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El catamarán

Rafael Navas

El peor de los insultos

EN los tiempos que corren, lo peor que puede hacer alguien es jugar con algo tan sagrado como es el empleo, con un puesto de trabajo. Ocurre con frecuencia que no se valora lo que se posee y que se añora aquello que no se tiene. Eso ha sucedido, y sucede, con los puestos de trabajo. Ahora que la tasa de desempleo en España alcanza cotas tan altas y vemos cada vez más de cerca el drama de quienes carecen de un empleo, resulta lamentable comprobar cómo algunas personas se ríen de aquello que para millones es una tragedia. Han tenido que ser los administradores concursales de Delphi quienes hayan constatado que en esa empresa radicada hasta hace muy poco tiempo en la Bahía el absentismo laboral llegaba a unos niveles intolerables, casi un 15%. Han tenido que ser esos señores y señoras, y no columnistas o analistas injustamente vejados, quienes hayan dejado constancia por escrito -en un informe definitivo sobre las causas de la decisión que llevó al cierre- del desmadre que tanto tiempo han intentado ocultar comités y otros órganos, los mismos que han conseguido que en plena crisis económica, con millones de parados en España, haya gente que por tener la suerte de haber trabajado (o engrosado las filas de la plantilla) en esa factoría se vayan a jubilar a los 50 ó 51 años después de estar varios haciendo cursillos de "formación" que han costado una pasta pero no van a servir para nada porque ya no van a formar parte del mercado de trabajo. Enhorabuena a quienes lo han conseguido y a quienes se lo han permitido: se han cubierto de gloria insultando a millones de parados que no tuvieron la suerte de ser despedidos por una multinacional.

Y ahora, llegan los policías locales de Jerez, todos unos artistas en esa habilidad de la negociación bilateral, y se ponen de baja todos a la vez porque no se hace caso a sus demandas. Eso, se pongan como se pongan los guardias, expertos en colocar huelgas y movilizaciones en tiempos de Feria, Mundial de Motos o Semana Santa, es un insulto a toda la ciudadanía. En vez de dar gracias por tener un puesto de trabajo, estos individuos se permiten el lujo de jugar con la seguridad de los ciudadanos y, de paso, reírse de aquellos que no tienen un empleo. Da igual el color de quien gobierne. Esa actitud es simplemente deplorable. Cómo se nota que no pasan penurias a final de mes esos señores. La sociedad debe mostrar su más absoluto rechazo a todos aquellos que, teniendo la suerte de contar con un puesto de trabajo -y más si es fijo-, se mofan de los demás ciudadanos y se aprovechan de las circunstancias. Esta es una más de las lecciones que debemos aprender de un tiempo después del cual nada debería volver a ser igual.

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