Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La vía es (por ahora) andaluza
EMPIEZO a escribir estas líneas el día del Pilar, fiesta nacional de España, cuando los amigos no paran de enviar por tierra, mar y aire todas las representaciones posibles de la bandera, con comentarios encendidos y patrióticos, alguno incluso más propio de la celebración del día de la raza (espantoso nombre), que así se llamaba hasta que la mente lúcida de Ramiro de Maeztu lo cambió por el de la Hispanidad. Curiosamente, la izquierda pujante de Felipe González que se disponía a celebrar por todo lo alto el descubrimiento de América suprimió ese hermoso término, no sin algo de complejo de culpa, dejándolo en el lacónico día de España actual.
El mismo día leo que algunos significados políticos radicales cargan contra la celebración del día nacional, que identifican con el descubrimiento del nuevo mundo, según ellos un genocidio y una masacre contra el pueblo indefenso. Nada que celebrar, concluyen al unísono la alcaldesa de Barcelona, el alcalde de Cádiz y la secretaria general de Podemos en Andalucía. Otros, como el actor Guillermo Toledo, no es que no celebren nada, es que directamente se cagan, literalmente, en todo lo que se menea (esperamos, mientras él sigue con su ridícula cantinela, celebrar nosotros algún día que diga algo razonable y respetuoso).
Hubo un tiempo en que la izquierda ilustrada española tenía una idea de España, sufría por los problemas de España, le dolía España. Pienso en Francisco Giner de los Ríos, alma de la Institución Libre de Enseñanza, de cuya muerte se cumplen ahora 100 años. Pienso en Américo Castro, que dedicó su vida al estudio de España aquí y en el exilio. Pienso en Juan Ramón, y en Antonio Machado, y en Fernando de los Ríos, y en Julián Besteiro, y en Francisco Ayala... Todos, con sus matices, tenían una idea de España. Uno de los problemas de nuestra izquierda hoy es que reniega de este concepto, cuando no lo rehúye.
Incluso los que no somos especialmente aficionados a la empalagosa simbología nacional, creemos que sí hay motivos de celebración. La lengua que une a millones de personas, la literatura universal, los éxitos de investigadores y deportistas o la cantidad de misioneros españoles que recorren el tercer mundo, son sólo algunos. Cuentan que una vez le preguntaron a don Américo Castro qué tenían en común el Quijote, Velázquez y Quevedo, y contestó: les une sobre todo lo español. Definitivamente, hay mucho que celebrar.
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