Cultura

'Crónica popular del Doce' bucea en los ángulos ciegos de la historia oficial

  • Distintos historiadores colaboran en un volumen que se acerca al carácter social, la indumentaria o la gastronomía de la época El título se presenta mañana en la librería QiQ

La historia no es, ni mucho menos, lo que se cuenta siempre. Pero lo que se cuenta siempre termina convirtiéndose en historia. Con la visión de profundizar un poco en esta falla, surgió Crónica popular del Doce (Alfar): título que reúne una serie de aportaciones en torno a los aspectos menos conocidos de la fecha de nuestro más recurrido periodo histórico.

"Tal vez en esta perspectiva tenga que ver mi propia especialización -comenta la coordinadora de la iniciativa, María Jesús Ruiz-. Yo trabajo en torno a la literatura oral: una manera de afrontar la literatura que no es la oficial, que está lejos de los grandes nombres y obras, una especie de subgénero, a menudo despreciada, pero que nos cuenta mucho más de la sociedad en la que está inmersa que las grandes obras".

Por otro lado, estaba el afán más genérico de acercarse a la época del Doce siguiendo carreteras secundarias. "Merece la pena recordar aquí, por ejemplo, la labor del historiador González Linacero -explica la profesora-, maestro que recibió en la II República el encargo de elaborar un manual que transmitiera una forma distinta de enseñar historia. González Linacero sostenía que había que enseñar la historia a través de la vida cotidiana de las sociedades más que a través de hitos y nombres. Estudiar para qué se inventa la rueda, qué se canta y qué se cuenta, cómo se viste la gente. Él terminó en alguna cuneta entre Valladolid y Palencia y su manual de historia, también".

A la hora de elaborar esta propuesta, María Jesús Ruiz solicitó la colaboración de varios compañeros del ámbito universitario que podían compartir este enfoque, encargándole a cada uno "el tema que creía que podían hacer mejor", indica. Así, Crónica popular del Doce cuenta con las firmas de Lola Lozano, Manuel Ruiz Torres, Marcos León, Manuel Naranjo, Juan Ignacio Pérez y Ana María Martínez, así como con la aportación de Julián Oslé, que cierra el volumen con material gráfico de su abuelo, Ramón Muñoz, en torno al I Centenario de 1812.

Entre todos, ponen la lupa en la cotidianidad de la época para aclarar algunas cuestiones que se han dado por hechas y subrayar otras. Por ejemplo, la sociedad gaditana no vivió en los albores de 1812 una especie de Pentecostés civil que la llevara a apoyar y bendecir un texto constitucional como el que al final surgió en San Felipe: no hay más que asomarse, con horror, a los motines que Lola Lozano presenta en el capítulo de apertura. O incluso cuestiones más intrascendentes, pero falsas y convertidas en axiomas, como la fantasiosa invención que, al igual que los demás trajes regionales, es el vestido de piconera -el apartado de Marcos León, dedicado a la vestimenta y con abundante material gráfico, resulta especialmente interesante-. Esta línea comienza ya en la misma portada del libro, donde contemplamos un silbato de arcilla que imita a un jinete con casaca y al que llaman, en Andújar, la "burla del francés", "aun cuando es posible encontrar silbatos con la misma forma desde, al menos, hace dos mil años...", comenta la coordinadora.

"El tipismo español del XIX lo elaboraron los viajeros románticos, a partir de la propia imagen de exotismo que ellos mismos iban buscado -explica la historiadora-. Plasman la imagen de una tierra telúrica que no existe, que inventan. Ocurre que luego, en un ejercicio de feedback, nosotros asumimos este retrato".

El volumen, en fin, sigue el espíritu de la cita de Luis Díaz de Viana que abre las colaboraciones: "La cultura popular es un invento, pero no necesariamente una mentira". "De hecho, podemos confrontar cultura popular y tipismo -desarrolla Ruiz-. La imagen falsa de qué es lo popular, de lo típico, de lo español, se fue remachando durante cuarenta años para unificar un país que, realmente, no existía. El tipismo ha sido una forma de unificar forzosamente este país. El folklore siempre ha estado manipulado por el poder político según sus intereses, fomentando una falsa idea de cohesión: el pueblo colectivo popular, ágrafo, no puede tener una visión crítica de lo que se le presenta, y enseguida se identifica con elementos de identidad que se le presentan de una manera muy simple. Asumir la heterogeneidad de la sociedad no es conveniente nunca para el poder político, porque es una realidad más difícil de manipular".

"Lo realmente extraño en nuestro caso -prosigue- es cómo esos tipismos de cartón piedra, acuñados forzosamente, se han seguido manteniendo después, durante toda la democracia."

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