Yo te digo mi verdad

Una idea de cine

El carácter de popular que acompaña al cine propicia esta deriva ‘gastronómica’

Fui al cine. Me encanta el cine, todo lo que rodea a este arte, que fue llamado séptimo pero que también podría haber sido definido como el resumen de todos los demás. Sólo la pobre programación de que tenemos en esta Isla de náufragos me impide ir más veces. Esta vez fui, y la película fue Sound of Freedom, es decir El sonido de la libertad, que tal vez no es una obra maestra pero literalmente te encoge el corazón si no lo tienes de piedra.

El cine de Bahía Sur es impecable, impresionante. El alto precio de su entrada está casi justificado por la calidad y comodidad de sus butacas y el amplio espacio de que disponen. No entiendo, sin embargo, la necesidad de la mesita auxiliar con su hueco para la bebida. Si repasamos las otras seis artes que la precedieron, no encontramos en ninguna de ellas la presencia de comida para su práctica o contemplación. Admitamos, no obstante, que el carácter de popular que acompaña al cine desde su aparición propicia esta deriva ‘gastronómica’, como una feria en la que no pueden faltar las patatas fritas, y que la mayoría de mi generación aprendió a amar el género en las funciones infantiles del Cine Almirante, y por supuesto comiendo pipas.

Siendo comprensivo, uno podría aceptar que las pelis de aventuras, las comedias ligeras y el cine de superhéroes tan de los tiempos modernos fueran acompañadas de unas palomitas, de la misma manera que cualquier aperitivo con cerveza acompaña a un partido de fútbol en el que tu equipo no se juegue un campeonato. Pero ante una trama como la de Sound of Freedom, con el tráfico de niños como centro, parece muy inapropiado masticar maíz y sorber refresco mientras tanto. O eso me parece a mí.

Por otra parte, hay un 20 por ciento de la población que padece misofonía, es decir, intolerancia al ruido que hace la gente al masticar. Por eso me permito deslizar por aquí una idea fácil de aplicar: que los inmensos cines isleños dispusieran una sala, a determinadas horas o en determinados días, en la que estuviera prohibido consumir bebidas o alimentos. Por esa sala irían rotando todas las películas, en un ambiente silencioso y, además, limpio, y así se conseguiría otro efecto agradable: no salir de ella pisando restos de palomitas.

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