Cultura

Ponme la bata, Keith

Con un irritante retraso de casi una hora y un poniente inmisericorde, se inició el viernes, dentro de la sección El hervidero de Alcances, el ciclo de documental musical en el Baluarte de la Candelaria. Abrió el programa Shine a Light, la cinta que Scorsese ha dedicado a The Rolling Stones.

El cineasta americano, que alcanzó fortuna muy pronto en el género gracias a la realización de The Last Waltz en 1978 -este viernes en el mismo recinto- y No Direction Home (dedicada a Dylan) en 2005, firma esta vez un trabajo algo plano y descafeinado. Quizá tenga algo de culpa el objeto protagonista, cuya permanencia sobre los escenarios ha sido mil veces cuestionada. Al margen del prometedor comienzo, con la lucha de egos de la pre-producción, el mayor interés del filme reside en comprobar una vez más cómo cierto Rock and Roll, lejos de su legendario espíritu transgresor, se pone al servicio de la burguesía y la clase dirigente.

Para hacerse una idea de la perversión, y más allá de la bendición de la familia Clinton, bastaba comparar al inane auditorio que ocupaba el Beacon Theatre -algo así como ver a Gonzalo Miró o Rafa Medina en un concierto de Rosendo- con el de las imágenes rescatadas de los conciertos de los años mozos del grupo.

Gas Drummers protagonizaron después una especie de concierto-audioguiado; ilustrado, no sólo con cuatro afortunadísimas versiones de los abuelos, sino con multitud de anécdotas que, quizá, arrojaron más luz sobre el veterano cuarteto que el esforzado trabajo de Scorsese.

El ciclo continuará con las proyecciones durante la semana.

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