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El teatro sueña con la cocina

  • Las banderas, las fronteras y los prejuicios comparten un mismo espacio entre fogones, la música de Lili Marleen, las cacerolas, los panachés, las tortillas, los himnos de guerra y el corazón de la bestia.l El Teatro Valle Inclán de Madrid estrena La Cocina

  • Peris-Mencheta rescata un texto de Wesker con una espectacular puesta en escena.La Cocina, o la Bestia como la llaman sus protagonistas es una magnífica metáfora del mundo en el que vivenLa acción se sitúa en 1954 en un restaurante londinense donde se dan diariamente 1.500 comidas

"¿sabes cuándo un hombre deja de ser hombre? Cuando se avergüenza de ser niño". El Centro Dramático Nacional ha puesto en la escenario del Teatro Valle Inclán de Lavapiés una de las obras teatrales más fascinantes de la escena española en 2016: La Cocina.

Desde el mes de noviembre este montaje teatral representa un auténtica explosión creativa dirigida por Sergio Peris-Mencheta sobre el texto de Arnold Wesker. Una impresionante y arriesgada puesta en escena que ha transformado el espacio a cuatro bandas con un juego de gradas donde actor y espectador rodean la acción que desarrollan hasta 26 intérpretes de primer nivel.

La portentosa escenografía de Curt Allen Wilmer logra mantener la atención del público y durante el primer acto hay doce minutos en los que no paran de entrar y salir camareros, los cocineros gritan, entran y salen platos. "Es un follón de tal calibre que ni un plano general serviría para ver la totalidad. Una coreografía muy ensayada para que cada espectador elija su propia aventura" sostiene Peris-Mencheta.

La obra de Wesker es larga pero la trama es trepidante y los ritmos están bien marcados en una intencionada y medida melé coral de voces, nacionalidades y conflictos de convivencia e identidad entorno a una cocina.

La acción se sitúa en 1954 en un restaurante londinense donde se dan diariamente 1500 comidas y donde comparten espacio cocineros, pinches, camareras, chefs y trabajadores de diferentes países que están sometidos a una doble presión: la de su propia supervivencia laboral y la del conflicto de intereses políticos y sociales en un clima de posguerra europea.

El texto revela una rabiosa actualidad cuando se producen disputas interpersonales entre personajes griegos, alemanes, franceses, polacos e ingleses justo en el momento en que la capital inglesa celebra una cumbre internacional europea.

La Cocina, o la Bestia como la llaman sus protagonistas es una magnífica metáfora del mundo en el que viven. Se trata de desnudar la sociedad en crisis que sufre la vieja Europea tras el conflicto bélico y lanzar al espectador los dilemas más disonantes: el racismo, el egoísmo, la migración, la intolerancia al diferente, el machismo y la construcción de un incierto futuro colectivo. La actualidad de los años cincuenta que pervive en la Europa actual vista a través de una cocina.

A todo ello hay que sumarle lo pasional y arrebatador que se personifica en varios de los actores que identifican sus valores más emocionales como el amor, el miedo y el sueño de un mundo mejor.

La obra es fresca, directa y muy política. Las banderas, las fronteras y los prejuicios comparten un mismo espacio entre fogones, la música de Lili Marleen, las cacerolas, los panachés, las tortillas, los himnos de guerra y el corazón de la bestia.

Es deslumbrante la reaparición de Silvia Abascal en el papel de Monique y su relación con Peter, el cocinero alemán encarnado por Xabier Murua que protagonizan un desenlace apasionado en el que aparecen los celos y la sangre como herramientas de la dramaturgia más trágica.

La obra te mantiene atónito en la butaca porque las secuencias son múltiples y tienes que ser capaz de mantener el pulso de los enormes recursos escénicos que se despliegan. Al código simbólico se le unen una cantidad de mensajes complejos que realzan la representación. Compruebas como la música es una liberadora de tensiones y al mismo tiempo consigue unir a las personas. El desafío es la mezcla de la narrativa con la escenificación innovadora y la posición privilegiada del espectador.

El perfeccionismo técnico de La Cocina ha sido obsesivo. Los actores han asistido a cursos de gastronomía, han recibido el asesoramiento de grandes chefs, han conocido recetas exactas porque están cocinando un menú concreto sin productos frescos mientras ocurre la representación.

El arte de la cocina, el hambre, el racionamiento, la trinchera, el fuego y el infierno se contraponen al sueño, a la sonrisa y a la imaginación.

El acierto de Peris-Mencheta radica en saber que la cocina es un instrumento para transmitir un mensaje político. El teatro recupera de esta forma su función social sin eludir compromiso y belleza.

Soñar, cocinar, jugar, volverte loco. Cuando los hombres sueñan se engrandecen.

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