La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Elogio del olvido y la ignorancia

Gracias al olvido y a la ignorancia disfrutamos de los placeres lectores del redescubrimiento y el descubrimiento

En lo que a lecturas se refiere el olvido que es fiel compañero de los muchos años tiene de bueno el placer del redescubrimiento y la ignorancia, el del descubrimiento. Sería triste recordar en detalle todo lo leído haciendo que diera pereza releerlo. Los buenos guisos están mejor al día siguiente y los mexicanos saben lo sabroso que es el recalentado. Las grandes obras –y las pequeñas que dan gustito– no están hechas para ser leídas una sola vez y su lectura depara placeres distintos según la edad con que se lean.

He releído este agosto Azar de Conrad. Recordaba las líneas esenciales de la narración de Marlow, a Flora de Barral y al capitán Anthony. Pero en Conrad lo fundamental es lo que Juan Benet llamó ese “estilo espiral, enrevesado, siempre alto de tono y escurridizo, tan escurridizo como peligroso” y Javier Marías definió como “esa prosa exacta, acabada, perfectamente trabajada, ensamblada y estanca como los cascos de los buques que describía”. Lo que Conrad pensaba de la relación entre tema, argumento y desarrollo lo dejó claro en el prólogo de Azar: “Cierto crítico ha subrayado que el relato podría haberse referido en doscientas páginas... He de confesar que no logro percibir con exactitud en qué se fundamenta dicha crítica… Sin duda, seleccionando un determinado método y tomándome infinitas molestias, el relato entero podría haberse escrito en un papel de liar”. Es el fruto de esas infinitas molestias, no el argumento que podría escribirse en un papel de liar, lo que se olvida y tanto se disfruta al releerlo. Como la breve conversación de Marlow y Flora en la puerta del Hotel Oriental, entre el ruido del tráfico, que gracias al conradiano juego de cajas chinas, metiendo un relato dentro de otro, ocupa el extenso capítulo titulado En plena calle.

Más triste que recordarlo todo haciendo imposible el gozo del redescubrimiento que siempre supera a la primera lectura, porque, como al vino, el tiempo da cuerpo al lector, sería conocerlo todo haciendo imposible el descubrimiento. No de lo nuevo, sino de lo que, por tan conocido, deberíamos conocer. Tras Azar he leído, de un tirón, con inmenso placer, En casa de los Bracebridge de Washington Irving, publicado hace ya cinco años por la magnífica editorial sevillana El Paseo. Una vergüenza, sí, que no lo hubiera leído. Pero… ¡qué gustazo descubrirlo ahora gracias a mi ignorancia!

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