Ley antibotellón El giro de noches de Conil

Conil, a secas

  • El municipio pone fin en apenas una semana a toda una década de macrobotellón · El centro sigue atestado de jóvenes, aunque muchos se desvían a las discotecas de El Palmar y Caños

Con el botellón se cumple una máxima: parece un fenómeno de profundas raíces sociales, ineludible, necesario, casi imprescindible, hasta que un día alguien decide que se acabó. Prohibición. Ley seca. Punto y final. Siempre hay una reacción inmediata de rechazo y escepticismo, de "¿aquí? Eso es imposible", que dura varios días, un par de semanas como mucho. Entonces entran en escena las fuerzas de seguridad para que todo el mundo se dé por aludido. Y después llega la noche y ya no queda ni rastro del regadío de hielo, White Label y meadas. Toda aquella movida desaparece de forma muy natural, como la marea.

Así ha ocurrido en cientos de ciudades españolas desde 2006 y así ha vuelto a suceder en Conil, una de las mecas del desfase etílico veraniego de Despeñaperros hacia el sur. El Ayuntamiento, presionado por los vecinos, ha decretado esta temporada el cierre de las históricas carpas -macrodiscotecas- de la playa de Los Bateles y la prohibición del botellón, que entró en vigor el 1 de julio con el empleo de un extraordinario dispositivo de seguridad. En el paseo marítimo del pueblo, donde durante un decenio se han concentrado hasta 6.000 jóvenes por noche para beber y para vivir, apenas quedaban en la madrugada de antes de ayer los restos del naufragio.

"No nos esperábamos que todo estuviera tan tranquilo en tan poco tiempo. Ni lo esperábamos nosotros ni tampoco el Ayuntamiento, ni el juzgado... No se lo esperaba nadie", coinciden los agentes 120, 129 y 133 de la Policía Local durante su ronda por el antiguo botellódromo, un par de kilómetros de paseo en Los Bateles, hoy atestado de coches, como siempre, pero sin un solo grupo de jóvenes a la vista salvo aquéllos que van de paso hacia el centro, alguna familia y alguna pareja. "Ya se puede pasear por aquí en chanclas", sonríe un señor que pasea a su perro.

Obviamos los nombres de los policías porque son agentes de incógnito, aunque sus rostros resultan familiares en ciertos círculos de la noche conileña. 120, con 25 años de servicio en su expediente, está al frente de la patrulla. Los otros dos, treintañeros, visten vaqueros, zapatillas y polos, y pasan por cualquier participante más de la movida de viernes; participantes pero sobrios. El grupo está de servicio de once de la noche a siete de la mañana. Todos los esfuerzos están centrados ahora en impedir la celebración de botellones, además de la venta y consumo de droga y las micciones nocturnas.

Los tres policías son los mejores notarios de la transformación del pueblo en una semana. En los últimos años, han pasado noches y noches infiltrados en la movida en torno a las carpas para combatir el menudeo de estupefacientes. Quiebros entre camellos de poca y no tan poca monta. Uno de los jóvenes agentes describe un paisaje conocido por todos: "Aunque la situación no era de enorme conflictividad, sí es cierto que el botellón estaba fuera de control. Era imposible caminar por aquí... La gente del pueblo no podía acercarse. A partir de las once, toda esta zona estaba completamente tomada".

El efecto llamada del botellón, las carpas y las noches de marcha de Conil ha atraído durante los últimos años a jóvenes de todos los puntos del país, "gente de Extremadura que venía a pasar el fin de semana y dormía en los coches", decenas de despedidas de soltero/a, turistas de una noche procedentes de todos los rincones de la provincia. Unas 5.000 o 6.000 personas de fiesta en un municipio turístico con un censo de 21.000 habitantes y que supera los 100.000 residentes en temporada alta.

El botellón de Conil era diversión, alcohol, desenfreno y también droga. "Pienso que, de seguir las cosas como estaban, el pueblo podría haberse convertido en el nuevo Barbate, como el Barbate de los noventa pero no por el tráfico de hachís sino por el de cocaína", sostiene el agente más veterano.

¿Cómo ha podido eliminarse un fenómeno tan arraigado como el de Conil en una semana? "Primero hay una clave, que es que se ha partido de un enorme consenso social, la enorme mayoría del pueblo reclamaba esto. Después, se ha informado por todos los medios posibles", responde el alcalde, Antonio Roldán (IU), que también está de ronda por el paseo marítimo pasada la medianoche. En las entradas del pueblo hay carteles que advierten de la prohibición de consumir alcohol en todas y cada una de las vías públicas del término municipal bajo multa de 300 euros.

