Pilar Paz Pasamar, la dama (literaria) de Cádiz

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Al casarse, renunció a su carrera en Madrid.

José Joaquín León

31 de octubre 2015 - 01:00

A Pilar Paz Pasamar le da igual que la consideren poeta o poetisa. ¿Qué más da? A la poesía gaditana no le queda ya nadie como ella. A mediados del siglo pasado, la valoraban en Madrid como una de las poetisas más prometedoras, como una precursora de la generación de los 50, en unos años en que las mujeres escribían poco y publicaban menos. Ahora, en general, la llaman poeta, que parece más serio. Con el paso de los años, ha sido reconocida, aunque no tanto como se merece.

Pilar Paz Pasamar (Jerez de la Frontera, 1933) era hija de un militar, el coronel jerezano Arturo Paz Varela, y de una aragonesa, Pilar Pasamar Mingote, aficionada a cantar. Su padre, cuando ella apenas tenía tres años, se fue a la guerra. Resultó herido en el frente de Bélmez (Córdoba) y su madre acudió a buscarlo entre bombardeos. El amor de sus padres la marcaría. La madre había estudiado canto en el conservatorio, pero las arias sólo las cantaba en casa. Nunca llegó a ser artista.

El coronel Paz fue destinado a Madrid, donde Pilar vivió durante dos décadas. Estudió en el colegio del Sagrado Corazón, de las Carmelitas. Después se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras, en la que cursó los estudios comunes, y consolidó sus aficiones literarias. Su primer libro, Mara, publicado en 1951, fue prologado por Carmen Conde. Conoció a Gerardo Diego, Dámaso Alonso, Vicente Aleixandre y otros poetas de renombre. Acudió algunas veces al Café Gijón, al que iban Miguel Delibes y Carmen Laforet. Pero le agradaban más las tertulias en casas particulares, en las que conoció a otros poetas y escritores, como José García Nieto, o Eugenio D'Ors. En aquellos años comenzó su amistad a distancia con Juan Ramón Jiménez.

Pilar nunca perdió el contacto con Jerez y Cádiz. Viajaba en vacaciones, y mantenía unos lazos que después cuajarían en su amistad y noviazgo con Carlos Redondo. Pero, en lo literario, estuvo en el grupo de la revista Platero, con Fernando Quiñones, José Manuel Caballero Bonald o Julio Mariscal, entre otros. Por aquellos años, tuvo un encuentro con el grupo Cántico cordobés, en la venta Los Arcos. Así conoció a Pablo García Baena y a otros poetas, como Juan Bernier o Ricardo Molina.

A Fernando Quiñones lo conoció en un curso de verano, con uniforme de Infantería de Marina, cuando departía con mucha familiaridad con un almirante que tenía inquietudes literarias. Con el tiempo, Quiñones y Pilar mantendrían una gran amistad. Ella lo recuerda como un hermano, que se quedaba muchas veces en su casa madrileña de la calle Nicasio Gallego. Años después, Fernando Quiñones le presentó a Rafael Alberti, cuando regresó del exilio. Estuvieron charlando en el desaparecido hotel El Caballo Blanco, de El Puerto de Santa María.

En aquellos años 50, Pilar Paz estaba incluida entre los poetas españoles más prometedores. Era de las pocas poetisas que ejercían en Madrid, junto con Ángela Figueras y Concha Lago, siguiendo el ejemplo de Carmen Conde. En 1954, Pilar publica uno de sus libros de referencia, Los buenos días, con el que ganó el accésit del Premio Adonais, el más importante de España para los jóvenes poetas. En los siguientes tres años, publicó Ablativo amor y Del abreviado mar. En 1957 todo cambió: se trasladó a Cádiz.

Algunos críticos han opinado que Pilar Paz renunció entonces a una carrera de mayor recorrido, al retirarse de los ambientes literarios de Madrid. Como otras mujeres de su tiempo, prefirió la familia. Se casó con Carlos Redondo, su novio gaditano, en la iglesia del Pilar, de San Felipe Neri de Extramuros, donde él había estudiado. Así, en 1957, empieza la etapa de Pilar en Cádiz. Vivieron durante muchos años en el chalé Villa María, que estaba en la calle Brasil.

