

A modo de conclusión me gustaría reflexionar sobre el enorme crecimiento que experimentaría extramuros lo largo del siglo XX, hasta el punto de que hoy apenas podemos reconocer estas imágenes de lo que podría haber sido una ciudad jardín, pero al final la necesidad de dar viviendas a tantas personas, sumado a la brutal especulación inmobiliaria de los años 50 cristalizaría en nuestra abigarrada ciudad actual. De ese modo llegamos a la actualidad, momento en el que apenas quedan bosquejos de ese extramuros pasado, donde la mayor parte de las casitas bajas han desaparecido a excepción de las ubicadas en la Avenida Portugal y en los alrededores de la Plaza del Árbol, con un cementerio empantanado durante décadas y que próximamente pasará a ser un parque público. En este contexto y pese a ser consciente de la necesidad de construir viviendas, ruego que al menos una mínima porción de este legado de nuestro pasado se conserve y que se restaure el conjunto escultórico de los ángeles que se cayó de la fachada durante la Explosión de 1947, el cual se guarda en el templo.

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