Yo te digo mi verdad

Qué amnistía

A mí no me dan mis más o menos entrenadas neuronas ni el experimentado corazón para estar a favor o en contra de la amnistía

LO siento, pero a mí no me dan mis más o menos entrenadas neuronas, ni siquiera el experimentado corazón, para estar radicalmente a favor o en contra de la amnistía a los condenados o por condenar del llamado ‘procés’ catalán. Digamos que unas y otras fibras me impelen a indignarme por que unos desalmados y temerarios políticos que pusieron al país al borde de un enfrentamiento grave puedan terminar rehabilitados de lo irrehabilitable, si tal palabra existe, o en palabras más claras, se vayan ‘de rositas’ y presumiendo de su actuación. Pero también la certeza de que los conflictos políticos no se resuelven negando su existencia ni mucho menos a garrotazos me lleva a empujar en pro de la búsqueda de soluciones definitivas, o todo lo definitivas que pueden ser en asuntos que llegan a tocar mucho más la entraña que la materia gris.

No sé cómo se puede tener una certeza absoluta en este asunto. Si atendemos a los expertos, encontramos muchos de ellos y muy afamados tanto en el bando de los partidarios de la amnistía como en el contrario. Si me limito a lo básico, que es desear lo mejor para mi país porque es al fin y al cabo donde vivo y donde se fraguan mi presente y mi futuro, quiero que el conflicto territorial se acabe en los actuales términos de enfrentamiento. Así que si el acuerdo por la amnistía consiguiera ese objetivo, y asegurase durante un importante plazo no más pronunciamientos unilaterales, lo que vulgarmente se llama una promesa de no volver a las andadas, me parecería bien. A fin de cuentas, en eso consiste el perdón bien entendido.

Pero los grandes partidos son víctimas, y muchas veces actores principales, de la gran escandalera que se forma cuando tocamos conceptos como el de patria y nación. El PSOE, en concreto, lo sufrió cuando temía perder votos si se mostraba claramente partidario de ‘alguna clase de amnistía’ antes de las elecciones. La realidad le empuja ahora a eso. Vale, la realidad es un buen criterio para medir las acciones a tomar. El mejor.

Para mi desapasionada forma de ver, en este tema el fin justifica los medios, y simplemente habría que calibrar lo que ganamos y lo que perdemos (España y Cataluña) con esta casi decidida medida de gracia. Pero todo eso no se sabrá hasta que se nos presente el acuerdo definitivo, si se llega a él. Mientras, sobran las advertencias apocalípticas y falta confianza en nuestra capacidad de arreglar las cosas.

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