La variabilidad del ánimo en los cadistas, que ha atacado de una u otra manera a todos los que militan en la causa, ha hecho estragos esta temporada. La ilusión de los aficionados ha estado sometida a una montaña rusa que ha acabado por desquiciarlos. Ha sido una campaña sin término medio. De la euforia a la decepción sin paso previo por el equilibrio de los sentimientos. Con el proyecto Baldasano nos vimos en Primera sin sudar, deslumbrados por el caché de Del Bosque y compañía, y la caída no tardó en despertarnos. Luego con Calderón vimos cerca el ascenso y la cruda realidad nos devolvió a nuestro sitio. Lo mismo ocurrió con Procopio, con el que el equipo ha pasado de poder arrimarse a siete puntos del tercero a estar a sólo cuatro del descenso. Y todo este sube y baja de sensaciones es la consecuencia de una planificación para olvidar.

Con Raúl Procopio ha pasado tres cuartos de lo mismo. De héroe a villano en sólo cuatro partidos, el ex defensa del Cádiz no será tan bueno como parecía contra el Albacete y Numancia ni tan malo como dicen tras las decepciones de Sporting y Racing de Ferrol. Las aptitudes de este entrenador para llevar la temporada que viene el timón no pueden medirse por estos partidos en los que más que conceptos un preparador inculca correciones y una dosis de psicología. No es la plantilla que él había diseñado y demasiado hace con intentar estimular a un grupo de futbolistas sobrevalorados y tremendamente acomodados.

Dando por hecho que se conseguirá la salvación le toca a Muñoz la patata caliente de seguir confiando en Procopio -y sus presumibles modestas condiciones económicas- a costa de escuchar las críticas de los que le acusan de tacaño o en cambio apostar por el proyecto de un entrenador más experimentado. Particularmente pienso que el presidente se decantará por Víctor Espárrago, un técnico de consenso entre la afición que le asegurará que la desbandada de socios, que la habrá, no sea excesivamente sangrienta.