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De poco un todo

enrique / garcía / mÁiquez /

Mi vida querida

SEA por la de veces que he escrito columnas veraniegas contra el turismo compulsivo, sea porque con la crisis ha crecido mucho el interés por la literatura, ya nadie me pregunta adónde viajo. Todos se van directos a un infalible "¿Qué estás leyendo?" Entre las lecturas de estas vacaciones, se ha ganado un lugar fijo Mi vida querida de Alice Munro (Wingham, Ontario, 1931). Dejaba sus cuentos para última hora, ya acostado. Tras apagar la luz, seguía pensando en la historia de esa noche, y era un placer inquietante y vertiginoso ver cómo todo, en apariencia sencillo y causal, iba encajando como una partida de ajedrez, cargándose de sentido. Ni un movimiento inútil. Las historias eran duras, con mucho desamor y varias infidelidades, pero incluso a alguien sentimental y sensible como yo, le compensaban los malos tragos por lo sensitivo del goce estético de una obra perfecta. Perfecta sólo después de que el lector pusiera muchísimo de su parte para (reflexionando) redondearla.

De pronto, más o menos a mitad del libro, hay un cambio de tono, y Alice Munro incluye un puñado de narraciones ostentosamente autobiográficas. Esto, en principio, despista, pues no se termina de entender por qué ha mezclado relatos de ficción con textos memorialísticos. Con muy poco de esfuerzo más, piensa uno, podría haber sacado dos libros, cada uno con su tono y su mundo, coherentes ambos. Y más cuando Munro se esfuerza en recalcar las diferencias: en la segunda parte, insiste en que, si siguiese escribiendo ficción, subrayaría esto o suprimiría lo otro, pero que ahora está atada de pies y manos por los hechos como fueron.

El silencio atento de las noches a oscuras, sin embargo, va desvelando el secreto. Por supuesto, la escritora dejó sus pistas: ciertas concomitancias entre el aire de los cuentos y el ambiente autobiográfico, las sutiles repeticiones, rítmicas como rimas semánticas, y el retintín irónico de tanto marcar distancias sin parar. En realidad, las narraciones autobiográficas nos exigen rellenar los huecos igual que los relatos. Sin decirlo, Alice Munro nos está mostrando la importancia de la narrativa, que ha de enseñarnos a leer a fondo nuestra propia vida: a encontrarle su sentido esquivo, y pleno. Ese silencio reflexivo necesario tras cada cuento es de la misma naturaleza que el examen de conciencia de cada noche, que tantas veces eludimos, sin saber cuánto nos perdemos.

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