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Tinta china

Enrique Alcina

Gardel murió por Cádiz

El mundo fue y será una porquería. Siempre hubo maquiavelos y estafaos, contentos y amargaos. La maldad insolente que adelantó Discépolo en su tango "Cambalache". Ya sabe. Se ha cantado hasta la saciedad, y sigue vivo. Ahora con más veras en esta aldea globalizada. Qué culpa tendrá el Carnaval de mostrarse hoy más cerrado y abierto que nunca, fagocitado por el mercadeo de sucesos, corazón y votos, retroalimentado y condicionado. La vida en dos dimensiones: el barrio, la familia, el grupo, el pequeño universo del Carnaval, y al mismo nivel, el centro comercial del morbo, la sensiblería, la vulgaridad y la emoción teledirigida. La final del tomate, la champions de la vanidad. En un rincón del mundo donde los gurús de la actualidad se apellidan Patiño, Quintana, Campos, Peñafiel o Milá, ¿de qué van a escribir los poetas de Cádiz? Del cambalache problemático y febril, donde es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante o sabio. Todo es igual. Nada es mejor. Gardel lo cantaba de categoría. Murió por Cádiz, seguro. Nadie lo sabe.

Murieron con las botas puestas los héroes del compás amenazado. Vivieron horas de garabatillo los mendas lerendas que, en la vorágine de espionaje, puñaladas traperas, autohomenajes, rotación de temas al estilo futbolístico y trucos del almendruco, lanzaron un aviso para navegantes: el concurso que preparan en Sevilla. Pretenden pescar en ríos revueltos, cavilando acaso que "hoy vale lo mismo un burro que un gran profesor", que está tó cubicao, tos por igual un cura, un colchonero, el rey de bastos, el caradura o el polizón", qué razón guarda el tango porteño. "Cualquiera es un señor, cualquiera es un ladrón". Y en Carnaval mucho más, nada parece lo que es. Pero cualquiera no conoce el intríngulis de una copla, ni la manera de precisa de llegar directamente el corazón. Sobre gustos hay demasiado escrito. Y este año se ha escrito mucho en torno a dramas personales o familiares, crónica negra o rosa, letras de consumo interno y de mensaje universal. Como en los noticieros, el aspecto social se impone al político, pero también el guiño cómplice o demagógico para ganarse a la audiencia. Si lo hacen ya hasta en los telediarios serios, donde se habla más de deportes que de la vida. El público también ha cambiado una barbaridad. Ya no grita "¡Primero!", sino "¡Campeones!". Sintomático. Es lo que hay.

Cualquiera no escribe las extraordinarias letras que se han cantado este año, quizá con cuentagotas, quizá demasiado influenciadas por las fechas navideñas y el nuevo formato, que causó cierta paranoia y ansiedad en un buen puñado de autores. Algunos se han comido letras punteras y/o han tenido que reescribir cuplés a última hora. Otros especularon, como los entrenadores pensando en el miércoles, y acaso se arrepientan. En el ambiente, claro está, late la hipotética letra al pregonero de su antiguo grupo, y otras coplas más presentidas que materializadas. "¿Y las letras dónde están?", pregunta la comparsa de Momo.

Las pito-risas mascaron una letra, probablemente a causa de dicha ansiedad, y en otra copla denunciaron el cambalache del planeta grande rimando la "dudosa inteligencia" con los "programas rosa líderes de audiencia". Y remataron: "Sigan tragando mentiras, yo me desmarco del mundo y voy a mi bola". Como el lindo coro peatonal y otras agrupaciones entreveradas: comparsas achirigotadas, chirigotas acomparsadas, no queda tan lejos el día de la libertad (¿) de repertorios.

Las letras nacen para ser cantadas, pero en plena dominación de la cibernética, del copiar y pegar, del mensaje cortito de ideas, del encanallamiento y la anestesia, y el pirateo descarado, quizá convenga publicar las letras en internet, para que cumplan su función, que sean de todos. Como la música, pobrecita, que se encuentra entre el cielo de internet y el suelo del top manta. No hay derecho (de autor). Pero hay autores hasta con club de fans. Unos dan a su gente lo que quiere, otros se resisten a claudicar a la rutina. Nadie habla tan clarito al mundo como Cádiz, aunque a veces Cádiz sea un poco cobarde y se entregue al postureo. Aproveche, que no la verá más. La semana que viene tela de gente callará para siempre, hasta el próximo febrero. Salga a la calle, oiga, que lleva tol año en el butacón tragándose telediarios negros y rosas, cero a ceros patateros, el reality chou en que se ha convertido la existencia. Y mira con desdén lo que han escrito y compuesto un montón de gaditanos que se niegan a sucumbir en el mismo lodo, tos manoseaos. Nada es igual. Todo es de color. Aguardan emociones fuertes que encajan en un tango como Cambalache.

La final del tomate, como cada año, dejó dicho que "el que no llora no mama, y el que no afana es un gil". Y dale con el tango. Dale nomás.

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