Provincia de Cádiz

Una dignidad labrada a golpe de muñones

  • La Seguridad Social deniega la incapacidad a un joven que perdió todos sus dedos siendo un bebé y que logró trabajar de maquinista hasta que los dolores le superaron

Un brasero, un maldito brasero de picón al rojo vivo le cercenó la infancia cuando apenas tenía nueve meses de vida; y hoy, 35 años después, es la Seguridad Social la que parece estar dispuesta a condicionarle el resto de su vida. Y entre ambos golpetazos, una tremenda historia de superación, sí, pero también de llantos, operaciones y una desesperación sin fin.

El protagonista de esta lucha contra casi todo se llama Manuel Barba Guerrero, un joven de Medina Sidonia que en febrero cumplió 35 años y al que la estúpida burocracia castiga ahora por honrado. Sí, así de claro. Su historia tiene muchos vericuetos pero se puede resumir así: Manolo perdió todos los dedos cuando gateando a la edad de nueve meses puso sus dos manitas sobre un brasero; pese a las adversidades, y tras cerca de 60 intervenciones quirúrgicas, logró trabajar durante 12 años como conductor de una máquina retroexcavadora para ganarse la vida honradamente; pero cuando el dolor reapareció y la insensibilidad volvió a apoderarse de sus extremidades superiores, Manolo no pudo más, se rindió y optó por solicitar la incapacidad permanente, algo que siempre había tratado de evitar. Pero se la han denegado. Increíble pero cierto.

Dos documentos oficiales fechados el pasado febrero le han hundido. En uno, la directora provincial del Instituto Nacional de la Seguridad Social le deniega esta solicitud porque, según razona, las lesiones que padece Manolo "no suponen una disminución de su capacidad laboral al ser anteriores a su afiliación a la Seguridad Social y al inicio de su relación de trabajo" y también porque "no ha experimentado agravación que disminuya o anule" su capacidad para trabajar. Y sustenta esta resolución en un dictamen del equipo de valoración de incapacidades de la misma Dirección Provincial de la Seguridad Social en el que, pese a reflejar la amputación de todos sus dedos por quemaduras de tercer grado y pese a reconocer que tiene unas manos "catastróficas", concluye que no está justificada su incapacitación permanente "por no presentar reducciones anatómicas o funcionales que disminuyan o anulen su capacidad laboral". Es decir, que la Seguridad Social le dice que es apto para trabajar simplemente porque ya lo ha venido haciendo todos estos años con sus diez muñones. Y punto. Quizás si no hubiera intentado superarse y hubiera solicitado esa incapacidad antes de trabajar todo habría sido distinto.

Mientras muestra estos documentos, Manolo intenta darle un sorbo a un zumo de melocotón. Pero tiene que soltar los papeles porque necesita las dos manos para sujetar el vaso. Antes no era así. Antes, y sobre todo después de la última operación -que tuvo lugar en 1996 y que le sirvió para poder abrir algo su mano izquierda- Manolo estaba más seguro. Y explica el empeoramiento de su situación de una manera muy gráfica: "Antes, cuando bajaba la basura al contenedor, podía llevar hasta tres bolsas con una mano; ahora sólo llevo una y muchas veces se me cae porque la mano se me abre sola".

"Yo quería seguir trabajando porque me gustaba y porque me iba bien, pero ya no podía más. Estar más de 10 horas llevando la máquina llegó a ser muy duro porque los dolores iban a más y porque ya no me veía seguro. Pensé que si seguía trabajando podría perder la poca movilidad que me queda y lo dejé porque tengo que salvar mis muñones", relata una persona que tiene acreditada una minusvalía del 70% pero no esa incapacidad permanente que le ayudaría a cobrar una pensión con la que contribuir en una casa donde vive con su pareja y una hija de siete años y en la que hoy, tras acabarse el paro, sólo ingresa los 426 de euros de la ayuda.

La desesperación le ha llevado a iniciar una cruzada para lograr lo que considera justo. Así, ya ha presentado una demanda en los tribunales contra la resolución de la Seguridad Social y, en paralelo, ha solicitado amparo a la Oficina del Defensor del Pueblo Andaluz para lograr una copia de su historial clínico que el SAS le ha dicho que ha desaparecido en el hospital Virgen del Rocío de Sevilla, donde fue intervenido por vez primera.

Manolo no tiene reparos en enseñar sus manos y explica cómo los médicos le reforzaron los muñones de los dedos pulgar y meñique para habilitarle sendas pinzas con las que poder presionar para comer, escribir o sujetar cosas; y muestra también cómo apenas cuenta con una falange en cada dedo y cómo sigue teniendo unidos dos dedos de una mano; y enseña también el sinfín de injertos que suma en sus extremidades con trozos de piel que le fueron quitando de otras partes de su cuerpo...

Y Manolo narra que su infancia la pasó entera entre hospitales y médicos, y explica cómo cuando le duelen mucho las manos tiene que meterlas en agua caliente, y los problemas que tiene para ponerse los botones o el calzado... Y, claro, Manolo se acuerda de la Campanario, de su madre y de aquella trama de pensiones fraudulentas y dice una verdad como un templo: "Ahora estamos pagando justos por pecadores".

El escritor argentino José Narosky dijo una vez que "el digno sufre pero su dignidad le consuela". A expensas de lo que dictamina la Justicia, Manolo Barba sufre, y mucho, por una injusticia. Pero nadie podrá arrebatarle ya una dignidad labrada durante años a golpe de muñones.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios