Con la venia
Fernando Santiago
Zambombá
EL joven poeta malagueño David Leo García ha ganado una millonada (casi dos millones) en el concurso televisivo Pasapalabra. El programa tuvo una audiencia de tres millones de personas. De su primer libro, Urbi et orbe, que ganó el prestigioso Premio Hiperión, vendió mil ejemplares. Hay una diferencia.
Pero él quiere volver al Urbi et orbe. Ha contado que piensa dedicar el dinero ganado con bastante sudor de su frente (siguió una preparación espartana para ganar el concurso, casi como un opositor), tras una estancia en Japón, a montar una librería-cafetería y a escribir, sobre todo. Y aquí es donde yo quería llegar. Porque podrá no haber mecenas, pero siempre habrá poetas dispuestos a financiarse a sí mismos la locura (¡mil lectores a lo sumo!) de los versos.
Sócrates se dio cuenta de que todo hombre admirable era "dueño de sí". Aquello implicaba que también era, en justa y paradójica correspondencia, "esclavo de sí". Suena raro, pero, fundida con todo señorío auténtico, encontramos la servidumbre más solícita. Ser dueño de otros, sin ser siervo de uno mismo, no sirve de nada y lleva a la decadencia o al despotismo. La máxima libertad implica la mayor esclavitud en el mismo sujeto: uno mismo. Entiendo el auto-mecenazgo de los poetas al socrático o platónico modo. Como un señorío, consistente en sostener a un poeta en su corte, un poeta que es él mismo, claro, igual que el siervo del griego dueño de sí. Ya quisiera yo, ay, encontrar un mecenas al modo clásico y últimamente lanzo discretos S.O.S. desesperados, pero confesemos que hay una fe más grande en la poesía y en la propia obra cuando uno es capaz de trabajar como un chino de sol a sol para escribir luego como un chino a la luz de luna: tres amigos, el poeta, su sombra y un vaso de vino, como Li-Po. No hace falta más.
No sé si David Leo está estirando demasiado su millonada cuando sueña echar un año sabático-japonés y una vida creativa el resto de su vida, con la librería-cafetería, que también se chupará bastante liquidez; y todo después de Hacienda, que ésa no se duerme en los laureles líricos. Con todo, dedicando el premio a la poesía que va a escribir, ha escrito ya un poema estupendo, una oda al auto-mecenazgo, a la fe en la creación propia. No es el cuento de la lechera, qué va. Es la epopeya del éxito como medio para un fracaso poético que, a pesar de todo, es más hermoso y está más lleno de sentido.
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