Uno de los agentes de paisano añade que "la voz ha corrido sorprendentemente rápido entre los jóvenes por internet, por las redes sociales". Además, las patrullas de la Policía Local, la Guardia Civil y hasta los efectivos de Protección Civil advierten a los portadores de bolsas desde hace una semana, sobre el terreno, de la prohibición.

"No hay ningún problema cuando abordas a la gente antes de que se instale. La gente guarda las botellas en el coche o en casa y a otra cosa... Lo complicado es intervenir cuando ya hay varios cientos de personas bebiendo, por eso habrá que estar ahora y en próximas semanas muy encima de lo que ocurre desde primera hora", explica el responsable de la patrulla.

La noche de viernes se sucede entre avisos a los despistados y alguna sanción a los que desoyen las advertencias. El fin de semana pasado, primero de la veda, se interpusieron alrededor de 100 denuncias, informó la Policía Local, "lo que no equivale a 100 botellones puesto que la denuncia es para todos los participantes en cada uno", matiza uno de los agentes.

Hay aviso, por ejemplo, para los cuatro pasajeros de un coche con música estacionado junto al parquecillo que ha sustituido a las carpas. Han llegado hace apenas media hora procedentes de Madrid y se han quedado a cuadros. "¿Pero aquí no se hacía el botellón?". "Sí, y venía mucha gente, pero ya no...", repite el más joven de los policías de la patrulla.

La estampa de la playa de Los Bateles, pasada la una de la madrugada, no tiene nada que ver con la que hay a apenas unos metros, en el atestado casco antiguo de Conil. Cuesta avanzar por las calles del centro y las terrazas, bares y discotecas de las zonas más céntricas están llenos. Cenas, helados y copas. Eso no ha cambiado.

La noche se ha adaptado pronto al fin del botellón y sigue su curso, como en cualquier otro municipio, más si es turístico. Hay ruido, hay borracheras más que relevantes, muchos meones aunque menos que antaño, y también hay consumidores de estupefacientes delatados por sus ademanes. Nada que no se pueda encontrar en cualquier otro municipio a estas horas, máxime si cuentan con la afluencia de turistas del pueblo jandeño.

Los agentes de paisano no dan abasto retirando vasos y sancionando a los que cometen las infracciones más flagrantes, especialmente las relacionadas con la droga: porros y rayas. Aun así, serían necesarios más de un centenar de agentes para controlar todo lo que ocurre. Es una noche de fiesta, y lo es en Conil como en cualquier otro municipio turístico.

En las calles hay jóvenes que vaticinan que es "el fin del pueblo, la ruina", pero los empresarios, incluso los de la noche, no están de acuerdo. José Antonio Sánchez, de la agrupación local de comerciantes, sostiene que "la mayoría de los comentarios sobre la decisión del Ayuntamiento es positiva". "La gente del botellón no consumía en el pueblo, compraba las botellas en supermercados y lo traía todo de fuera", observa.

José Seranega, gerente de la discoteca Ícaro, la más grande del pueblo con un aforo del mil personas, coincide en que la prohibición será un "beneficio, no económico, pero sí un beneficio para todos". "Había muchos menores en el botellón, otros muchos que se lo bebían todo fuera para después entrar a bailar. Es la cultura de salir a beber y después Dios dirá. Ahora los locales se empiezan a llenar antes y hemos notado que la gente llega más sobria. No hay que beberse ocho copas para divertirse", asevera. En Ícaro, en la Plaza de Andalucía, cobran una entrada de 10 euros con derecho a consumición. Las copas valen 5 euros.

No están muy dispuestos a pagarlos un grupo de seis chavales y chavalas tuneados todos, de dudosos 18, con el Ballantine´s a cuestas, que se han enterado esta misma noche de que Conil ya no es lo que era. Entre ellos cuchichean que si "botellón en la playa rápido allí lejos sin que nos vean" o que "a ver qué coño hacemos ahora".

Una opción es subirse a los autobuses gratuitos de ida y vuelta que están fletando las discotecas de El Palmar y Los Caños de Meca, en las vecinas Vejer y Barbate, lugares como Cortijo del Lomo, muy de moda, Ojhú Club, un espacio de culto en el panorama electrónico, o Edén. Estos negocios quieren aprovechar el vacío dejado por las carpas y permiten hacer botellón en sus enormes instalaciones, previo pago de entrada. Allí hay pocos vecinos a los que molestar.

Desde hace varios fines de semana estas macrodiscotecas están a tope. Esta noche de viernes incluso se permiten seleccionar a la clientela, según critican varios jóvenes obligados a volver a Conil. En la escalerilla del bus de Ojhú, antes de emprender el enésimo viaje de ida, un representante de la discoteca advierte a una veintena de veinteañeros que "a bordo nada de beber" y "que nada de fumar", y remata que "tampoco nada de beber" al tiempo que se toca la nariz ante el cachondeo generalizado.

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