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Tribuna de Historia

‘La Conspiración del Triángulo’, una enigmática conjura contra Fernando VII

Retrato del rey Fernando VII.

Retrato del rey Fernando VII.

Al borde de 1816, el político gaditano Antonio Alcalá Galiano, entonces un joven secretario de la Embajada española en Suecia, mostraba su más abierto rechazo a la política represiva de Fernando VII en todo lo relativo a la Constitución de 1812. A pesar de que las noticias tardaban su tiempo en llegarle, se mostró muy afectado por la muerte del general Díaz Porlier en 1815, quien tras una intentona liberal en Galicia había sido ajusticiado en la horca, una vez que fue abandonado por sus propios seguidores.

Quedaba claro, sin recurrir a más testimonios con inquietudes parecidas, que el gobierno de Fernando VII, en esos dos años que llevaba en ejercicio, estaba resultando errático y condenable para los sectores más avanzados y liberales de la nación. Bien es verdad que la mayor parte del pueblo español vivía ajena a dichas inquietudes y que las dos intentonas revolucionarias llevadas a cabo hasta ese momento, la del general Espoz y Mina en 1814 cerca de Pamplona, que huyó a Francia, y la mencionada de Porlier quedaron condenadas al fracaso. Hasta 1820, con el triunfo de la Revolución Liberal, hubo otras intentonas protagonizadas por militares, los consabidos ‘Pronunciamientos’, que tampoco triunfaron, pagando con su propia vida los principales protagonistas. Entre medio tuvo lugar en Madrid, el 21 de febrero de 1816, un extraño suceso que permanece lleno de incógnitas y que no podemos considerarlo un pronunciamiento al uso, habida cuenta de quien lo encabezó no era un militar propiamente dicho ni tampoco la mayoría de sus cómplices. Que se sepa, además, constituye el único intento conocido de atentar contra Fernando VII, al menos de una forma tan aparentemente manifiesta.

Nos estamos refiriendo a la llamada ‘Conspiración del Triángulo’, como ha pasado a ser conocida en nuestra Historia, extraño suceso poco conocido, cuyo desenlace y entramado nunca llegarían a resolverse de forma convincente. Precisamente este nombre procede del propio diseño de la trama, consistente en que cada conjurado figuraba a modo de vértice de una serie de triángulos que, a su vez, iban transmitiendo sus instrucciones a los siguientes.

Los autores

Como principal encausado y responsable figuraba Vicente Richart un personaje algo atrabiliario y de complicado encaje, que se creía destinado a grandes empresas. Nacido en Biar (Alicante) en 1774 era abogado de los Reales Consejos y con anterioridad había mostrado ya ciertas veleidades revolucionarias. Junto a él figuraban como principales cómplices un barbero, Baltasar Gutiérrez, y su mujer, Carmen Berdier, seguidos de otros catorce con profesiones tan dispares y curiosas como zapatero, herrero, bollero, carpintero, criado... algunos, incluso, con sus respectivas esposas. Todo se vino abajo al ser delatados por dos sargentos de una compañía de granaderos, de los que se sospecha que alguna implicación tendrían. Así, cuando se creyó detener a todos ellos, el resultado fue ese variopinto número de personas, tan estrambótico y pintoresco en su conjunto, que parecía rayar en lo esperpéntico, habida cuenta de la magnitud del proyecto en que, al parecer, estaban inmersos. Tan solo, la destacada figura de Juan Antonio Yandiola, entre los detenidos, constituye una notable excepción como veremos a continuación.

De entrada, resulta bastante extraño que el propio gobierno fuera advertido aquella mañana, con suficiente antelación y detalles, de la intentona que iba a llevarse a cabo al atardecer, con ocasión de la visita del Rey a uno de sus burdeles preferidos en la calle del Ave María. Así se desprende de las tribulaciones del marqués de Campo Sagrado, ministro entonces de la Guerra, quien primeramente creyó en un intento de secuestro de Fernando VII, aunque horas después todo aquello devino en un alarmante plan para asesinarlo. Surgen así, las primeras de las muchas incógnitas que rodean este caso. ¿Por qué, si se sabía que estaba en marcha este regicidio, no se esperó para abortarlo hasta casi el mismo momento de sucederse y no se hizo antes? Por contra, aunque se desplegó una intensa labor policial para detener a todos los implicados posibles, ¿por qué se llevaron a cabo las pesquisas con tanta lentitud y excesiva minuciosidad, hasta el punto de que permitir la huida de otros?. ¿Eran estos personajes los únicos comprometidos en esta conjura?

Sus ramificaciones

En consecuencia, cabe preguntarnos, pues, hasta donde llegarían los tentáculos y ramificaciones de esta intentona, habida cuenta de que, aunque el principal acusado fue Vicente Richart, no parece que actuara solamente por mera iniciativa personal. ¿Podemos considerarlo como su auténtico organizador o, más bien, su papel se limitó a servir de brazo ejecutor a otras instancias superiores que siempre permanecieron en la sombra?. Todo indica que sus ramificaciones fueron más extensas de lo que en principio se creyó o, más bien, se quiso dar a entender, pues fueron apareciendo también como implicados nombres de gran fuste, que, merced a ese extraño proceder a la hora de las detenciones, lograron escapar. Nos estamos refiriendo al mariscal de campo Mariano Renovales, al abogado Ramón Calatrava, cuyo hermano, José María, fue un destacado diputado en las Cortes de Cádiz y, luego, presidente del Tribunal Supremo, al oficial de la Secretaría de Hacienda, Juan Antonio Yandiola, que aunque sí fue detenido y sufrió tormento, lograría fugarse a Inglaterra. También el isleño Juan Van Halen, cuyo nombre aparece, casi siempre, unido a los principales acontecimientos revolucionarios del momento, no ocultaría en sus Memorias su compromiso con esta conjura. Tampoco lo dejaría de hacer el teniente general Juan O’Donojú, que reconocería haber estado implicado en sus pormenores. Asimismo, los recelos se dirigieron también hacia los generales Luis Lacy y Francisco Milans del Boch.

