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Su propio afán

enrique / garcía-máiquez

Técnica y valor

AUDEN, el poeta más listo de Inglaterra, lo dijo con contundencia: "La sinceridad es técnica". Lo he leído -lo confieso sinceramente- en Twitter y me falta, por tanto, el contexto. Supongo que lo diría hablando de poesía, donde para que el poema suene a auténtico hace falta, en efecto, una gran maestría. Contra lo que se tiende a creer, no resulta más natural el que sabe menos. La retórica, el dominio de la sintaxis, el conocimiento de la tradición y la riqueza del vocabulario pueden ponerse al servicio del engaño, como vemos todos los días, pero sin ellos no puede transmitirse un mensaje completamente verdadero. La verdad es tan compleja y tan vasta y el alma tan honda que exigen mucho para aprehenderlas y comunicarlas.

Esto tiene unas graves implicaciones sociales. Quienes no dominen medianamente el lenguaje se hallan ante un obstáculo invisible e insalvable para ser sinceros, aunque moralmente lo intenten. Tendrán el mérito, no el resultado. Serán incapaces de expresar toda la verdad que quisieran decir.

Y, por si fuera poco, para ser sincero hay que ser atendido. La sinceridad requiere un interlocutor inteligente, que también domine la técnica. Que sepa desarticular las falsedades, voluntarias o no, y que ayude a redondear las sinceridades del que habla o escribe, completándolas y perfeccionándolas. Es mucho pedir y es, sin embargo, imprescindible. Con la presión de las elecciones catalanas encima de nuestra actualidad, no hace falta decir que la sinceridad activa y la desactivadora (la del que habla y la del que escucha, respectivamente) tienen unas graves responsabilidades políticas. El dominio de la técnica comunicativa al servicio de la verdad debería ser uno de los cimientos de cualquier sociedad libre y democrática. Pero va aún más allá y llega hasta el fondo de nuestra vida profesional, social y personal.

En Twitter, donde uno, amparado en las prisas, se atreve a todo, intenté completar la cita de Auden. Añadí que la sinceridad es técnica… y coraje, porque valor hace falta para buscar la verdad y decirla, diciéndosela antes a uno mismo, que a menudo es lo que más miedo da. Sin embargo, ahora que lo pienso con la tranquilidad y el ritmo demorado de una columna, veo que me precipité. Claro que Auden contaba con el valor, sólo que, como en el ejército, se da por supuesto. A la comunicación y a la escritura hay que venir sinceros de casa. Y a la política.

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