Libre directo

José / Petthenghi / Lachambre

Pesadilla antes de Navidad

UNo de los horrores navideños más recientes son las comidas con los compañeros del trabajo. ¿Por qué debe ocurrir esto en Navidad? Se mortifica a los animosos organizadores: siempre hay alguien que dice que el sitio no le gusta o que el menú es cortito; los fumadores piden un sitio donde se fume, los vegetarianos se sienten discriminados, el musulmán dice que el discriminado es él, y eso que sólo hay que elegir entre solomillo de cerdo y pescado misterioso en salsa. Sin olvidar el que está a dieta y anda despotricando desde un mes antes. Pobres organizadores.

El día de la comida, los desdichados organizadores recorren las mesas de los que aún no han pagado y en su afán recaudatorio no llegan a los entremeses. Tampoco se pierden gran cosa ya que suele tratarse de canapés Portland, una especie desconocida de crustáceo de ojos tristes y una cosa con algo de salmón encima. Con el salmón pasa lo que con el pollo o el Sporting de Gijón: hace años eran géneros selectos y hoy, ya ves, son de medio pelo. En cuanto a la comida en sí, creo que los cocineros son unos homicidas en potencia; un Ferrán Adriá de casapuerta o un Arzak de Puntales experimentan con nosotros chorradas casi ponzoñosas: brochetas de sandía con caviar de tomate y menta, ensalada de clorofila de berro con cilindros de moscatel y foie y cosas así. Eso sí, corre el rioja -una pócima embotellada en el Barrio de Jarana- la gente se anima y se lo come todo sin chistar. De repente los camareros desaparecen. Es un efecto visual muy bonito y además permite hacer la digestión entre plato y plato. Lo malo es que te toque en la mesa el tío que cuenta unos chistes más antiguos que la programación del Ateneo. Prefieres incluso la mesa de los de Intervención que se ríen de bobadas del curro que sólo ellos encuentran cómicas. Mientras te comes tus picos y los del vecino esperando el postre, el informático, un friki que no habla con nadie, intenta ligar con la de prácticas que se ha puesto para la ocasión un modelo de zíngara abandonada por su troupe. Con el postre aparecen los chistes machistas de sobremesa y el vendedor de lotería. Al final, en las copas, se te incrusta el más plasta de todo el curro contándote un tostón que vas olvidando a medida que finges oírlo. A lo lejos el informático ya está pedo. Tras dos horas el plasta sigue hablando y tú, al borde de la embolia, oyes a lo lejos el fatídico grito de guerra "¡Esto hay que repetirlo!".

Sí, el año que viene. Tardaré un año en olvidarlo.

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