Aunque hay vagas sospechas de que hubiera algún tipo de implicaciones desde Granada y Murcia, lo cierto es que esta conjura se dio exclusivamente en Madrid. Incluso se ha querido ver, desde la perspectiva de destacados historiadores masónicos del siglo XIX, como Vicente de la Fuente, que la dirección de estos sucesos partió de la propia masonería. Esta apreciación, que, aunque no se puede descartar totalmente, más bien podemos aceptarla como un deseo generalizado por implicar a la masonería en la mayor parte de los altercados decimonónicos de tipo liberal. También se ha interpretado la subsiguiente actividad masónica, que a partir de este momento se desplegó por distintas provincias, como una decidida reacción debida a la frustración por el fracaso de esta intentona, lo que explica el extremado celo porque sus actividades resultaran lo más ocultas posible. Con todo, no debemos pasar por alto que tanto Van Halen, como O’Donojú y Lacy, estaban por entonces afiliados a la masonería.

Todo, pues, muy confuso, no faltando, por si fuera poco, las sospechas de cierta inspiración republicana, que, de ser así, convertiría esta conjura en el primero intento serio de nuestra Historia con esta intencionalidad. De todas formas, la posteriores trayectorias como liberales monárquicos de Calatrava y Yandiola, entre otros, parecen desmentir esta hipótesis.

Un discutible proceso

Ni que decir tiene que en la prensa del momento, muy maniatada por la fuerte censura, estos sucesos no aparecieron, como es de suponer, por ningún lado. Habría que esperar a que, una vez triunfante la Revolución de 1820, surgieran noticias mucho más esclarecedoras, hurtadas hasta entonces a una muy limitada opinión pública.Fue el diario ‘La Colmena’, liberal moderado al principio y, aunque de corta existencia, radicalizado después, quien empezó a interesarse sobre este suceso. Editado en Madrid entre el 17 de marzo y el 14 de junio de 1820, tuvo entre sus principales redactores al clérigo y luego notable periodista Félix Mejía, uno de los fundadores del ‘Zurriago’, periódico exaltado y combativo, cuya última etapa dirigió desde Cádiz. En su número 9, correspondiente al viernes 14 de abril, aparecía un sugerente “Extracto de la causa que principió a formar en 20 de febrero de 1816 el alcalde (entonces) de Casa y Corte don José Manuel de Arjona y que se continuó después en la extinguida sala de alcaldes”.

Conforme seguía a continuación, se hacía referencia al proceso abierto a 17 encausados, acusados de participar en la conspiración, con sus nombres y datos personales, si bien tres de ellos aparecen como prófugos. De dicho proceso se desprende toda una curiosa información, que por la serie de contradicciones, falta de pruebas concluyentes, mezcladas con acusaciones mutuas de difícil comprobación y confesiones bajo tortura de los encausados, ponen en cuestión todo aquello.

Por su parte, Arjona, declarado absolutista, con fama de implacable y tenaz, que con anterioridad había sido encargado por el Rey de elaborar uno de los primeros reglamentos de la Policía, actuó con contundencia y pronto dictó sentencia, acusando a los principales encausados de “Delito de alta traición contra la Persona de Su Majestad y de su Gobierno”. También a otros, como perturbadores de la tranquilidad pública y de dar auxilio y cobijo a Richart, pasando por algunas de las mujeres “sabedoras de los proyectos de sus maridos”.

Es verdad que Richart, ‘Rubio’ como se le conocía entre los conjurados, aunque en principio lo negó todo, dos días después se declaró culpable, movido entre otros motivos por el ajusticiamiento de Porlier. Con todo, como figura en aquella documentación, “en el reconocimiento que se hizo en seguida de la casa y papeles de Richart, nada se halló que indujese sospecha, ni tuviese relación con la causa”. Sin embargo, es creencia común que Richart fue culpable de las acusaciones que pesaban sobre él, hasta el punto de que el propio Alcalá Galiano escribiría años después, que obró llevado “de un lado, por su fanatismo liberal y, de otro, por su ciega ambición”.

Condenado a muerte junto con el barbero Gutiérrez, fueron ahorcados el 16 de mayo en la Plaza de la Cebada y sus cabezas expuestas en la picota. Mesonero Romanos en sus ‘Historias Matritenses’, nos dice que el pueblo madrileño permaneció ajeno a todo, hasta que vieron subir a los reos al patíbulo y luego sus cabezas, “encerradas en una jaula de hierro, colocada fuera de la Puerta de Alcalá”.

Así, de esta forma, tan tenebrosa y desconcertante, concluyó este singular episodio, de tal forma, que, todavía hoy, constituye uno de los sucesos más misteriosos de aquel convulso reinado. La historiografía correspondiente sigue manteniendo la tesis de que hubo una poderosa mano oculta en aquella trama, siendo detenidos una serie de personas con muy escasa preparación, no muy al tanto del proyecto y que, para colmo, obraron con absurda precipitación e indudable candidez. El pronto, aunque torpe, proceder de las autoridades también podía interpretarse como un serio aviso disuasorio, de momento, a otras posibles intentonas contra el Rey.

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