Memoria histórica en cádiz Exhumación en el cementerio de la capital

Las historias enterradas

  • La familia de José Jiménez Nieto, asesinado en septiembre de 1936, trata de recuperar los restos que en su día fueron sepultados en el subsuelo de San José junto a los cuerpos de otros fusilados en la Guerra Civil

José Jiménez Nieto , casado y padre de tres hijos -dos niñas y un varón- y trabajador de una vaquería, fue detenido a principios de agosto de 1936, apenas dos semanas después del levantamiento militar de Franco contra la Segunda República, cuando se encontraba en un bar del barrio de San José, en los extramuros de la capital gaditana. El 2 de agosto ingresó en la Prisión Provincial, en el edificio ahora conocido como Cárcel Real, y el 13 de septiembre de ese mismo año fue torturado y asesinado ante la fachada de la parroquia de San José. Su historia, como la muchos otros represaliados durante la guerra civil y los posteriores años de la dictadura franquista, ha permanecido deliberadamente silenciada, enterrada y encubierta desde entonces, aunque no olvidada por su familia, por la que lo conoció y por la que sólo supo de él de oídas. Rafael Zarco, nieto materno, recuperó ayer su particular memoria histórica al comenzar la exhumación de los restos de su abuelo, que fueron enterrados, junto a otros fusilados, en un pasillo del ahora desvencijado cementerio de San José.

Rafael Zarco Jiménez sabía qué le había ocurrido a su abuelo gracias a su madre, que era una niña cuando su padre murió. Aquel relato, con más oscuros que claros, quedó tan grabado en su memoria que su empeño por datarlo y verificarlo no cejó hasta ayer, cuando a los ocho en punto de la mañana se comenzó a excavar en el lugar exacto donde el registro del cementerio situaba la tumba de su abuelo. Personal de Cemabasa, la empresa municipal que gestiona este camposanto y el de Chiclana, y arqueólogos y antropólogos del Colegio de Doctores y Licenciados en Filosofía, Letras y Ciencias de Cádiz, pertenecientes a la sección de Arqueología, realizaron la labor de manera detallada y, sobre todo, paciente. Muy despacio, tanto que seguirán hoy. Fueron los encargados de ir excavando con mucho cuidado la tumba y cribando la tierra para apartar los restos óseos, que en principio aparecieron fragmentados y muy removidos: los primeros, de unos niños; después de un adulto. Todos fueron enterrados, uno encima de otro, entre el 13 y el 14 de septiembre del 36. En la tierra se hallaron botones y un trozo de la suela de un zapato.

En una sepultura, además, que ya fue abierta en 1953 para desenterrar dos cadáveres. Los responsables del cementerio afirman que fue una "práctica habitual" entre la década de los 40 y principios de los 50. Cerca ya de la una de la tarde, y a 1,10 metros de profundidad, aparecieron restos de una caja y, apenas 15 centímetros más abajo, el esqueleto completo de una persona que los expertos creen, por la cadera y por la posición de los huesos de las piernas, que corresponde a una mujer. Debajo de ella hay dos cadáveres más, entre ellos el de José Jiménez.

Con la exhumación empezada ayer, Rafael Zarco veía satisfechos sus deseos, pero también hacía lo propio, a título póstumo, con los de su abuela y con los de su madre, fallecida hace tres años y que siempre anheló saber dónde había sido enterrado su padre, para que un día siempre imaginado sus restos pudieran descansar junto a los de toda su familia.

El camino hasta el día de ayer empezó a allanarse casi por casualidad. Rafael supo que el padre de una compañera de trabajo había vivido, igual que su familia materna, en el callejón de Escalzo. Era Eduardo de la Herranz. Su testimonio fue valioso, tanto que ayer le acompañaba en el cementerio mientras se excavaba la fosa. Eduardo, nacido en 1931, tenía cinco años cuando sucedieron estos hechos, pero recordaba detalles y, sobre todo, las conversaciones sobre éste y otros fusilamientos. Ayer lamentaba los años de silencio impuesto y el miedo con el que durante décadas se habían vivido unos acontecimientos de los que todo el mundo hablaba en voz baja. La parroquia de San José había sido incendiada antes del golpe militar y aquello se convirtió en un castigo por la acción. Por eso el asesinato se realizó, con otros fusilamientos más, ante la propia iglesia.

Rafael Zarco contó después con la inestimable colaboración del sindicato CGT y del libro El verano que trajo un largo invierno, de Alicia Domínguez Pérez, donde terminó de cuadrar, ya con nombres, apellidos, hechos y fechas, aquella historia que tantas lágrimas había hecho derramar a su familia. El detallado registro documental del cementerio de San José le permitió, finalmente, dar con la tumba de su abuelo.

Ahora sabe con certeza que José Jiménez Nieto, con apenas 30 años, fue encarcelado aquel 2 de agosto en la Prisión Provincial después de que fuera delatado por el guardia civil que regentaba la vaquería en la que trabajaba, situada en lo que hoy es la plaza de Santa Ana. A Rafael Zarco, sin embargo, no le consta que su abuelo estuviera afiliado a ningún sindicato ni partido contrario al pensamiento único del llamado bando nacional, ni siquiera que tuviera que ver con aquel incendio. Lo cierto es que cinco días después de ser detenido, José Jiménez fue traslado a la prisión de Torpedos, hoy Instituto Hidrográfico, desde donde regresó a la Cárcel Real el 28 de agosto. El 12 de septiembre, dicen los documentos, salió de allí para, supuestamente, ser conducido a El Puerto de Santa María.

Pero lo que pasó fue que el 13 de septiembre fue llevado por los falangistas a San José. Allí le rompieron las piernas a culatazos y le dieron un tiro en la cabeza. Ese mismo día fue enterrado en el patio tercero del cementerio de San José, en la división de San Mateo, en una sepultura localizada con precisión: era la número 13, fila dos y su cuerpo fue enterrado en tercer lugar, por debajo de otros fusilados junto a la iglesia, de una mujer y de unos niños que fueron inhumados el día 14: se llamaban José y Andrés.

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