La torre del vigía

Ana / Rodríguez / De La Robla

Castelera

COMO es sabido, Emilio Castelar y Ripoll, reconocida gloria de la elocuencia política, era de Cádiz. Tan reconocida e indiscutida fue su gloria que allá por 1869 se acordó bautizar con su nombre a la plaza en que se encontraba su casa natal. En 1904 se decidió colocar una lápida conmemorativa de la efeméride precisamente en la entrada de la casa -el portal número 1-, para que las generaciones venideras no olvidaran el genio verbal y parlamentario de su paisano Castelar. Dos años más tarde, se encargó a Eduardo Barrón un monumento dedicado a don Emilio, y ese monumento aún pervive, presidiendo la misma plaza, aunque su denominación actual es la de Candelaria.

Así hemos recorrido un largo éxodo, peor aún que el bíblico -por no hablar del interminable de Otto Preminger- sin otra figura política digna de suceder al eximio Castelar. Pero he aquí que por fin la misericordia divina se ha apiadado de este pobre pueblo elegido, y ha concedido un relevo, una voz que habrá de perdurar en los corazones de los gaditanos durante décadas. Me atrevo a sugerir a nuestros gestores municipales la formación de una comisión de urgencia para designar una avenida con el nombre de Bibiana Aído. Se me ocurre, tal vez, que puede modificarse el nombre de la Avenida de Gómez Ulla, que además es vía universitaria, a tono, pues, con el perfil de cualquier miembra congresual de pro. Se me ocurre también que nuestra cálida Facultad de Letras puede ser transformada en una biblioteca para mujeres y mujeras, con un anexo incorporado a modo de vestuario, en el que aquellas descarriadas que no cumplan con las patronas de la moda occidental puedan reconvertirse al 'new style' del particular 'Vogue' ministerial. Se me ocurre la colocación de un monumento en forma de gran boca frente al pájaro constitucional. Se me ocurren en realidad muchas cosas, todas ellas nunca vistas e increíbles -como las llamas de Orión en 'Blade Runner'-, pero ya entiendo que estos asuntos deben dejarse en las meninges sabias, en las meninges de quienes gozan de una logorrea que no se la salta un gitano -o gitana-. Así que a callar y a seguir esperando. Si nadie lo remedia, el espectáculo sólo acaba de empezar.

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