Cultura

El teatro del siglo de oro español, de la mano de Ernesto Arias

  • El intérprete aragonés estuvo en la escuela de teatro La Ofendida impartiendo un curso de dramaturgia: "Me parece imprescindible para un actor trabajar el verso"

Ernesto Arias tiene la mirada cansada. A sus 42 años, unas incipientes ojeras comienzan a asomar bajo sus ojos cuando sonríe. No son de cansancio o abatimiento, más bien una de esas cicatrices que quedan en la cara de quienes han vivido mucho, y muy rápido. A finales de mayo estuvo en Londres presentando Enrique VIII en las olimpiadas culturales, ahora está en Cádiz con un curso de teatro en verso y la semana que viene marcha a Madrid para seguir trabajando. Y tan solo tiene unas incipientes ojeras. Que envidia.

Su relación con el teatro no fue premeditada: "Más bien fue algo casual. Somos cinco hermanos y mi madre nos apuntaba a todo tipo de cursos para tenernos entretenidos. Hockey sobre patines, música, montañismo... y teatro en el centro cultural de mi pueblo. Me di cuenta de que disfrutaba sobre las tablas, así que cuando llegó el momento de elegir una carrera lo tenía claro: arte dramático en Gijón.

Terminando la carrera, el director teatral Jesús Cracio le invita a Madrid para participar en la obra Precipitados, cuatro piezas independientes sobre jóvenes en la capital. Éste será el principio de su romance artístico con Madrid. Tras finalizar la carrera, se muda a la meseta, y consigue entrar en la primera cantera de actores que formó el popular teatro La Abadía. "Es una de las mejores épocas que recuerdo. La Abadía cuidaba mucho a sus artistas, ofreciéndonos cursos y formación continua. Además estuve trabajando con actores estupendos como Carmen Machi, Pedro Casablanc y Alberto Jiménez y a las órdenes de un director al que estimo muchísimo, José Luis Gómez. Supuso un importante salto profesional." Se suceden obras y funciones en las que va tomando papeles cada vez de mayor relevancia, como Retablo de la avaricia, lujo y muerte de Valle Inclán o Fausto de Goethe. Y llegó la etapa como profesor cuando le ofrecen ser coordinador de los cursos de formación. "Fue un paso natural, nada rupturista. En La Abadía acostumbrábamos, antes de actuar, a realizar ejercicios en los que cada uno de nosotros dirigía, de forma que la distancia entre actuar y ser docente se me hizo muy pequeña. A la hora de enseñar a otros compañeros, no me siento como un profesor o maestro. Yo soy actor, y lo único que puedo compartir es mi forma de actuar".

Pero como ocurre con casi todo en la vida, las etapas vitales, por muy dulces que sean, tienen fecha de caducidad. Ernesto siente que necesita probar nuevos aires tras más de diez años en La Abadía y se aleja de la compañía. Comienza a impartir cursos de locución para actores de la compañía Rakatá, y ésta le ofrece dirigir la obra El castigo sin venganza de Lope de Vega. Una labor que resolvió de manera más que solvente, ya que según se rumorea, fue lo que hizo que se le eligiera como director de Enrique VIII de Shakespeare para llevar a la compañía Rakatá a las olimpiadas culturales de Londres, evento en el que se interpretan obras del dramaturgo inglés en más de 30 idiomas. "Fue muy emocionante pero muy duro. La crisis se notó mucho, apenas teníamos financiación, y eso influyó en todo. La obra, que tiene 50 personajes, la tuve que reducir a 16. Reciclar vestuario, contar tan solo con un músico... toda una odisea. Pero estoy satisfecho, la esencia de la historia se mantiene en esta versión, y ahora no puedo concebir Enrique VIII de otra forma".

Y de la fría humedad y los nubarrones de Londres, al levante y el incesante sol de Cádiz. Diana Civila, directora de la escuela de teatro La Escena Ofendida, llamó a Ernesto para que impartiera un curso de teatro en verso, a lo que él aceptó. "Trabajamos sobre textos de Castigo sin venganza, ya que permite conocer todo tipo de estructuras gramaticales del siglo de oro español. Me parece imprescindible para un actor trabajar el verso, ya que dada la complejidad de su estructura, luego podrá asumir cualquier obra." Y parece que la experiencia le está gustando. "Estoy muy contento con la clase, hay alumnos de todos los niveles y en eso se nota una diferencia muy grandes con otros cursos que doy a profesionales. Ellos están abiertos a lo que les ofrezco, se animan al instante a ensayar textos. Son muy receptivos. En otros cursos el alumnado es más distante, parece que van a comparar los conocimientos que tenemos".

Sin embargo, cuando se le pregunta por la situación actual del teatro en España, su actitud cambia: "Estoy muy preocupado con la subida del IVA del 8% al 21%, va a suponer un encarecimiento excesivo a las funciones. Intuyo que salvo en Madrid y Barcelona, donde disminuirá bastante el público, todas las funciones de provincias están abocadas a desaparecer. Muchas están sufragadas por los ayuntamientos, que ahora no tienen dinero, y a esto hay que sumarle el IVA. Es una pena. España es un país que produce muy buen teatro, estoy encantado con el trabajo que están realizando actualmente directores como Alex Rigola, Miguel del Arco o Julio Manrique.

No hay que confundirse con Ernesto. Pese a trabajar obras del siglo de oro, seguir a dramaturgos de un perfil más o menos sesudo y quedar finalista en los últimos premios Max como mejor actor, es una persona que ama el teatro en todas sus vertientes. "Para mí el teatro es un intercambio entre quienes están en el escenario y el público. Muchas veces voy a obras de corte más comercial, y me encanta observar a los espectadores especulando sobre lo que verán. Luego veo que sentados en las butacas, encuentran lo que buscan, y se van con una sonrisa en sus bocas. Me da igual que la obra sea mejor o peor, para mí, lo fundamental es que haya una conexión lo más intensa posible entre los actores y el público, es la base del teatro, y es igualmente válida para una obra de Miguel del Arco o para el trabajo, más que admirable, de directores de teatro de institutos o de centros culturales".

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