De poco un todo

Enrique García-Maíquez

Sobre corrupción

DUDABA si dedicar yo también un artículo a la corrupción. S. J. Lec me ha sacado de dudas con uno de sus grandes aforismos: "¡No seáis originales a toda costa! Aunque antes que vosotros algunos ya hayan dicho de un auténtico granuja: '¡Golfo!', repetidlo". ¡Y si fuese sólo uno…! En la España del siglo XVII, Quevedo no hallaba cosa en que poner los ojos que no fuese recuerdo de la muerte; nosotros, en la política española del XXI, vemos, más que nada, corrupción.

Una ventaja al menos del sistema partidista, tan maniqueo, es la agudísima visión con que los de un partido detectan las corruptelas del contrario. Las suyas, en cambio, les resultan invisibles. Pero entre unos y otros hay que reconocer que nos barren la casa, o no la barren, no, pero cada cual denuncia la suciedad en el rincón ajeno. El espectador neutral suma las denuncias y sospechas de un lado y de otro, y termina asqueado de tanta porquería compartida.

Que irá a más. Uno de los dogmas laicos es el de la incomunicación entre la ética pública y la moral privada, de modo que en la primera se deberían guardar las formas y en la segunda todo está permitido y alentado. En realidad, son vasos comunicantes. Yo, como era de esperar, estoy con Benedicto XVI, que en su reciente encíclica Caritas in veritate recuerda: "La Iglesia propone con fuerza esta relación entre ética de la vida y ética social, consciente de que no puede tener bases sólidas, una sociedad que -mientras afirma valores como la dignidad de la persona, la justicia y la paz- se contradice radicalmente aceptando y tolerando las más variadas formas de menosprecio y violación de la vida humana, sobre todo si es débil y marginada". Antes, el Papa había hablado nada menos que de la moral sexual y de la Humanae Vitae; y después previene: "Cuando el Estado promueve, enseña, o incluso impone formas de ateísmo práctico, priva a sus ciudadanos de la fuerza moral y espiritual indispensable para comprometerse en el desarrollo humano integral". También advierte que esa idea, tan cara al PP, y que tendría en el senador y tesorero Bárcenas a un partidario convencido, esa idea, dice, de que la economía es lo único que importa acaba dando alas al todo vale con tal de llevárselo crudo.

Que la moral privada y la ética pública están íntimamente interconectadas quizá parezca una doctrina aguafiestas. Es todo lo contrario. Gracias a ella podemos hacer mucho más que quejarnos y deprimirnos. Me tienen que preocupar todas las corrupciones en todos los ámbitos, faltaría más, pero la corrupción en mí, a mí es la que debe ocuparme. Aunque sea creyente y practicante de la literatura confesional, descreo de la literatura confesionario, así que les ahorraré un catálogo de mis faltas. Las tengo, insidiosas, pertinaces, como usted y casi todos. Si nos las vamos erradicando, construiremos -por la ley de los vasos comunicantes- una sociedad mejor.

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