Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

El maestro Cameron

CADA vez que se llama a David Cameron irresponsable (y es un epíteto que estos días se repite como un estribillo, como una salmodia, como un tintineo de una punta a otra de Europa) se nos ofrece una indispensable lección de teoría política, especialmente apta para los tiempos que corren. Si Gran Bretaña sale o se queda en la UE, es una cuestión esencial que atañe a todo un continente y que puede provocar una reacción en cadena entre los distintos países socios. Con todo, la lección política va aún más allá y, por tanto, nos cae más acá. Por muy democráticos que seamos todos no podemos pasarnos el día votando, entre otras cosas para no desamparar a la misma democracia.

La constitución americana, a la que nadie negará su carácter democrático, se construyó sobre unos principios evidentes por sí, que el texto declara indiscutibles. Sólo sobre lo sólido se sostiene la libertad. Y algunas veces habrá que hacer otras cosas además de campañas electorales, votaciones, referéndums y recuentos, ¿no?

Un Estado social y democrático de Derecho tiene en los cuatro términos de la fórmula las cuatro patas de su estabilidad. Ir acortando cualquiera de ellas o alargando otras supone la inmediata cojera del mueble. Una sobredosis sufragista puede afectar fácilmente a la condición de Estado, como va a ser el caso de Inglaterra con el Brexit, porque somete los tratados del Estado inglés a decisión popular. O los referéndums que se piden en España de autodeterminación, que serían autos de terminación de nuestro Estado, que se basa, primero, en la unidad del país y, segundo, en una soberanía nacional que exige que estas cosas se decidan entre todos. La condición de ente de Derecho pide, por su parte, que todo se rija según sus procedimientos legales. La dimensión social supone que hemos de estar pendientes, ante cualquier coyuntura política, del bienestar general y de la solidaridad con los débiles y con las próximas generaciones.

David Cameron es un irresponsable porque, como ya hizo con el referéndum escocés, se asoma, por intereses partidistas, al precipicio, llevando de la manita a todo el Estado británico. Ya veremos qué pasa. Es un maestro, pero no por lo magistral de sus movimientos audaces, sino por las enseñanzas que desprende a su paso. A lo que no podemos ni debemos esperar es a ir sacando nosotros ya las lecciones que tan abnegadamente nos está brindando. En cabeza ajena.

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