Provincia de Cádiz

"Perderemos el trabajo"

  • Cuatro empleadas del hogar muestran su temor a que los recelos de los empleadores ante la ley les acarree quedarse sin empleo y, por tanto, sin tarjeta de residencia

No se respira entusiasmo con la ley que regula el trabajo doméstico en una de las pocas asociaciones andaluzas de mujeres inmigrantes, localizada en El Puerto, Yanapakuma, que en quechúa hace referencia a estar unidos. Unidas están, pero preocupadas. Roxana, Nelva, Patricia y Shashia, tres bolivianas y una colombiana, hablan mientras sus niños corretean por el salón de la sede. Ellas son, por estudios, una química, una interiorista, una contable y una diseñadora gráfica, pero en España son empleadas del hogar. Suman un buen montón de historias de humillación y, también, de orgullo. Orgullo de origen.

"Transmitimos a nuestros hijos la devoción por los mayores de nuestra cultura, por la figura de la madre y del padre, por la educación y al respeto..." Y así son los niños que están alrededor, comedidos alborotadores, hasta que Roxana indica a la mayor de ellos que se lleve a los demás al patio de abajo y la niña obedece al instante y los demás, también, sin rechistar.

Es mejor que ellos no estén para escuchar historias duras como la de la propia Roxana, a la que se le bañan los ojos de lágrimas recordando su llegada a España, un mal embarazo, un bebé que se moría dentro de su cuerpo y una casa en Fuentebravía, donde la empleadora tenía una niña en la incubadora, luchando entre la vida y la muerte. "Pensé que eso nos uniría, pero fue inflexible, incluso cruel. Trabajaba de ocho a seis, sin comer, y me obligaban a estar allí a la hora de la comida. Una vez sí, me dieron unos garbanzos congelados calentados. Asocio el dolor de la pérdida de mi hija al sabor de esos horribles garbanzos. Acudí, mala, al día siguiente a trabajar. Se lo dije, que no me encontraba bien. Y fue trabajo más duro que el anterior". Para Roxana, por su experiencia, "cuanto más ricas, más miserables. La gente obrera entiende mejor tu situación". Empleadoras con guantes blancos detrás de ellas, ociosas, comprobando la limpieza de cada mueble, candados en las nevera y "la apariencia". Shashia, colombiana que ya piensa en regresar, en aceptar que vuelve con las manos vacías, y Nelva, boliviana, con casi veinte años en España, relatan historias de empleadoras arruinadas, que no les pagaban, que les rogaban que fueran a por alimentos para ellas a Cáritas porque a ellas les daba vergüenza.

Patricia recuerda sus primeros días en el país de las oportunidades al que había venido, como las otras tres, enamorada de su hombre. "Yo sólo había trabajado en despachos, soy contable. Pero me resigné, no tenía permiso de residencia, no podía encontrar trabajo en lo mío. En la primera casa que entré me sorprendí de la cantidad de productos para cada cosa. Yo había limpiado mi casa en Bolivia. Y mi casa estaba limpia. Pero esto... Y me decían que no sabía limpiar. ¡Claro que no sabía limpiar! ¡Yo sabía hacer cuentas!".

Ahora vuelve de esos primeros días el miedo. Porque los primeros años pasaban de profesionales a turistas, de turistas a ilegales, de ilegales a limpiadoras. "Se escuchaban historias entre nosotras de a tal la han cogido sin los papeles... el miedo a la Policía era tremendo". "¿Por qué no volvíais?" "Por ellos, porque nuestros maridos estaban convencidos de que en España estaba el futuro, porque pensaban que, aunque les explotaban, todo cambiaría, que viviríamos bien, como los españoles. Ahora estamos arraigadas aquí y cuesta volver".

Pero quizá tengan que hacerlo. Roxana, que cuida desde hace años a una mujer con alzheimer con la que se ha creado un vínculo afectivo, habla por sus compañeras y dice que, en líneas generales, los empleadores no quieren saber nada de darles de alta. Tienen conocimientos muy limitados sobre la nueva norma. "Se lo intentas explicar: ya no puedo cotizar si no digo de dónde vienen mis ingresos, quién me emplea. Si no declara que trabajo para usted, les dicen mis compañeras, perderé la tarjeta de residencia. Pero no, no quieren saber nada". Esta bienintencionada ley aboca a estas mujeres, después de tantos años, a regresar a la casilla de salida.

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