de poco un todo

Enrique / García-Máiquez

Novelas y verano

Las novelas son para el verano, como las bicicletas. En mi caso, quiero decir. Hay lectores de novela de hoja perenne, y está bien que haya de todo, pero yo padezco de fictitis aguda durante el resto del año, aunque eso sí: en verano ("las cosas naturales siempre vuelven") me doy un atracón de narrativa. Como tengo la impresión de que esto no es un caso aislado mío, sino una realidad bastante extendida, trataré de encontrarle una explicación. Por supuesto, rechazaré la más elemental. "En verano hay más tiempo para leer", sería la respuesta obvia. La rechazaré, primero, porque no veo tan elemental eso del tiempo. En verano hubo que bajar a la playa, bañarse, secarse, subir, quitarse la arena, volver a secarse, acostar a los niños, despertarlos, pasearlos, bañarlos, volver a acostarlos, salir a cenar, escuchar a los amigos, hacer deporte, ver las olimpiadas, hacer fotos, excursiones, cuadrar las cuentas, suspirar, buscar aparcamiento, etc. Y la rechazaré también porque el que no lee tantas novelas en invierno por culpa de la falta de tiempo, pero las leería, es en el fondo un lector de novelas perennifolio; y a mí me interesa el que el resto del año lee ensayos, poesía, manuales especializados, diarios y aforismos, pero en verano siente la llamada inexcusable de la narrativa.

Creo que es porque en verano se excita nuestro deseo de vivir más intensamente a la vez que se exacerba la sensación de que el tiempo se escapa de nuestras manos. Qué breves se nos hacen las vacaciones; y, ansiosos de llenarlas a toda costa, igual que otros que corren de aquí para allá, los más sedentarios recurrimos a la ficción. Para Julián Marías, la novela era vitamina biográfica y a poco que uno la haya leído con atención ha comprobado que efectivamente funciona como un complemento alimenticio y una afinación de nuestra percepción para los detalles y las circunstancias. Frente a diez u once meses de curso o de trabajo, el verano es muy corto. Se le puede ensanchar pidiendo ayuda a otras historias, que refluyen sobre nuestra vida. Cierto que la poesía la eleva y que la filosofía la ahonda, pero en verano, que es la estación tendida por excelencia, nos interesa sobre todo el ensanchamiento. Ya vendrán (ya están aquí) los meses afilados en los que hay que hilar más fino.

Quizá si usted es lector de novelas de toda estación puede aprovecharse de mi breve pero intensa experiencia veraniega. Son excelentes El jardín de los Finzi-Contini, que este año cumple los cincuenta, y El viajero bajo el resplandor de la luna, de Antal Szerb, una novela con más de 75 años. Añejas. sí, pero más frescas que muchos tomacos de última hora. Mañana se me acaba, adiós, gracias, adiós, donaires, el feliz interludio narrativo. Empieza el curso, y tiene toda la pinta -académica, política, económica y social- que el año será de drama. Bueno, las tragedias son para el invierno.

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