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Su propio afán

enrique / garcía / mÁiquez /

Lo prohibido

QUÉ bien entendería mi pasión lectora Vittoria Accoramboni, Duquesa de Bracciano. Ella profirió la sabrosa frase recogida por Stendhal: "Qué lástima que tomar helados no sea pecado", porque sabía que el halo de lo prohibido le da muchísimo encanto a todo lo que hacemos los hijos de Adán y Eva. Quien lo hereda no lo hurta. La suerte es que para saborear ese placer no hace falta flirtear con ningún pecado. El diablo Screwtape, en Cartas del diablo a su sobrino de C. S. Lewis se quejaba amargamente de la cantidad de placeres que estaban al alcance del hombre sin necesidad de caer en la tentación. La sociedad, las obligaciones, las costumbres y los tópicos nos ponen suficientes prohibiciones para que podamos experimentar el gustazo de saltárnoslas sin poner en riesgo nuestra salvación eterna. La Accoramboni hoy podría haber disfrutado el regusto salvaje de su helado nada más que riéndose del régimen de adelgazar que estaría quebrantando.

Me pasa con los libros. Para mi desventura, no he sido capaz de organizarme la vida para ganármela con el estudio o el trabajo intelectual ni estudié una carrera de letras. De modo que me recuerdo leyendo siempre con cargo de conciencia, o por no estar estudiando la Ley del Impuesto sobre el Patrimonio o por no andar corrigiendo exámenes o revisando la estructura del instituto. También leo con el peso en el alma de no estar jugando con mis niños o paseando con mi mujer. Ese punto transgresor de mi lectura me ha acompañado desde pequeño.

Y se le ha sumado el artículo nuestro de cada día, mi propio afán. Para el que, además debería, me conmino, leer tres o cuatro periódicos y escuchar las tertulias de la radio. Pero ando enganchadísimo ahora a los relatos de la baronesa Blixen. Y cada media hora que puedo robarle a mis sagrados deberes y serias obligaciones sólo consigue aumentar mi deseo de arrancarles otra media más, yonqui literario.

Las campañas de promoción de la lectura proclaman lo guay que es leer, pero deberían advertir de la angustia; primero, para no caer en publicidad engañosa. Y segundo, porque así -recuerden a la duquesa de Bracciano y a nuestros antepasados comunes Adán y Eva- conseguirían mucho mejor sus objetivos, aumentando el atractivo de la literatura con la sombra de lo proscrito y lo imposible. De mí sé decir que el artículo de hoy lo he pergeñado, a toda prisa, en los márgenes de Carnaval y otros cuentos.

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