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Discapacidad

Así se hizo un campeón

  • Historia de Alejandro, un adolescente gaditano con un 85% de discapacidad que ha hallado en el agua su superación y ya es una gran promesa paralímpica

 “Del niño, te olvidas”. El médico despliega ‘tacto’ ante “un conejito” lleno de cables pegado a un gotero. El ‘conejito’, como le ha llamado su padre, es Alejandro Arévalo, bronce nacional de natación adaptada, que en este mismo instante, 17 años después, cruza a braza una calle de la piscina del complejo Ciudad de Cádiz. Carolina, su entrenadora, va tomando tiempos: “Se nota que es lunes, Ale, estás dormido...” Gira con estilo Alejandro, acelera el ritmo.

El bebé pasa sus primeros días enredado entre cables, sostenido por monitores. Los padres se preguntan si sufrirá para nada, que qué ha funcionado mal para que esa criatura tenga que soportar cada día pinchazos, dolores, intervenciones. Sostienen un hilo de vida. Posteriormente, un tribunal dirá que aquello fue negligencia médica, nadie detectó que se había producido un corte de flujo en el proceso de relevos entre cromosomas, se saltaron una posta, la que hablaba de las extremidades. Otro tribunal quitará la razón al primer tribunal; la familia desiste. Lo importante era Ale, no los tribunales. 

Ale nació con “desarticulación de ambas rodillas, mano izquierda en pinza de cangrejo y mano derecha zamba radial con ausencia de los dedos pulgar, índice y meñique”. Los médicos pensaron que si la carcasa estaba dañada, también estaría dañado su interior. Pero se equivocaron. Por dentro, Ale es fuerte como un toro. Resiste ocho operaciones en sus tres primeros años de vida. Los padres van firmando autorizaciones en documentos que advierten de inquietantes posibilidades. Ale sale fortalecido de todas ellas.

A  los tres años los padres de Ale tienen otro documento delante. Llevan unos meses consultando a los mejores especialistas del país sobre la posibilidad de enderezar esas piernas torcidas que tienen al chico atrapado en la silla de ruedas. Les hablan de complejas estructuras de hierro. No tiene tibia, sólo peroné, se le pueden aplicar herrajes, pero no tiene rodillas, no habrá flexibilidad. Amputación. El médico razona: “Las piernas nunca le sostendrán, unas prótesis sí”. Los padres firman. Al salir del despacho, ella le pregunta a él: “¿Sabes lo que hemos  firmado? Le vamos a cortar las piernas a nuestro hijo”. Un escalofrío recorre la espalda del padre.

Cada semana acuden al hospital Virgen del Rocío de Sevilla para hacer las pruebas. A Ale nunca le dicen que van al hospital, sino que van al campo del Betis, que está al lado. Ale se hace del Betis porque ir al hospital significa ir a ver los entrenamientos.Le apasiona el fútbol, al que juegan todos sus compañeros menos él. “Ale, te vamos a quitar esas piernas y te vamos a poner otras de plástico”. “¿Me podré poner de pie?” “Sí”. “¿Y me compraréis unas botas de fútbol?” “Claro”. “Pero que sean las de Figo”. “Serán las de Figo”.  Se acaba de llevar a cabo la amputación. El niño descansa del posoperatorio. Juan Luis Arévalo, el padre de Ale, no para de darle vueltas a las palabras de su mujer. Recibe una llamada: “Somos de la peña bética en Houston, en Texas. Nos hemos enterado de la operación de Ale. Os deseamos suerte. Todo saldrá bien”. En algún lugar de las incipientes redes sociales un familiar de Ale, el tío Pepe, Pepe Mendoza, ha contado su historia. La comunidad bética se vuelca con el niño. Ale despierta sin piernas pero rodeado de balones, bufandas y huchas verdiblancas. A los padres se les saltan las lágrimas. En un mundo solidario no pueden existir barreras. Sí las hay.

Alejandro crece adaptándose a sus prótesis. Se cae muchas veces y muchas veces se levanta. Va mejorando la tecnología ortopédica. Todos los años la familia Arévalo va al ‘sastre’, que es como ellos han decidido llamar a la cita con el ortopeda. Sus piernas artificiales  tienen rodillas hidráulicas que le permiten flexibilidad al caminar. En breve llegará el copago y los padres tendrán que costear una parte de las prótesis. Es impensable acceder a las más avanzadas, que cuentan con un pequeño ordenador, prótesis inteligentes. En el mercado rondan los 48.000 euros, por lo que Ale se maneja con las de la sanidad pública. 

Desde muy niño, Ale es un espectador. Siempre está en las vallas de los campos de fútbol. No se pierde un partido de sus primos y de sus amigos del colegio, que le nombran jugador número 12 y lo graban en una placa. Pero él quiere dejar de ser espectador. Quiere participar. Decide con cinco años que quiere nadar. Fantástica idea. Con la idea acuden a la piscina de Cádiz, donde todo son problemas. Lo intentan en San Fernando. Si quiere nadar, que nade, pero como los demás, no pueden ofrecer ningún trato especial. ¿Hay silla? ¿Hay vestuarios? Vale, nos apañaremos. Es difícil aprender a  nadar sin piernas, sin hombros. “En mi familia somos un poco cabezotas -realata Juan Luis-, se nos metió en el coco, pero por nosotros mismos avanzábamos muy despacio”. 

