De todo un poco

enrique / garcía-máiquez

Cuidado a la espalda

HACE unos días traje aquí un aforismo de Antonio Fernández Molina: "No se vence a quien no se traiciona a sí mismo". Me entró miedo luego. ¿No pecaba de notorio optimismo esa invulnerabilidad tipo Aquiles, con apenas un talón? Me importa un pimiento ser ingenuo ("Un poco de ingenuidad nunca se aparta de mí. Y es ella la que me protege, casi como una madre", escribió Antonio Porchia, retratándome) ni me preocupa ser esperanzado, todo lo contrario. Pero optimista, no, gracias, me digo, susurrándome lo de Bernanos, para quien el optimismo no es sino la sacarina de la esperanza.

Basta, sin embargo, echar un vistazo alrededor para comprobar que, verdaderamente, no hay enemigo comparable, ni de lejos, a uno mismo o a los nuestros. El aforismo, más que prometer invulnerabilidad, nos avisa, fatalista, de dónde ha de venir el golpe. Primero, hablemos de fútbol, como todo quisqui. La rivalidad se ha desplazado del campo de juego al interior de los vestuarios… y enardece a la grada. El clásico se juega en la portería del Real Madrid, entre Diego López e Íker Casillas. Como la liga es, dicen, cosa de dos, el otro punto caliente está o estará en la delantera del Barça, cuando Neymar y Messi empiecen a competir entre ellos. Al tiempo. En política, otro tanto. El partido se juega dentro de cada partido, a años luz del Parlamento. Rubalcaba y su desfondado liderazgo, por la banda izquierda; y por la derecha, Arenas vs. Cospedal, a muerte, con Rajoy de árbitro casero, dejando seguir el juego, aplicando siempre la ley de la ventaja. Ya había avisado Adenauer de que en política hay rivales, enemigos y compañeros de partido. La menor preocupación de un cargo son sus administrados; antes, ha de vigilar estrechamente a los de la oposición y, sobre todo, no quitar ojo nunca a los del propio partido, como se sabe y, sobre todo, como se nota. Incluso la Casa Real ha encontrado sus enemigos mortales en su interior, más letales que los republicanos de toda la vida.

Pero de la Corona hablaremos otro día; hoy lo importante era observar que nadie nos vencerá, como diagnosticaba Fernández Molina, sin autotraiciones interpuestas. Y eso, lejos de un autosuficiente optimismo o una sensación de inmunidad, nos debe llevar a sostener una esforzada esperanza de que al menos nosotros seamos capaces de no clavarnos el puñal fatal por la espalda. Sería de tontos, esto es, de ingenuos sin inocencia.

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