Pilar es madre de cuatro hijos (Pilar, Melele, Maru y Arturo) y tiene ya cinco nietos. Está viuda desde 1995. En los primeros años de su matrimonio tuvo que compaginar la maternidad con la literatura, lo que le restó tiempo, pero no ganas de escribir. Entre 1960 y 1967 publicó tres libros de poesía y prosa, mientras criaba a sus hijos. Después se abrió un periodo de casi 15 años de silencio literario, que rompió en 1982 con La torre de babel y otros asuntos. Pero, en contra de lo que se ha dicho a veces, Pilar seguía escribiendo, incluso en esos años de aparente retiro, en los que se dedicó a otras actividades. Esos poemas están en su antología de La alacena, de 1986. Cuando aún vivía su marido, publicó otros libros importantes, como La dama de Cádiz (1990) y Philomena (1994).

Mirando hacia atrás, Pilar Paz se confiesa: "No me arrepiento de nada". Cuando se fue de Madrid, para vivir en Cádiz con su marido, sabía lo que hacía; era consciente de que elegía la familia por encima de todo. Le costó algunas lágrimas. Pilar es una escritora a la que no le gusta que se vea su vida como una novela rosa, pero hay que decirlo porque es verdad: renunció a todo por amor.

Esos años también le dieron alegrías literarias. Entre ellas, una gran amistad con José María Pemán. Le había conocido cuando un grupo de jóvenes poetas gaditanos organizó un homenaje a don José María, que se celebró en el teatro de la calle Arbolí. A Pilar siempre le ha gustado recitar sus poemas, y lo hace según los cánones, con arte y elocuencia. Allí no sólo recitó ante Pemán, sino que bailó unas habaneras.

Con Pemán entabló una amistad artística, que se encaminó sobre todo hacia el teatro. Estaban en una compañía que representaba obras pemanianas y adaptaciones de textos clásicos, que hacía el ilustre autor. Pemán actuaba a veces; protagonizó un recordado Edipo en el Teatro Lope de Vega, de Sevilla. Y le llegó a confesar que le gustaba más ser actor que autor de teatro. Participaron en representaciones benéficas de obras como La viudita naviera. Su marido, Carlos Redondo, acudía a verla, pero nunca participó, ya que no tenía dotes de actor.

A veces se ha catalogado a Pilar Paz como una poeta mística. En 1981 se convirtió en la primera mujer que pregonaba la Semana Santa de Cádiz. El acto tuvo lugar en el Teatro Andalucía y contó con la presencia de Pemán. Fue muy felicitada. En eso, como en tantas cosas, ha sido una pionera.

En el siglo XXI, Pilar Paz ha seguido publicando, y ha recibido algunos homenajes. En 2004, el Ayuntamiento de Cádiz la nombró Hija Adoptiva, título que le entregó Teófila Martínez. Más recientemente, el Centro Andaluz de las Letras, dirigido por Juan José Téllez, le dedicó un homenaje en 2013 y la nombró escritora andaluza del año 2015. Es académica de cuatro corporaciones, entre ellas la Hispano Americana.

En su piso de la calle Dama de Cádiz, mientras ya se ha recuperado de una fractura que sufrió, Pilar Paz Pasamar escribe los artículos que publica en Diario de Cádiz cada dos semanas, y algunos poemas, que surgen con esa naturalidad que sólo tienen los grandes poetas. Prepara una nueva antología con la profesora Ana Sofía Pérez Bustamante, que es una experta en su obra. Tiene en la recámara un libro muy especial, que titulará La estación del abanico.

Y es que ella sigue con la misma ilusión de aquella joven que fue elogiada por los mejores poetas españoles. Un día cambió Madrid por Cádiz, pero nunca se borró de la poesía. Hasta su nombre, Pilar Paz Pasamar, parece un verso.

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