Los monitores de natación de El Puerto, Álex, Jose Mari e Irene, también son cabezotas. Ale saldrá nadando de allí. Durante dos años se aplican a fondo con el chico. “No recuerdo que me costara trabajo, lo hacían todo jugando. Yo era pequeño y no me acuerdo  bien. Recuerdo que era muy divertido, que me gustaba ir a aprender a nadar con las colchonetas”, hace memoria Ale mientras se quita las prótesis para entrenar.

 “A los seis años el renacuajo ya nadaba bien. El es un diesel. Poco a poco va y va”, explica Juan Luis, que ha sido entrenador de baloncesto y aplica en su hijo los conocimientos que tiene en preparación física para que el chico coja fondo. “La natación le daba fortaleza mental y pensamos que le vendría bien competir, pero para nuestra sorpresa no existía en la provincia ningún club de natación adaptada en el que él estuviera con otros chicos en su misma situación. No podíamos medir si Ale era bueno”.

La oportunidad caerá del cielo. Se celebra en Cádiz un campeonato de España de escolares, al que acude un equipo de natación adaptada que trae la Federación Española de Discapacitados. Con ellos viene la ex nadadora Esperanza Jaqueti, entrenadora de la selección paralímpica. Ale se tira a la piscina y prueba suerte. Jaqueti ve en él madera de campeón y pregunta quién es su entrenador. “Ninguno, va por libre”, contestan los padres. Jaqueti les entrega a los padres un plan de trabajo y les recomienda que se busquen un entrenador y se queden con una fecha, la de los campeonatos de Andalucía en Córdoba.

Carolina, entrenadora del Club Natación de Cádiz, acepta el reto. Jamás ha trabajado con discapacitados. Aprende al tiempo que Ale. Ve en él cualidades, pero hay que depurar la técnica, el viraje, su tosca manera de nadar a braza, la salida y la llegada... Lo básico para que no sea descalificado. “Un nadador normal tiene que adaptarse a la natación; en un caso como el de Ale es la natación la que tiene que adaptarse a él”.

Ale se bebe los Juegos Paralímpicos de Londres. Se fija mucho en cómo lo hacen los profesionales. Descubre cómo puede mejorar su estilo de braza sumergiéndose mucho más entre brazada y brazada, ve imposible la espalda. “En un documental -cuenta Juan Luis- entrevistaron a Michael Phelps y dijo que su entrenador sólo le permitía un día libre al año. Esto es constancia. Es muy duro”. “Yo no pienso hacer eso. Con tres días a la semana tengo bastante”, advierte Ale. “Por supuesto, Alejandro, tú no tienes que ser cómo Phelps”. “Quisiera llegar a competiciones internacionales, viajar, ver mundo, pero también quiero tener vida, salir con los amigos, divertirme...”, explica Alejandro.

Su día a día en el instituto es como el de cualquier chaval. Ahora está en segundo de bachillerato, pero su padre reconoce que la natación le ha despistado. “Este año lo vamos a dejar pasar. Cómo no lo vamos a hacer si está viviendo los momentos más felices de su vida”.

A los campeonatos de Córdoba acude como independiente, sin representar a ningún club, pero con una hinchada notable. Familiares, amigos, incluso los médicos que le han tratado, alquilan un autobús para ver la competición. En la piscina de Córdoba se inscribe en la modalidad S-3, la que corresponde a su más de 80% de discapacidad. Es un jabato en el agua. Pulveriza marcas y saca medias para el nacional. En la grada se celebra cada una de sus carreras. “Se siente importante y eso le da una gran fuerza mental”. Ale es seleccionado para el equipo andaluz de natación adaptada.

El siguiente paso es San Sebastián. Allí están los mejores de España. “Le miden hasta las pestañas y los árbitros deciden que tiene que competir en S4. El palo fue tremendo porque sus marcas ya no le servían para nada”, relata Juan Luis. “Cuando me lo dijeron -afirma Ale- me vine abajo. Todo el trabajo que había hecho no servía”. En el equipo andaluz le dan ánimos, saben que tiene posibilidad de mejora, que lo hará bien, aunque enfrente tendrá a un internacional paralímpico y muchos nadadores con mejores marcas que él. “Sería el ambiente de la pisicina, la emoción de la competición, no sé cómo lo hice”. Lo que hizo Ale al lanzarse a la pisicina fue insólito. Mejoró en 20 segundos su marca en los 200 libres y 14 segundos en los cien libres. Los nadadores rascan décimas en sus marcas. El se comió veinte segundos de la suya y tocó en tercer lugar la meta: medalla de bronce.  Jaqueti, la preparadora andaluza, no se lo piensa, lo tiene claro. Correrá los relevos. Ale está reventado tras cinco carreras, pero también sabe que ahora no está detrás de lavalla, que ahora es él el que está en el campo, son los demás los que le observan y él el que está en el equipo titular. En una venganza de la posta que no hicieron sus cromosomas, se lanza al agua con rabia. Su equipo depende de él. Tras 50 metros, nadie ha sido más rápido que él. Hay un estallido de júbilo. Son campeones. Ale es campeón.  

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