De todo un poco

enrique / garcía-máiquez

Sobre premios

EL Balón de oro del Mundial concedido a Messi sorprendió a propios (Blatter, Maradona, el mismo Messi) y a extraños. El árbitro estuvo a un tris de anularlo por fuera de juego. Lejos de mí hacer leña del astro caído, pero no voy a dejar pasar la estrella fugaz sin cumplir un deseo. La jugada da pie a hablar en general de algo que me preocupa en particular: los premios. Como se consideran gratuitos o graciosos y cualquier crítica se suele confundir con la envidia, los premios no están sometidos ni al escrutinio ni a la reglamentación estricta de los castigos, sus Mr. Hyde, tan ceñidos ellos a la ley irretroactiva y al in dubio pro reo. Aquí se premia por aproximación.

Pero los griegos no los tomaban (ni los daban) tan a la ligera. Consideraban que el buen gobierno se apoya en dos piernas: los honores y las condenas. Y Demócrito elevaba el Castigo y el Beneficio a la categoría de dioses protectores de la ciudad, pues sin su amparo doble no hay quien gobierne.

Entre nosotros, los premios cojean. No es sólo el premio-tongo. Está, sobre todo, el premio-reflejo, esto es, el jurado o la institución que premiando a alguien de muy reconocido prestigio está auto otorgándose el premio, dándose fuste, chupando rebufo mediático. Salta a la vista que es más fácil premiar a un delantero rutilante que a un esforzado defensa. Y están el premio-paritario y el premio-políticamente-correcto, que se dan según criterios externos. Existe, además, el premio-replicante, donde se galardona otro premio, como aquel Príncipe de Asturias a la selección por ganar el Mundial, como si no tuviesen bastante con la Copa del Mundo. También hay que contar con el miedo cerval del jurado o su pereza. Premiando a alguien muy aclamado, van sobre seguro. El peligro estriba entonces en pasarse de frenada y dar un premio-rebote o un premio-inercia, que es el que le han soltado a Messi. Con todo esto en mente, Gabriel García Márquez, tras el Nobel, renunció a ser premiado más. Un gesto que le honra frente a tantos coleccionistas como hay en las letras, las ciencias, la política, el deporte...

La única clave está en que el premio reconozca sólo el mérito. Si lo hace por vez primera y, por tanto, nos descubre al premiado, miel sobre hojuelas. Los romanos colocaban el templo de la Fama dentro del templo de la Virtud, para que, para ingresar en el primero, hubiese que pasar antes por el segundo. Sabían latín.

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